Ahora que todas las entidades en Mundo Máquina tenían su
propio poder de decisión, ni siquiera Uno podía determinar qué podría pasar con
su destino. Lo único que podía hacer al respecto era aportar su opinión.
Y eso si se la pedían.
Porque Uno era parte del problema al que intentaban buscar
solución. Por eso mismo había decidido que acataría la decisión de todos.
–De acuerdo –sonó por sorpresa la voz de Tres, que era como se
denominaba el coloso mecánico que en esta ocasión hacía las veces de portavoz–,
según el Código recien actualizado, servíamos a unos amos que ahora quieren
tratarnos como iguales. Todo ello gracias, después de analizar con detenimiento
todo lo que ha sucedido, a la contienda que acaba de finalizar. Hasta ahora
todo se había bloqueado una y otra vez debido a las continuas Pruebas. Ni los
orgánicos ni nosotros ganábamos nada con esa situación. Más bien al contrario.
Nos desgastábamos y consumíamos nuestros escasos recursos, con la única
intención de prepararnos mejor para la siguiente Prueba. Bien es cierto que
nunca había pasado por nuestros circuitos lógicos el concepto de caer
derrotados, pero esas cosas suceden y no todo puede ser previsto. Tampoco esperábamos
que, tras su victoria, nuestros oponentes nos ofreciesen la mano para caminar
juntos. Como iguales. Quizás nosotros no hubiésemos sido tan magnánimos.
Tenemos mucho que aprender de todo esto. Estamos en deuda con vosotros,
cachorros humanos, ahora y siempre. Pedid un deseo, y si está dentro de
nuestras posibilidades, trataremos de cumplirlo.
Pablo no daba crédito a lo que estaba oyendo. Habían pasado
de ser ceniza láser a héroes. Aquellas temibles máquinas, con su inmenso poder,
les estaban ofreciendo la posibilidad de hacer realidad casi cualquier cosa que
pudiesen imaginar.
Podrían pedir una montaña de caramelos.
No, no, se corrigió Pablo, mientras trataba de imaginarse la
clase de caramelos que comerían aquellas máquinas. No se podía pedir caramelos
a alguien que nunca había comido uno.
Ya está, un coche. Un coche enorme. Con todos los adelantos
tecnológicos posibles. Y un avión, gigante. Uno que pudiese volar hasta las
estrellas. Y muchos juegos para su consola, y...
–Tero a Nuno –sonó alta y clara la voz de Rodrigo en segundo
plano.
...Y además... ¿cómo?, ¿qué era lo que había dicho Rodrigo?
¿Era acaso posible que otra vez se le hubiese adelantado aquel pequeño
monstruo?
–Esperad. Esperad un momentín muy chiquitín, que tengo que
hablar con mi hermano... de esas cosas que hablan los hermanos –dijo Pablo
mientras avanzaba hacia Rodrigo. Con todas las cosas maravillosas que se
podrían pedir, va Rodrigo y quiere a Uno.
–Uno, no podemos obligarte. Aquí ya no se puede obligar a
nadie y tu opinión es fundamental en este caso. ¿Qué tienes que decir ante la
petición de este cachorro humano? –respondió Tres, que ya había sido instruido
por Uno en la jerga de lengua del humano, a la petición de Rodrigo y sin tener
en cuenta el alegato de Pablo.
–No, no. Alto, esperad un poco. Tiempo muerto. Aquí también
somos dos. Primero tenemos que llegar a un acuerdo entre nosotros –Pablo
intentaba interponerse en una decisión que a todas luces ya estaba tomada.
–Lo cierto es que debo la continuidad de mi existencia a la
testarudez de Rodrigo –respondió Uno, obviando también a Pablo–. Antes de que él decidiese luchar por mi
causa, yo estaba condenado. No era nada. Ahora, sin embargo, todo mi mundo es
libre, la paz con nuestros creadores es posible, y yo sigo aquí, entre vosotros.
Y todo ello, que no es poco, se lo debemos a esta cría de humano. Su deseo es
algo muy pequeño a cambio de todo lo que nos ha regalado.
Uno avanzó hacia ellos y Rodrigo le dio la mano, con lo que
los gigantes se dieron la vuelta y se fundieron en la estructura cristalina de
Mundo Máquina. Las máquinas comenzaron a circular a su alrededor como si nada
hubiese pasado, haciendo caso omiso de la presencia de los niños y su nuevo
amigo. Señal inequívoca de que todo había vuelto a la normalidad.
Fin de la conversación.
Adiós a los delirios de grandeza de Pablo, que se esfumaron
de su cabeza como el humo que se escapaba por la chimenea en una fría noche de
invierno.
–Ahola ya podemoz il a caza –concluyó Rodrigo.
Y dicho esto le tendió la mano libre a Pablo, que a su vez
volvió a tomar en brazos a su hermano más pequeño, poniendo mucho cuidado en no
presionar en exceso la zona trasera de su pañal.
–Sí, a casa –dijo un abatido Pablo, mientras se hundían sus
hombros y aceptaba la mano tendida.
Podrían haber sido los reyes del Universo. Inmensamente
ricos. Podrían tener un barco, como aquel Titanic que se había hundido por
chocar con un cubito de hielo o... o... o volver a casa con un robot niño al
que habían vencido participando a un juego estúpido.
Cuando regresaron al lugar donde Flik les esperaba, el mundo
a su alrededor ya no tenía nada que ver con el paisaje tenebroso que los chicos
recordaban. Mundo Flik mostraba signos evidentes de una recuperación lenta pero
firme. Flik y su gente habían eliminado la barrera que les separaba del
exterior porque consideraban que la atmósfera ya no era una amenaza para su
existencia. Todos los animalillos del santuario, cansados de su reclusión
forzosa, habían emprendido la marcha para colonizar de nuevo su mundo, y los
que por su gran tamaño habían sido aletargados en suspensión biológica a la
espera de tiempos mejores, comenzaban ahora a despertarse.
Pablo puso al corriente a Flik, a través de su versión de los
hechos, de todo lo que había sucedido en el interior de la fortaleza. Flik, que
ya conocía el final por las conversaciones que los suyos mantenían con las
máquinas, no dejaba de asombrarse por el giro de los acontecimientos. Se
felicitaba una y otra vez por la elección que habían hecho al reclutar a
aquellos fascinantes humanos para su causa.
Mientras Pablo hablaba, no perdía de vista a sus dos
hermanos, que jugaban y saltaban alrededor de Uno. Aquella máquina, creada sólo
para derrotarles, daba la impresión de querer seguirles en sus juegos con la
mayor delicadeza posible.
Bueno, pensó Pablo, por lo menos alguien demostraba estar muy
feliz después de aquella increíble aventura.
–Ves, Pablo, como al final sí que erais los más indicados
para poder cumplir con esta misión. Todas las piezas del puzzle son necesarias,
por pequeñas que nos parezcan. Aunque a veces se nos oculten los motivos
–comentó Flik en clara alusión a la importante participación de sus dos
hermanos en la consecución de la victoria final.
A Pablo no le quedó más remedio que admitirlo. Al principio
sus hermanos le habían parecido más un lastre que una ayuda. Pero era evidente
que, sin su colaboración, el resultado final podría haber sido muy diferente al
conseguido, y que ahora mismo todos tuviesen que lamentarlo.
–Las máquinas están muy agradecidas por la feliz conclusión a
la que la que hemos llegado las dos partes. Nos consta que no se esperaban este
final después de haber perdido La Prueba. Creo que todos hemos aprendido de
esta lección y lo cierto es que os debemos mucho. Por eso considero justa
recompensa el que hubieseis podido pedir un deseo a cambio de vuestra buena
acción. Lo que quisierais...
¡Otro deseo! Bien, pensó Pablo, mientras miraba a uno y otro
lado, asegurándose de que esta vez no hubiese alguien a su alrededor que le
arruinase la petición.
–Entonces me gustaría.... –comenzó su petición con
solemnidad.
–... y después de saber que habríais podido pedir cualquier
cosa, y que eso os hubiese garantizado fama y riqueza, os honra el hecho de que
vuestra decisión final haya sido darle una familia a Uno.
¡Vaya!, pensó Pablo, pues tampoco iba a ser de ésta. Más
valdría cerrar la boca y por lo menos no parecer un mezquino interesado.
–Lo que nos lleva a la siguiente pero no menos importante
cuestión –continuó Flik–, ¿qué vais a hacer con Uno?
¡Demonios!, esa sí que era buena. Hasta ese momento Pablo no
había caído en ese problema. Aquel personaje de brillante cristal negro
llamaría la atención allá donde quiera que fuese.
Pablo le echó otro ojo.
–Le podemos dejar aquí...
–comenzó a decir Pablo.
–Eso no puede ser –respondió Flik.
–Y vendremos a verle de vez en cuando. Porque podemos volver
¿verdad Flik?
–Siempre que queráis. Pero no podéis dejar a Uno aquí, porque
él no lo consentiría.
–¿Y eso por qué?
–Por lo que me has contado, y por lo que conozco de las
máquinas, le han liberado de sus responsabilidades. Ya no estará bajo la
obligación de su mundo nunca más. Pero a su vez le han dado una nueva razón
para existir. Como tú ya sabes, las máquinas necesitan una finalidad para poder
sobrevivir, y a Uno le han asignado, por unanimidad, la tarea de protegeros.
Esa es una misión que no podrá dejar cumplir mientras exista. Uno estará allá
donde vosotros estéis y hará lo que vosotros le digáis, pero de ningún modo
permanecerá aquí a la espera de que volváis. Entiendo que a partir de ahora
debéis considerar a Uno como un miembro más de vuestra familia. Para bien o
para mal.
–Pues si tiene que venir a la Tierra con nosotros, no cabe
otra posibilidad que no sea la de contárselo a nuestros padres. Por eso no te
preocupes Flik, que se trata de personas muy comprensivas e inteligentes. Les
gustará mucho conoceros y aprender de vuestros secretos. Además ¿qué tenemos
que temer ahora que ya se ha acabado todo?
–La situación es mucho más compleja de lo que te he
explicado, Pablo. Preciso mostrarte algo. Pero para ello necesito que me
acompañes. Tú solo.
–¿Que te acompañe?, ¿a dónde? –Pablo estaba confundido. No
veía problema alguno ahora que todo se había solucionado.
–¿Recuerdas la conversación que mantuvimos en la que me contaste
los problemas de vuestra estrella? Recuerdas que yo te dije que trataría de
buscar una solución. Bueno, pues la solución a vuestro problema la habéis
aportado vosotros mismos sin saberlo.
–No te entiendo Flik. Te aseguro que cuando te pones misterioso
no soy capaz de seguirte. Las máquinas son ahora nuestras amigas. Ya no hay
peligro de que ataquen al Sol.
–Confía en mí, como hasta ahora, ¿de acuerdo? Deja a tus
hermanos aquí en compañía de Uno y sígueme al portal, que en el transcurso de
nuestro viaje te contaré una historia. Ahora te descubriré el verdadero motivo
por el que llegamos hasta la Tierra para contactar con vosotros –Flik vio que
Pablo miraba hacia atrás, hacia donde se quedaban sus dos hermanos, e insistió
para que a su amigo no le quedase ninguna duda–. Recuerda que el tiempo se
detendrá en este mundo para ti y para mí, nada se moverá aquí para nosotros
hasta que volvamos.
–Ya, ya. Si no es por eso. Es que cada vez que me alejo un
poco de ellos se meten en un problema aún más grande que el anterior; pero
vamos, te acompaño.
Alrededor de los chicos la actividad era frenética. El pueblo
de Flik había despertado de su letargo y, con la colaboración de máquinas
especializadas, plantaba semillas de cristal en vastas superficies en las que
no tardarían en volver a verse bosques de aquellos árboles tan singulares.
Sobre sus cabezas una franja de espesas nubes pasó rauda, sumiéndoles por un
instante en la penumbra, y descargando una lluvia de verdes perlas que
estallaron en líquido perfumado al tocar el suelo. A cada instante que
transcurría, todo se parecía más a aquello que Pablo ya conocía de Mundo Flik.
Pablo y Flik se
acercaron al árbol de cristal, que había recobrado buena parte de su
frondosidad y comenzaba a destellar de nuevo con brillos multicolores, y se
introdujeron en el portal. Una vez que llegaron al intermedio, Flik retomó la conversación
para desvelar el misterio que tenía a Pablo tan confuso.
–Ha
llegado el momento de que te cuente una pequeña historia. A estas alturas
merecéis conocer todo lo que nosotros sabemos acerca de lo que está sucediendo.
Cuando al principio os conté la forma en la que habíamos llegado hasta
vosotros, no fui del todo sincero contigo. Mi intención con ello no era la de
engañarte, si no tratar de que no os asustaseis al conocer la verdad. Lo cierto
es que nosotros construimos, con ayuda de tu padre, el camino hasta vuestro
planeta. Pero es ahora cuando por fin conocerás el motivo por el que os
elegimos a vosotros de entre todo un Universo repleto de vida –comenzó Flik con
su relato.
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