miércoles, 15 de agosto de 2018

LOS COSECHADORES DE ESTRELLAS (50): LOS COSECHADORES

La criatura que se había apartado del grupo de gigantes, que continuaban alimentándose del Sol, se plantó ante ellos. Su tamaño era tan descomunal, que Pablo sólo alcanzaba a ver lo que debía de ser su cabeza, coronada por cientos de tentáculos de diversa longitud y grosor, y que parecían tener vida propia. El leviatán se giró para dejarles a la altura de un gigantesco ojo en el que se reflejaban todos los colores del arco iris. A Pablo no le extrañaba que en la Tierra no supieran que era lo que le estaba sucediendo al Sol. Aún desde esa distancia costaba mucho distinguir los contornos de aquellas criaturas, que salvo por unas delgadas líneas multicolores que pulsaban rítmicamente a lo largo de sus costados, eran de una transparencia casi cristalina.

–El planeta del que provienes ya se ha cruzado en nuestro camino una vez, pequeña criatura –pensó el leviatán, dirigiéndose con claridad a Flik, pero de tal forma que todos los presentes pudiesen ser testigos de la conversación.

Pablo creyó distinguir un tono de contrariedad y de hastío en la afirmación.

–Es cierto. En aquel entonces fuimos capaces de superar la severa prueba de vuestro examen. Nos ganamos nuestra supervivencia y respetásteis las dos estrellas de nuestro sistema.

–Lo recuerdo. Yo fui el encargado de llevar a cabo el análisis de tu mundo en aquella ocasión. No nos llevó muchos ciclos convencernos de que vuestra presencia en el Universo era beneficiosa para todos. Por lo tanto, y como tú bien sabes, nos fuimos en busca de otra estrella de la que poder alimentarnos.

–En esta ocasión me gustaría hablar por el sistema que estáis a punto de apagar.

–Tu raza se ha ganado nuestro respeto, criatura. Pero ahora que nos conoces, también sabes que no debes de entrometerte en nuestros asuntos. Cuando nos solicitaste audiencia para hablar por este sistema solar, fuiste informado de primera mano de nuestras conclusiones. Entonces había nada que pudiese hacer cambiar nuestra visión de la realidad. Tú, mejor que nadie, sabes justos que somos en nuestros juicios. Nadie ha puesto jamás en duda nuestras sabias decisiones. Este juicio está acabado y te repito que no os concierne.

El leviatán había sido tajante en su afirmación. No dejaba resquicio a objeción alguna. Parecía enfadado. Pablo lo veía todo muy negro.

–Permíteme realizar una alegación. Has de saber que lo que voy a contar nos concierne a todos, incluso a vuestra poderosa especie. Sé que contáis con argumentos más que razonables para cosechar esta estrella...

–Hay algo que se te olvida, pequeña criatura. Al alimentarse de una estrella, mi pueblo hace mucho más que saciar su hambre. Nosotros limpiamos el Universo de todo lo que falla, de todo lo que es dañino o defectuoso. Después, y una vez que todo se acabe y el cosmos se vuelva frío en este lugar, los míos volverán aquí para plantar una nueva estrella. Quizás esa nueva luz pueda llegar a convertirse en el hogar de otros seres, cuya existencia sea más beneficiosa para todos. Incluidos vosotros. La raza cuya existencia estás tratando de defender es terriblemente belicosa. No sólo en el trato con los demás seres que tienen la desgracia de compartir su espacio vital, como por ejemplo los cetáceos, sino también con ellos mismos. Ni siquiera respetan el planeta en el que viven. Los humanos no consienten las diferencias, no saben convivir con alguien que piense de forma diferente, y desconfían de aquellos que no se parecen físicamente a ellos. Por eso eliminan la diversidad. Tan sólo están preocupados por sus pequeños y ridículos problemas. Evitan levantar la vista al cielo nocturno para darse cuenta de las maravillas del Universo al que tienen la suerte de poder asomarse. Son depositarios de uno de los mayores y más preciados dones que nadie pueda regalar, la vida. Sin embargo, de tan común como es para ellos, se ha vuelto irrelevante, y lo menosprecian. Por eso invierten más tiempo en eliminar a sus semejantes, que en disfrutar del período vital que les es concedido. Aunque, en honor a la verdad, he de decir no es del todo culpa suya. El origen de su mal se halla dentro de ellos, en su autodestructivo código genético, y nada pueden hacer para cambiarlo. Por todo esto, y muchas otras cosas más, hemos llegado a la conclusión de que los humanos son un enorme peligro, para ellos mismos y para todo lo que les rodea. Debemos apagar esta estrella e impedir que puedan aprender los secretos del viaje interestelar, para evitar que causen daños irreparables en el resto del Universo. Como puedes comprobar, se han acumulado pruebas más que suficientes contra este sistema y su tercer planeta como para que no dudemos acerca de lo que tenemos que hacer –el cosechador parecía tan molesto por tener que repetir lo evidente, como por haber sido interrumpido en su importante tarea –. Tú y yo, pequeña criatura, ya hemos hablado de esto con anterioridad. Sabes perfectamente que nunca se ha dudado de la justicia de alguno de nuestros juicios. Si existiese el menor indicio de que esta especie pudiese reconducir su camino, reconsideraríamos nuestra sentencia. Pero no vemos esa posibilidad.

–Con los datos que posee vuestra poderosa raza –continuó Flik obstinado– tenéis suficientes razones para hacer lo que tenéis que hacer. Y así era en nuestra primera conversación. Pero ahora acaba de suceder algo que podría variar vuestra opinión, y por lo tanto el veredicto sobre este sistema. Este humano que me acompaña y sus compañeros de viaje, han salvado de forma desinteresada mi planeta de una enorme amenaza que a punto ha estado de cambiar el mismo orden del Universo.

El leviatán dudó un instante.

–Es cierto, no conocemos esos últimos datos a los que te refieres, pequeña criatura. Sabes que sólo hay una manera de probar lo que dices. Conoces el Método y sabes que será doloroso. También sabes cual será el castigo si lo que estás haciendo es únicamente intentar ganar tiempo para posponer el justo castigo a este sistema. Sabes que con nosotros no se puede jugar.

–Lo sé. Procede.

El Método era el medio que aquellos seres tenían para ver aquello que había sucedido a través de los ojos de los demás. Sólo de esa forma podían aportarse pruebas a un juicio de los Cosechadores. El gigante desplegó uno de sus delgados apéndices y rozó ligeramente a Flik en un costado. Eso fue suficiente para que su esférico amigo se estremeciese de dolor. El proceso duró tan solo un instante, después se oyó de nuevo la profunda voz del cosechador.

–He visto aquello que querías que viese y ahora sé que es verdad. Lo que acabo de contemplar redimiría a esta especie de sus errores, si no fuese porque sabes tan bien como yo que el gran problema sigue escrito en sus genes. Y eso es algo que no va a cambiar aunque sea muy loable lo que acaban de hacer estos humanos ...

Pablo estaba a punto de saltar en su propia defensa, pero al final recordó las palabras de Flik y decidió no interrumpir el veredicto, que parecía que todavía no había finalizado.

–Sin embargo –continuó el gigante–, también he podido ver que hace poco has visitado una de las Zonas Oscuras y has comparecido ante uno de los Tejedores ...

Así es –respondió Flik, pensando que este hecho no tenía relevancia alguna para el caso.

El leviatán continuó.

–Habéis pasado a convertiros en parte de nuestra historia. Desde el principio de los tiempos sabíamos que llegaría el momento en el que tendríamos que respetar una estrella condenada, y que sería aquella que fuese defendida por un ser que, después de haber conocido a un Tejedor de Sombras, hubiese vuelto con vida de su viaje. No tenéis nada que temer de nosotros, ahora estáis bajo la tutela del Tejedor. Según nos han contado nuestros padres, y a ellos primero los suyos, el destino de los habitantes de este mundo será fundamental a la hora de velar por la existencia del Universo. Partiremos en busca de otra estrella de la cual poder alimentarnos. Os regalamos ésta a la que llamáis Sol, es nuestra ofrenda. No pasará mucho tiempo antes de que vuelva a brillar con la misma intensidad con la que lo hacía antes de que nosotros apareciésemos.

Pablo y Flik se quedaron boquiabiertos. De ninguna forma esperaban aquel giro de los acontecimientos. Quedaba claro que el Sol se había salvado por unos hechos que en un principio no les habían parecido importantes, y eso arrojaba aún más preguntas sobre todo lo que estaba sucediendo. Pero no tenían quien pudiese resolverlas. Una vez que el gigante concluyó su exposición, se dio la vuelta, y tras reunirse con los demás miembros de su especie, sencillamente desaparecieron en la profunda oscuridad del espacio. Sin dejar rastro alguno. Como fantasmas en la noche.

Pablo y Flik emprendieron el viaje de regreso hasta Mundo Flik para recoger a los que habían dejado atrás. En el trayecto el niño intentó arrojar algo de luz sobre lo que les había dicho el gigante.

–Cuando visitaste la Zona Oscura, el Tejedor no te dijo que fuese a suceder algo de esto, ¿verdad?

–Pues no, Pablo, créeme. De haberlo hecho, hubiese utilizado ese argumento en vez de tratar de presentaros como los salvadores de mi mundo, algo que pensé que sería más importante. Lo único que me contó el Tejedor fue que vuestro planeta estaba destinado a convertirse en el faro del Universo, y que el terrible mal que nos acechaba a todos acabaría por fijar también su atención sobre vosotros.

–¿Qué a nosotros qué...? Bueno, si hay algo que está claro –dijo Pablo tratando de razonar y poner en orden sus pensamientos– es que, por lo que se ve, no es muy habitual que alguien visite la Zona Oscura y vuelva con vida de ella. Pero no entiendo nada de lo demás que está pasando.

–No me queda más remedio que darte la razón. De lo que no has de dudar es de que no sé más de lo que está sucediendo que tú mismo. Pero parece ser suficientemente grave como para que todas las fuerzas que conocemos se estén aliando en uno u otro bando, y que las viejas profecías comiencen a cumplirse. Da la sensación de que todo se prepara para una especie de enfrentamiento final, en el que vosotros jugaréis un papel muy importante. De todas formas, sean cuales sean las fuerzas que se vayan a enfrentar, todavía no sabemos qué es lo que quieren de vosotros. Sólo podemos esperar y congratularnos de que las cosas, hasta ahora, nos estén saliendo bien.

–Tienes razón. No merece la pena perder el tiempo pensando en aquellas cosas que no podemos cambiar. Mundo Flik está a salvo y el Sol también. Eso es lo único que importa ahora mismo. Por lo demás, nada podemos hacer por el momento. Pasemos entonces al problema que nos acucia ahora mismo, ¿cómo vamos a esconder a Uno en nuestra casa?. La verdad es que yo no veo la forma –le comentó Pablo a Flik con cierta preocupación.

–Pues se me acaba de ocurrir una idea. Déjame que te la cuente.