domingo, 22 de julio de 2018

LOS COSECHADORES DE ESTRELLAS (49): SALVAR EL SOL

Pablo no salía de su asombro. Se encontraba en aquella parte del espacio que denominaban “el intermedio”, comunicándose telepáticamente con un alienígena, pues en definitiva eso es lo que era Flik. A su alrededor se reproducían las más asombrosas vistas de cientos de fenómenos estelares, pero todo aquello ya no era capaz de intimidarle. Pablo, que pensaba que había agotado su capacidad para la sorpresa, a medida que las cosas sucedían descubría algo nuevo que dejaba en pañales todo lo ocurrido hasta el momento. Y la verdad era que a esas alturas hacía falta mucho para poder sorprenderle.

Ahora formaba parte de una conspiración cósmica.

Cientos de preguntas asaltaron su cabeza.

–Entonces… todo aquello del proceso de selección por el cual me habíais elegido… –Pablo repasó la primera conversación que había mantenido con Flik.

–Una pequeña mentira, pero absolutamente necesaria –se disculpó su amigo–. ¿Crees acaso que hubiese sido mejor que te hubiese contado la verdad? ¿Que una cruel y despiadada criatura, que casi nadie ha visto, te había señalado para cumplir una misión?

A Pablo no le quedaba más remedio que darle la razón. La verdad no hubiese sido el mejor comienzo de su relación.

–Bueno, vale. Pero todo esto que me cuentas me da un poco de miedo. Por un lado las máquinas me conocían a mí antes que yo a ellas. Ahora resulta que también esa extraña Criatura de la que me hablas, no sólo sabe quién soy, si no que además descubro que es ella quién me escogió para vuestra causa. ¿Es que no hay un poco de intimidad en ningún sitio?

–Pablo, sígueme y no tengas miedo, que mientras estés conmigo no te sucederá nada. Es muy importante que pase lo que pase, veas lo que veas u oigas lo que oigas, me dejes hablar a mí. La Tierra se enfrenta al mayor de los peligros desde su creación, pero estoy seguro de que puedo ayudarte y devolverte así el favor que vosotros nos habéis hecho. Tú tan sólo permanece muy cerca de mí.

Su amigo parecía tan serio, que cuando terminó de hablar consiguió que Pablo se arrimase a él cuanto pudo. Flik tomó un camino de luz desconocido hasta entonces, y cuando emergieron del intermedio, se encontraron de bruces frente a un refulgente muro. La pared brillaba con miles de tonos diferentes de naranja y amarillo, que cambiaban de color a la velocidad del pensamiento.

–En efecto Pablo, se trata del Sol –comentó Flik anticipándose a la obvia pregunta de su amigo.

–Pero… entonces nos achicharraremos –respondió éste con un deje de temor en su voz.

–Confía en mí. Sin la protección de la pequeña esfera de fuerza que nos envuelve y que no puedes ver, ahora mismo estaríamos muertos. Sin embargo aquí, en su interior, si quisiéramos podríamos atravesar sin problemas el corazón de una estrella de esta magnitud. Pero tranquilo, no será preciso hacer tal cosa.

De aquel gigantesco lago vertical de lava, que ocupaba todo el espacio frente a ellos, surgían esporádicas llamaradas que sobrepasaban el lugar en el que se encontraban. Pero Pablo ni tan siquiera sentía calor. No tenía miedo. De alguna forma estar con Flik le transmitía seguridad.

–Mira hacia abajo –le pidió Flik.

Pablo había permanecido tan ocupado en observar cada cosa que sucedía frente a él, y aquella hipnótica superficie le había robado del tal forma su atención, que no había reparado en que, bajo sus pies, unas enormes criaturas casi transparentes manejaban unos larguísimos apéndices que introducían una y otra vez en la superficie del Sol.

–Se están alimentando de tu estrella, Pablo. Ahí está el problema del Sol.

–Pues impídeselo, Flik –le transmitió Pablo con urgencia, al recordar en lo que se convertiría su mundo si aquellas cosas lograban apagar su estrella–. Acaba con esos parásitos.

–No es posible, Pablo. Tan sólo puedo intentar convencerles.

–¿Y para qué me has traído hasta aquí entonces?, ¿para que sea testigo de cómo unas bestias sin cerebro acaban con mi mundo? –lágrimas de impotencia asomaron en los ojos de Pablo–. ¿Convencerles de qué?

–Lo que vosotros llamáis Universo, es inmenso, Pablo, y bulle de vida tan diferente a vosotros, que os asustaríais y os asombraríais al mismo tiempo. Esos seres que ves ahí abajo, son más viejos que las estrellas que contemplas, y sabios como me temo vuestra raza no llegue a serlo jamás. La vida sobre la faz de vuestro mundo existe desde ayer en comparación con la edad del más joven de ellos, y ni siquiera son las criaturas más sorprendentes de este que vosotros llamáis vuestro Universo. Esta estrella a la que llamáis Sol, es la más cercana a vuestro planeta y tan necesaria para vuestra vida como el aire que respiráis. Tanto, que si el Sol se apagase en este mismo momento toda la vida de tu planeta estaría condenada. Pero ninguno de vosotros lo sabría hasta dentro de ocho minutos de vuestro tiempo. Eso es lo que tarda la luz en recorrer la distancia que hay entre el Sol y la Tierra. Ahora mira a tu alrededor y dime cuantas estrellas has visto en estos tres días. Pues la luz de cada uno de esos astros ha sido emitida hace tanto tiempo, que puede ser que lo que ves brillar ahora mismo haya muerto hace mucho. Así de grande es el Universo. Estrellas más importantes que ésta mueren todos los días y eso no altera el orden natural de las cosas. ¿Por qué habríais vosotros de merecer un trato diferente al de los demás sistemas solares?

Pablo observaba resignado cómo aquellos seres se alimentaban, y robaban la energía que se transformaba a medida que la absorbían con sus tentáculos.

Más y más criaturas aparecían de la nada y se unían al festín. Su tamaño, aún siendo diminuto en comparación con el del Sol, debía de ser enorme. Pablo vio como uno de ellos se apartaba del resto, para dirigirse con gráciles movimientos hacia el lugar en el que ellos se encontraban.

En ese momento acudieron a la cabeza de Pablo las imágenes de un documental en el que se estudiaba la vida de los cefalópodos. Allí había visto por primera vez las imágenes de un calamar vivo, y aquello que se acercaba a ellos, lentamente pero sin pausa, tenía muchas cosas en común con un calamar. Sólo que era tan grande o más que la playa de San Lorenzo, y eso que no era de los mayores que Pablo alcanzaba a distinguir desde la distancia.

–En todas las lenguas que conozco, de los muchos mundos que he visitado, a estas criaturas les llaman algo que denominaríais “cosechadores”. Hacen lo mismo que vosotros al recolectar los frutos maduros, alimentarse –continuó Flik mientras la imponente figura finalizaba su aproximación.

–Ya, pero nosotros plantamos lo que luego recolectamos. Ellos van a acabar con nuestro Sol sin importarles lo que pueda sucedernos a nosotros.

–De nuevo te equivocas en cuanto al Sol, Pablo. Como todos los de tu especie te atribuyes su propiedad, y la realidad es que esta estrella que contemplas no pertenece a nadie. Pero si tuviese que ser de alguien, primero lo sería de aquellos que la crearon. Lo que casi nadie conoce de estas criaturas, porque lo habitual es verles realizando su labor destructiva, es que en realidad también son ellos los que ponen la semilla para que una nueva estrella nazca. De hecho, esas a las que llamas bestias, se denominan a sí mismos algo que en vuestra lengua podría parecerse a “los jardineros de estrellas”.

–¿Quieres decir que plantan soles?

–Así es, Pablo, plantan y cuidan estrellas hasta que llega el momento en el que pueden alimentarse de ellas. Para estas criaturas no sois más que el resultado no deseado de su cosecha, pero aún así jamás eliminarían vuestro sistema si estuviesen convencidos de que la civilización que alberga merece la pena de ser salvada. En la jornada de ayer me puse en contacto con ellos y descubrí que llevan mucho tiempo estudiando vuestro mundo. Lamentablemente han llegado a la conclusión de que lo bueno no llega a compensar todo el mal que estáis haciendo a la Tierra e incluso a vosotros mismos. A su juicio sois una especie dañina, autodestructiva y muy peligrosa, y piensan que, de igual modo, lo seríais para el resto del Universo si alguna vez lograseis alcanzar otras estrellas.

–Pero no es justo. Nosotros no sabíamos que éramos observados, de saberlo hubiésemos cambiado.

–De eso se trata, de que ellos realizan la observación sin interferir. De nada sirve que disfracéis vuestro comportamiento. Según ellos, sois el producto defectuoso de una evolución errónea... y sin embargo...

–Sin embargo ¿qué?

–Antes de condenar a muerte un sistema planetario los Cosechadores escucharían a alguien a quien respetasen y que pudiese interceder, en nombre de los mundos condenados, en una especie de juicio final. Y eso es lo que yo he venido a hacer, a hablar en vuestro favor. Cuando me contaste que el Sol estaba atravesando por dificultades, me trasladé hasta este lugar para comprobar si estaba sucediendo lo que en realidad me temía. Una vez confirmadas mis sospechas, y después de conocer el veredicto al que habían llegado los Cosechadores, les solicité audiencia para poder hablar por vosotros.

–Después de todo lo que me has dicho que somos y que hemos hecho, ¿cómo puedes hablar bien de nosotros? Permite por lo menos que lo intente yo...

–Pablo, no te ofendas. A ti ni siquiera te escucharían. Recuerda que, a pesar de todo, te dije que vosotros habíais salvado a vuestro mundo. Déjame que hable y confía en mí.

Pablo calló, ¿qué otra cosa podía hacer?

domingo, 8 de julio de 2018

LOS COSECHADORES DE ESTRELLAS (48): LA HISTORIA DE FLIK

Al principio de nuestra relación, cuando os conté el problema de mi mundo, os dije que nuestra raza llevaba muchos siglos de los de vuestro tiempo tratando de demostrar a las máquinas, a través de La Prueba, que éramos los legítimos herederos de Los Creadores. Pero lo que todavía no os he contado es el motivo por el que llegamos a la Tierra de entre un Universo con tantos mundos habitados. Tantos como granos de arena tiene vuestra playa de San Lorenzo. Sí, es cierto Pablo, el Universo es infinito, y nosotros jamás habríamos llegado siquiera a sospechar de vuestra existencia de no ser por lo que os voy a contar a continuación.

Muchísimo tiempo después de que comenzase nuestro conflicto, llegó el día en el que nos dimos cuenta de que no podíamos ganar La Prueba. Sabíamos que igualar la contienda una y otra vez tan sólo llevaría a nuestro mundo a la destrucción por agotamiento, ya que no podría sobrevivir sin la colaboración de las máquinas. Pero cuando les hicimos llegar nuestras apocalípticas conclusiones, y les suplicamos que cambiasen su forma de proceder por el bien de todos, ellas respondieron sin dudar que no recibirían órdenes de nadie. A no ser que demostrásemos ser Los Creadores.

Imagínate nuestra desesperación cuando supimos que no teníamos alternativa. Que para que todo volviese a funcionar de nuevo, necesitaríamos vencerlas en una Prueba que no podíamos ganar.

Ese fue el momento en el que mi pueblo me encomendó la urgente misión  de recorrer el espacio conocido en busca de ayuda. De alguien que supiese qué hacer para evitar que sucediese lo que parecía inevitable, que este mundo y toda la vida que contenía pereciese.

Con aquel enorme peso, y la esperanza de poder encontrar la salvación que todos necesitábamos, partí hacia los confines del Universo, dispuesto a dejar mi vida, si fuese preciso, en el empeño. Pero después de muchos y agotadores viajes, me daba cuenta de que el tiempo pasaba y ninguno de los amigos a los que había conocido era capaz de aportar la solución que mi pueblo necesitaba.

En el último de mis desplazamientos, cuando la locura casi se había adueñado de mi juicio debido al más que probable fracaso de mi misión, ni siquiera me di cuenta de que un par de saltos atrás había tomado un camino equivocado. Había aparecido en una zona del espacio nueva y desconocida para los de mi especie. Nunca antes me había encontrado en un lugar tan vacío de estrellas. Nunca antes había contemplado un espacio tan yermo.

Habíamos oído hablar a los más antiguos de otras razas de las zonas oscuras, lugares del Universo habitados por unas crueles criaturas llamadas los Tejedores de Sombras. Esos seres, como vuestras arañas, tienden sus pegajosas redes en el espacio, y ejercen una fuerza tal a su alrededor que ni la luz puede escaparse de su atracción. Nosotros, que somos grandes estudiosos del cosmos, no le dábamos más credibilidad a estas historias que a los cuentos fantásticos que están presentes en todas las civilizaciones y que vosotros, por ejemplo, denomináis leyendas. Pero tan absorto estaba en la consecución de mi objetivo y con tanta urgencia lo buscaba, que no fui consciente del lugar en el que emergía de mi viaje hasta que los primeros zarcillos de sólida oscuridad me envolvieron.

Lo curioso es que lo primero que vino a mi pensamiento no fue el riesgo que corría mi propia existencia, si no que al final no podría hacer nada por evitar el fracaso de mi misión y que mi mundo estaría sin duda sentenciado.
Intenté escapar, forcejeé. Luché con mis escasas fuerzas, por mí, y por todos aquellos que había dejado atrás y esperaban expectantes mi regreso, pero la corriente que me arrastraba era demasiado fuerte y al final, cansado y muy cerca del colapso total, me rendí.

Mi pueblo, Pablo, utiliza sentidos con los que podemos percibir cosas que vosotros aún no podéis apreciar. Durante aquel trayecto, en la más absoluta oscuridad, asistí impotente a la mayor demostración de poder, muerte y destrucción, que alguien pudiese imaginar. Había cantidades ingentes de vehículos espaciales, varados y envueltos en tentáculos como aquellos que me mantenían prisionero y me arrastraban. Naves de formas imposibles, brillantes y estilizados bajeles, amenazadores navíos de guerra del tamaño de planetas… Casi todas pertenecientes a civilizaciones desconocidas por nuestra especie. Quizás provenientes de mundos desaparecidos ya. Al mismo tiempo, también colapsaba mis sentidos el eco torturado de los millones de vidas arrebatadas antes de tiempo.

¡Y nosotros nos jactábamos de dominar el tiempo y el espacio! ¡Qué pequeños e insignificantes parecían los logros conseguidos por mi pueblo, en comparación con tan enorme despliegue de poder!

El dolor por todo aquello que contemplaba, y que se reproducía a mi paso como una muestra del horror que había sucedido en aquel punto del espacio, se hizo insoportable. Saturó mis sentidos. En más de una ocasión estuve a punto de perder el conocimiento. Pero al final, y no sin gran esfuerzo, pude resistir y permanecer consciente todo el tiempo que duró aquel aterrador viaje. Cuando la corriente se detuvo, supe que al fin estaba ante él. Ante el Tejedor de Sombras. No pude verle, porque apenas se diferenciaba de la oscuridad que le rodeaba, sin embargo pude sentir su enorme poder, su falta de sentimientos de piedad o de escrúpulos. El peso de la eternidad de su existencia.

La Criatura no necesitaba disfrazarse y se mostró tal cual era. Cuando comprobó mi estado de agitación, me tranquilizó al instante diciéndome que su intención no era la de hacerme daño, que precisaba convertirme en mensajero de su conocimiento.

Yo estaba sorprendido, porque después de todo lo que había presenciado, y que según él había sido inevitable, no me esperaba en absoluto ese recibimiento. Pero de alguna forma yo sabía que era verdad. La Criatura no necesitaba engañarme. Si hubiese querido hacerme daño, yo no habría podido evitarlo, puesto que desde el primer momento había estado a su merced. Así que, después de tranquilizarme, comenzó por hacerme saber que esperaba mi llegada. También me dijo, con crípticas palabras, que me daría la solución para el problema que me afligía sin pedirme nada a cambio, pero que debía saber que el mal que atemorizaba mi mundo tan solo era una pequeña parte de un problema mucho mayor. Algo que amenazaba con sembrar el caos en el Universo y que, de suceder, acabaría con el orden conocido. Una situación que podría poner en peligro hasta su propia existencia, pues los tiempos de fin se acercaban y la madeja del destino desenliaba sus hilos demasiado despacio como para poder preverlo todo con la antelación suficiente.

Yo todavía no había pronunciado una palabra, Pablo, pero no hizo falta. Asistí atónito a la más extensa demostración de conocimientos que pudiese imaginar, acerca del problema que me había obligado a viajar desde mi mundo hasta aquel confín del Universo.

Tras su exposición inicial, la criatura me contó que la solución a mi problema se hallaba en un pequeño planeta de una galaxia menor. En el borde exterior del Universo. En un mundo que sus habitantes denominaban la Tierra. Fue él quien me dijo con quien debía de contactar y cómo debía de hacerlo.

Sé que todo esto te parece increíble, Pablo, pero me contó cosas que sólo con el transcurso del tiempo se han demostrado ciertas. Cosas que aquella criatura no podía conocer de ningún modo, salvo que pudiese ver lo que estaba por venir.

Me dijo, por ejemplo, que me ayudaríais y que me llamaríais Flik. Que las máquinas, en su locura megalomaníaca, aceptarían al nuevo retador, y que antes de finalizar La Prueba acabaríais pidiendo nuestra ayuda, con lo que muy pronto podría devolveros el favor. Sin darme más explicaciones al respecto, porque se me revelarían más adelante, fue tajante al ordenarme que no debía involucrar bajo ninguna circunstancia a los adultos de tu especie. Pero también me dijo que no tuviese temor de contar con vosotros, a pesar de vuestra reducida trayectoria vital, porque todos erais piezas fundamentales y estabais destinados a jugar un papel decisivo, aunque todavía no podía saber cual, en la salvación del Universo.

También me contó cosas que aún no se han cumplido y que no sé cómo interpretar. Como que erais tres pero que pronto seríais cuatro, y un aluvión de detalles extra que no me dejaron duda alguna acerca del profundo conocimiento que aquel ser tenía de la situación.

No me preguntes cómo, pero supe que aquello que estaba oyendo era cierto. Que no había mala intención ni engaño en las palabras de la Criatura.

Nada más terminar me obligó a irme de sus dominios, puesto que me contó que sentía un hambre desmedida y que estaba haciendo un enorme esfuerzo por no alimentarse de mí. Así que me empujó con una enorme fuerza al espacio. Muy lejos de su atracción.

¿Qué podía hacer yo entonces?

Estaba desesperado. Había agotado todas las posibilidades y sabía que ya no me quedaba tiempo. Por esa razón decidí partir en busca de la Tierra, porque no tenía nada que perder.

Y el resto de la historia ya lo conoces.