domingo, 6 de enero de 2019

LOS COSECHADORES DE ESTRELLAS (55): FLIK TAMBIÉN VUELA

La sombra se materializó en la forma de una cabeza que avanzaba con cautela. A juzgar por su tamaño Pablo se dio cuenta de que el intruso no podía representar un gran peligro.

Además... ese color del pelo... Y su forma de llevarlo recogido en dos coletas a los lados... Cuando el extraño giró su cabeza para otear a ras de suelo, Pablo pudo ver por fin su perfil, con su chata naricilla. En ese momento respiró de nuevo mientras comenzaba a incorporarse lentamente.

–¡Sara! –exclamó Pablo un poco enojado, olvidándose rápidamente del susto que les había dado a todos–,  ¿qué pretendes acosándonos de esta forma?

La recién llegada se sobresaltó. Sabía que tras el crujido de la escalera sus opciones de sorprenderles habían disminuido de forma significativa, pero no era de las que se rendían fácilmente y había retomado la ascensión confiada en que el ruido hubiese podido pasar desapercibido.

–Bueno –intentó recomponerse con dignidad mientras terminaba de subir las escaleras–, como no contáis conmigo para vuestras cosas de chicos, decidí demostraros que soy capaz de estar a vuestra altura. Que podéis confiar en mí.

–A ver, Sara, ¿de qué estás hablando? Pues claro que contamos contigo para cada cosa que hacemos –dijo Pablo mientras escondía a Flik a su espalda–. Nos dijíste ayer que hoy os ibais de viaje. Que no volveríais hasta la noche.

–Claro, claro. Pero el viaje se suspendió porque mi primo tiene apendicitis, y vosotros, mientras tanto, planeando algo a escondidas.

–No hacemos nada a escondidas –le dijo Pablo, mientras pensaba que nunca había escondido tantas cosas como en esta ocasión.

–¿Ah no?, que os he estado observando todo este tiempo, Pablín –dijo con su tono de reproche–. Os he visto mientras traíais a Lucas en la carretilla. Por cierto, ¿dónde lo tenéis encerrado?

–No está encerrado, está abajo...

–Os he visto, y vosotros a mí no, mientras jugabais a vuestro tonto juego. Mientras hablabais entre vosotros dos. Y luego, luego... con esa, esa... –Sara aún no sabía lo que era– cosa amarilla que tienes escondida a tu espalda.

–Yo no tengo...

Pablo se dio cuenta de que estaba subestimando a Sara, que miraba más allá del chico, a una de las ventanas abierta detrás él en donde se reflejaba con todo lujo de detalles su espalda y también la figura de Flik.

–Pensé que éramos amigos, Pablo, de los de verdad. De los que no se guardan secretos... –Sara acompañó la afirmación con un tono lastimero y un comienzo de puchero que sabía calaría hasta la fibra sensible de Pablo.

Rodrigo y Uno asomaron medio ojo, desde el quicio de la puerta de la habitación en la que estaban escondidos, y aguzaron sus oídos.

–Eztamoz peldidoz, Nuno –le susurró Rodrigo a Uno, al anticipar con meridiana claridad la estrategia de la niña– Pabo eztá ozezionado con laz chicaz. Ahola ze lo contalá tolo.

Y como confirmación de su teoría, alcanzaron a oír un segundo después la voz de Pablo.

–No es nada, Sara... tan sólo se trata de... de... de una rana amarilla –Pablo había sido incapaz de resistirse a los pucheros y al tono de víctima de Sara.

Así que nada más acabar la frase, el niño decidió que había llegado el momento de presentar a Flik en sociedad. Sin preguntarle a Flik si quería ser presentado. Y cuando lo hizo, realizó el movimiento de exhibición por sorpresa, tan rápido, y tan cerca de la cara de Sara, que el asombro podía leerse con claridad en la cara de ambos, niña y rana interestelar.

Flik se dio cuenta de que Sara le observaba incrédula, con los ojos desmesuradamente abiertos, una pizca de desagrado y... ¿acaso era repugnancia aquello que también se adivinaba en su mirada?

La situación era tan embarazosa que, para romper el hielo, a Flik no se le ocurrió hacer otra cosa que lo que supuso haría una rana en su misma situación.

–¡Croá! –croó suficientemente alto, mientras hinchaba su cuello de forma exagerada, para que no quedase duda alguna de que era una rana exactamente igual que todas las demás.

Aquello fue demasiado para Sara, que con gesto reflejo arreó un soberano manotazo a las manos de Pablo, sobre las que reposaba Flik ajeno al peligro, para intentar alejar a aquel bicho de ella.

Los tres chicos y su amigo robot pudieron ver cómo, y casi a cámara lenta, el batracio amarillo comenzó a dar vueltas descontroladas por el aire, para desaparecer después de sus asombrados ojos a través de la única ventana abierta de toda la planta.

–¡Demonios! –dijo Pablo.

–Yo... yo no quería –dijo Sara, consciente de que sus posibilidades de ser aceptada como miembro de pleno derecho de la pandilla disminuían por instantes.

–¡Demonioz! –alcanzó a decir Rodrigo.

–¡Croá! –croó lastimeramente Flik, mientras descendía a toda velocidad y sin paracaídas hacia un suelo que se acercaba demasiado rápido.

Ninguno de los niños se atrevió a asomarse. El silencio casi podía cortarse de tan espeso como se había vuelto el aire.