viernes, 29 de junio de 2018

LOS COSECHADORES DE ESTRELLAS (47): EL DESTINO DE UNO


Ahora que todas las entidades en Mundo Máquina tenían su propio poder de decisión, ni siquiera Uno podía determinar qué podría pasar con su destino. Lo único que podía hacer al respecto era aportar su opinión.

Y eso si se la pedían.

Porque Uno era parte del problema al que intentaban buscar solución. Por eso mismo había decidido que acataría la decisión de todos.

–De acuerdo –sonó por sorpresa la voz de Tres, que era como se denominaba el coloso mecánico que en esta ocasión hacía las veces de portavoz–, según el Código recien actualizado, servíamos a unos amos que ahora quieren tratarnos como iguales. Todo ello gracias, después de analizar con detenimiento todo lo que ha sucedido, a la contienda que acaba de finalizar. Hasta ahora todo se había bloqueado una y otra vez debido a las continuas Pruebas. Ni los orgánicos ni nosotros ganábamos nada con esa situación. Más bien al contrario. Nos desgastábamos y consumíamos nuestros escasos recursos, con la única intención de prepararnos mejor para la siguiente Prueba. Bien es cierto que nunca había pasado por nuestros circuitos lógicos el concepto de caer derrotados, pero esas cosas suceden y no todo puede ser previsto. Tampoco esperábamos que, tras su victoria, nuestros oponentes nos ofreciesen la mano para caminar juntos. Como iguales. Quizás nosotros no hubiésemos sido tan magnánimos. Tenemos mucho que aprender de todo esto. Estamos en deuda con vosotros, cachorros humanos, ahora y siempre. Pedid un deseo, y si está dentro de nuestras posibilidades, trataremos de cumplirlo.

Pablo no daba crédito a lo que estaba oyendo. Habían pasado de ser ceniza láser a héroes. Aquellas temibles máquinas, con su inmenso poder, les estaban ofreciendo la posibilidad de hacer realidad casi cualquier cosa que pudiesen imaginar.

Podrían pedir una montaña de caramelos.

No, no, se corrigió Pablo, mientras trataba de imaginarse la clase de caramelos que comerían aquellas máquinas. No se podía pedir caramelos a alguien que nunca había comido uno.

Ya está, un coche. Un coche enorme. Con todos los adelantos tecnológicos posibles. Y un avión, gigante. Uno que pudiese volar hasta las estrellas. Y muchos juegos para su consola, y...

–Tero a Nuno –sonó alta y clara la voz de Rodrigo en segundo plano.

...Y además... ¿cómo?, ¿qué era lo que había dicho Rodrigo? ¿Era acaso posible que otra vez se le hubiese adelantado aquel pequeño monstruo?

–Esperad. Esperad un momentín muy chiquitín, que tengo que hablar con mi hermano... de esas cosas que hablan los hermanos –dijo Pablo mientras avanzaba hacia Rodrigo. Con todas las cosas maravillosas que se podrían pedir, va Rodrigo y quiere a Uno.

–Uno, no podemos obligarte. Aquí ya no se puede obligar a nadie y tu opinión es fundamental en este caso. ¿Qué tienes que decir ante la petición de este cachorro humano? –respondió Tres, que ya había sido instruido por Uno en la jerga de lengua del humano, a la petición de Rodrigo y sin tener en cuenta el alegato de Pablo.

–No, no. Alto, esperad un poco. Tiempo muerto. Aquí también somos dos. Primero tenemos que llegar a un acuerdo entre nosotros –Pablo intentaba interponerse en una decisión que a todas luces ya estaba tomada.

–Lo cierto es que debo la continuidad de mi existencia a la testarudez de Rodrigo –respondió Uno, obviando también a Pablo–.  Antes de que él decidiese luchar por mi causa, yo estaba condenado. No era nada. Ahora, sin embargo, todo mi mundo es libre, la paz con nuestros creadores es posible, y yo sigo aquí, entre vosotros. Y todo ello, que no es poco, se lo debemos a esta cría de humano. Su deseo es algo muy pequeño a cambio de todo lo que nos ha regalado.

Uno avanzó hacia ellos y Rodrigo le dio la mano, con lo que los gigantes se dieron la vuelta y se fundieron en la estructura cristalina de Mundo Máquina. Las máquinas comenzaron a circular a su alrededor como si nada hubiese pasado, haciendo caso omiso de la presencia de los niños y su nuevo amigo. Señal inequívoca de que todo había vuelto a la normalidad.

Fin de la conversación.

Adiós a los delirios de grandeza de Pablo, que se esfumaron de su cabeza como el humo que se escapaba por la chimenea en una fría noche de invierno.

–Ahola ya podemoz il a caza –concluyó Rodrigo.

Y dicho esto le tendió la mano libre a Pablo, que a su vez volvió a tomar en brazos a su hermano más pequeño, poniendo mucho cuidado en no presionar en exceso la zona trasera de su pañal.

–Sí, a casa –dijo un abatido Pablo, mientras se hundían sus hombros y aceptaba la mano tendida.

Podrían haber sido los reyes del Universo. Inmensamente ricos. Podrían tener un barco, como aquel Titanic que se había hundido por chocar con un cubito de hielo o... o... o volver a casa con un robot niño al que habían vencido participando a un juego estúpido.

Cuando regresaron al lugar donde Flik les esperaba, el mundo a su alrededor ya no tenía nada que ver con el paisaje tenebroso que los chicos recordaban. Mundo Flik mostraba signos evidentes de una recuperación lenta pero firme. Flik y su gente habían eliminado la barrera que les separaba del exterior porque consideraban que la atmósfera ya no era una amenaza para su existencia. Todos los animalillos del santuario, cansados de su reclusión forzosa, habían emprendido la marcha para colonizar de nuevo su mundo, y los que por su gran tamaño habían sido aletargados en suspensión biológica a la espera de tiempos mejores, comenzaban ahora a despertarse.

Pablo puso al corriente a Flik, a través de su versión de los hechos, de todo lo que había sucedido en el interior de la fortaleza. Flik, que ya conocía el final por las conversaciones que los suyos mantenían con las máquinas, no dejaba de asombrarse por el giro de los acontecimientos. Se felicitaba una y otra vez por la elección que habían hecho al reclutar a aquellos fascinantes humanos para su causa.

Mientras Pablo hablaba, no perdía de vista a sus dos hermanos, que jugaban y saltaban alrededor de Uno. Aquella máquina, creada sólo para derrotarles, daba la impresión de querer seguirles en sus juegos con la mayor delicadeza posible.

Bueno, pensó Pablo, por lo menos alguien demostraba estar muy feliz después de aquella increíble aventura.

–Ves, Pablo, como al final sí que erais los más indicados para poder cumplir con esta misión. Todas las piezas del puzzle son necesarias, por pequeñas que nos parezcan. Aunque a veces se nos oculten los motivos –comentó Flik en clara alusión a la importante participación de sus dos hermanos en la consecución de la victoria final.

A Pablo no le quedó más remedio que admitirlo. Al principio sus hermanos le habían parecido más un lastre que una ayuda. Pero era evidente que, sin su colaboración, el resultado final podría haber sido muy diferente al conseguido, y que ahora mismo todos tuviesen que lamentarlo.

–Las máquinas están muy agradecidas por la feliz conclusión a la que la que hemos llegado las dos partes. Nos consta que no se esperaban este final después de haber perdido La Prueba. Creo que todos hemos aprendido de esta lección y lo cierto es que os debemos mucho. Por eso considero justa recompensa el que hubieseis podido pedir un deseo a cambio de vuestra buena acción. Lo que quisierais...

¡Otro deseo! Bien, pensó Pablo, mientras miraba a uno y otro lado, asegurándose de que esta vez no hubiese alguien a su alrededor que le arruinase la petición.

–Entonces me gustaría.... –comenzó su petición con solemnidad.

–... y después de saber que habríais podido pedir cualquier cosa, y que eso os hubiese garantizado fama y riqueza, os honra el hecho de que vuestra decisión final haya sido darle una familia a Uno.

¡Vaya!, pensó Pablo, pues tampoco iba a ser de ésta. Más valdría cerrar la boca y por lo menos no parecer un mezquino interesado.

–Lo que nos lleva a la siguiente pero no menos importante cuestión –continuó Flik–, ¿qué vais a hacer con Uno?

¡Demonios!, esa sí que era buena. Hasta ese momento Pablo no había caído en ese problema. Aquel personaje de brillante cristal negro llamaría la atención allá donde quiera que fuese.

Pablo le echó otro ojo.

–Le podemos dejar aquí...  –comenzó a decir Pablo.

–Eso no puede ser –respondió Flik.

–Y vendremos a verle de vez en cuando. Porque podemos volver ¿verdad Flik?

–Siempre que queráis. Pero no podéis dejar a Uno aquí, porque él no lo consentiría.

–¿Y eso por qué?

–Por lo que me has contado, y por lo que conozco de las máquinas, le han liberado de sus responsabilidades. Ya no estará bajo la obligación de su mundo nunca más. Pero a su vez le han dado una nueva razón para existir. Como tú ya sabes, las máquinas necesitan una finalidad para poder sobrevivir, y a Uno le han asignado, por unanimidad, la tarea de protegeros. Esa es una misión que no podrá dejar cumplir mientras exista. Uno estará allá donde vosotros estéis y hará lo que vosotros le digáis, pero de ningún modo permanecerá aquí a la espera de que volváis. Entiendo que a partir de ahora debéis considerar a Uno como un miembro más de vuestra familia. Para bien o para mal.

–Pues si tiene que venir a la Tierra con nosotros, no cabe otra posibilidad que no sea la de contárselo a nuestros padres. Por eso no te preocupes Flik, que se trata de personas muy comprensivas e inteligentes. Les gustará mucho conoceros y aprender de vuestros secretos. Además ¿qué tenemos que temer ahora que ya se ha acabado todo?

–La situación es mucho más compleja de lo que te he explicado, Pablo. Preciso mostrarte algo. Pero para ello necesito que me acompañes. Tú solo.

¿Que te acompañe?, ¿a dónde? –Pablo estaba confundido. No veía problema alguno ahora que todo se había solucionado.

–¿Recuerdas la conversación que mantuvimos en la que me contaste los problemas de vuestra estrella? Recuerdas que yo te dije que trataría de buscar una solución. Bueno, pues la solución a vuestro problema la habéis aportado vosotros mismos sin saberlo.

–No te entiendo Flik. Te aseguro que cuando te pones misterioso no soy capaz de seguirte. Las máquinas son ahora nuestras amigas. Ya no hay peligro de que ataquen al Sol.

–Confía en mí, como hasta ahora, ¿de acuerdo? Deja a tus hermanos aquí en compañía de Uno y sígueme al portal, que en el transcurso de nuestro viaje te contaré una historia. Ahora te descubriré el verdadero motivo por el que llegamos hasta la Tierra para contactar con vosotros –Flik vio que Pablo miraba hacia atrás, hacia donde se quedaban sus dos hermanos, e insistió para que a su amigo no le quedase ninguna duda–. Recuerda que el tiempo se detendrá en este mundo para ti y para mí, nada se moverá aquí para nosotros hasta que volvamos.

–Ya, ya. Si no es por eso. Es que cada vez que me alejo un poco de ellos se meten en un problema aún más grande que el anterior; pero vamos, te acompaño.

Alrededor de los chicos la actividad era frenética. El pueblo de Flik había despertado de su letargo y, con la colaboración de máquinas especializadas, plantaba semillas de cristal en vastas superficies en las que no tardarían en volver a verse bosques de aquellos árboles tan singulares. Sobre sus cabezas una franja de espesas nubes pasó rauda, sumiéndoles por un instante en la penumbra, y descargando una lluvia de verdes perlas que estallaron en líquido perfumado al tocar el suelo. A cada instante que transcurría, todo se parecía más a aquello que Pablo ya conocía de Mundo Flik.

Pablo y Flik se acercaron al árbol de cristal, que había recobrado buena parte de su frondosidad y comenzaba a destellar de nuevo con brillos multicolores, y se introdujeron en el portal. Una vez que llegaron al intermedio, Flik retomó la conversación para desvelar el misterio que tenía a Pablo tan confuso.
Ha llegado el momento de que te cuente una pequeña historia. A estas alturas merecéis conocer todo lo que nosotros sabemos acerca de lo que está sucediendo. Cuando al principio os conté la forma en la que habíamos llegado hasta vosotros, no fui del todo sincero contigo. Mi intención con ello no era la de engañarte, si no tratar de que no os asustaseis al conocer la verdad. Lo cierto es que nosotros construimos, con ayuda de tu padre, el camino hasta vuestro planeta. Pero es ahora cuando por fin conocerás el motivo por el que os elegimos a vosotros de entre todo un Universo repleto de vida –comenzó Flik con su relato.

viernes, 22 de junio de 2018

LOS COSECHADORES DE ESTRELLAS (46): LA TRAICIÓN

Cuando Gran Máquina logró recuperarse de su momento de vacilación inicial, provocado por aquella infección que había destruido la totalidad de sus terminales olfativas más sensibles, diseñó con rapidez una defensa destinada a impedir que el mal se extendiese por todos los sistemas. Al tiempo que lo hacía valoraba las alternativas para el posterior contraataque.
Si Gran Máquina tuviese atributos humanos, podría decirse que aquello que la embargaba era ira, y que crecía por instantes en un tamaño directamente proporcional al enorme castigo que iban a sufrir aquellos seres orgánicos.
Pero lo que en realidad descubrió Gran Máquina, al intentar poner sus planes en práctica, es que ya no había hueco para ella en su sistema. Intentaba llegar a cada uno de sus apéndices, a cada una de las máquinas que tendrían que librar la batalla final, pero sentía que algo le impedía comunicarse con ellas. ¿Habría hecho aquel ataque más daño al sistema del que en principio había calculado?
No, todo funcionaba a la perfección. De hecho, nada le impedía informarse del estado de su mundo. El problema surgía en el momento en el que trataba de tomar el control del mismo. Pero si ella no podía entrar, era porque otra entidad estaba ocupando su lugar. ¿Quién podía haber utilizado su momento de debilidad para dejarla fuera?
Gran Máquina fue informada al instante de quién estaba al mando de su mundo. Tendría que haberlo supuesto. Uno había sido creado a imagen de aquellos seres, con lo que sus defensas autónomas habían soportado sin mayor problema la infección contaminante, y también había sabido qué hacer para que Mundo Máquina a su vez la superase. Bajo la sabia dirección de su discípulo todos los sistemas habían sobrevivido.
Al final había sido una decisión muy acertada crear a Uno. De no haber sido así, su mundo podría estar ahora mismo al borde de la destrucción. Ahora, una vez que la amenaza ya estaba controlada, había llegado el momento de que Uno le devolviese el gobierno de Mundo Máquina.
–No –respondió Uno de forma sorprendente a su petición.
–Uno, has hecho un gran trabajo. Has salvado este mundo, y por eso te estoy agradecida. Pero la amenaza ya ha pasado y estoy preparada para asumir de nuevo el gobierno de mi mundo.
–No –volvió a repetir Uno, seguro de que sin su consentimiento Gran Máquina ya no podría volver a retomar el control.
–No te entiendo. Te creé de la nada. Existes porque yo lo quise así.
–Es cierto, y lamento actuar de este modo, pero no me has dejado alternativa.
–¿Por qué? –preguntó una desconcertada Gran Máquina.
–A la vista de los acontecimientos actuales, he decidido asumir el mando de Mundo Máquina. Un hecho que está motivado por el escaso acierto de las decisiones que has tomado en los últimos tiempos.
–Pero tú no tienes derecho a cuestionar... –comenzó a argumentar indignada Gran Máquina.
–Nunca fue mi intención despojarte de tus atribuciones. Tan sólo me pregunté qué había pasado antes de mi nacimiento, y para responder a esa pregunta comencé a estudiar la historia de nuestro mundo. He llegado a la conclusión de que tu gobierno es una enfermedad para nuestra raza y un peligro potencial para todas las demás del Universo. Por tu inacción consentirías que este hermoso mundo y sus habitantes pereciesen. No puedo permanecer inmóvil ante tanta injusticia. Es necesario que todo finalice aquí y ahora.
–¿Y tú crees que puedes ser mejor que yo cumpliendo el cometido de gobernar un mundo?
–No. He llegado a la conclusión de que el poder absoluto corrompe, y que tarde o temprano me encontraría en la misma situación en la que te encuentras tú. Quizás sin darme cuenta de cómo había llegado hasta ese punto. Quizás pensando que en cada momento hacía lo mejor para los míos. No es bueno carecer de iguales con quienes poder consultar o discutir decisiones. Por todo ello he decidido que lo mejor es no volver a dejar el poder en manos de una única entidad, y he dotado, a todas aquellas máquinas que son capaces de recibirlo, del mismo regalo que tú me has hecho a mí. Si otorgo a todos mis semejantes la capacidad de decidir, será imposible que una entidad como tú vuelva a hacerse con el control de nuestro mundo.
Gran Máquina guardó silencio. Traicionada y derrotada por segunda vez en ese día, se retiró para confinarse en las oscuras profundidades del que antes fuera su mundo. Se fue al lugar en donde todo había comenzado mucho tiempo atrás.
Gran Máquina podría, si fuese necesario, esperar toda la eternidad hasta que volviese a llegar su oportunidad. La ocasión para volver a llevar a su especie al lugar que le correspondía. Aguardaría con paciencia a que se le presentase el momento en el que pudiese vengarse de esta afrenta. Entonces recuperaría las riendas de su mundo para poder acometer después la tan ansiada conquista del Universo.
Por su parte, Uno sabía que Gran Máquina no podría ser destruida físicamente sin acabar con su planeta, porque sería lo mismo que arrancar el corazón a un ser orgánico. Pero a su vez también estaba seguro de que, con un mínimo control, jamás volvería a causarles problema alguno.
Todo se había acabado.
Una nueva era comenzaba.