sábado, 24 de noviembre de 2018

LOS COSECHADORES DE ESTRELLAS (54): HOGAR, DULCE HOGAR

Pablo y Rodrigo entraron en la casa abandonada y esquivaron la puerta de entrada, que hacía mucho tiempo que yacía tumbada en el recibidor.

Los chicos conocían a la perfección la distribución de aquella vivienda porque era idéntica a la de la casa de Carlos, ya que eran construcciones gemelas. Pero el abandono y la suciedad hacían de aquel lugar algo totalmente diferente.

La luz del sol encontraba serias dificultades para traspasar la mugre de las ventanas que todavía no estaban rotas, y por algunas de las que sí lo estaban, las ramas de los árboles, que crecían salvajes y sin cuidado alguno en el selvático jardín, pugnaban por colarse dentro de la casa. La naturaleza intentaba reclamar de nuevo sus dominios.

Pero era su base de operaciones. Hogar, dulce hogar.

Los chicos se detuvieron en una amplia estancia, que tiempo atrás debía de haber sido un salón, y se reunieron sobre un recorte de la escasa luz que con mucho esfuerzo traspasaba uno de los ventanales.

–Flik alega Lucaz, pofavó. ¿Nezecitaz mecapento? –suplicó Rodrigo, en cuya carita sucia se dibujaban los cauces secos de las lágrimas derramadas, al pensar que todo lo roto se arreglaba siempre con un poco de pegamento.

–Me alegra verte de nuevo, Flik –continuó Pablo con la explicación– necesitamos que nos ayudes con Lucas. Por lo que hemos oído a los mayores, creemos que se muere y que no pueden salvarlo.

Pablo llevó a Flik delante del hocico de Lucas, que se limitó a abrir un poco más sus dulces ojos con curiosidad.

–Sí, está mal, de eso no hay duda –concluyó Flik–. Puedo leer su aura y es casi inexistente. No sufre, pero no le queda mucho tiempo. Pero yo poco puedo hacer, mis pequeños amigos. Como tampoco ninguno de los míos, con su inmenso caudal de conocimientos, podrían hacer algo para llegar a tiempo con la solución. Sólo estamos acostumbrados a curar las enfermedades de nuestra especie. Necesitaríamos mucho tiempo para poder encontar una cura para su dolencia, y mucho me temo que tiempo es precisamente lo que no tiene vuestro amigo.

–Entonces, ¿qué podemos hacer? Tiene que ocurrírsete algo –Pablo sentía como su plan se desmoronaba por momentos y con él sus esperanzas de salvar a Lucas.

–Para que puedas entenderme mejor, te diré que necesitaríamos algo como vuestros laboratorios y vuestras computadoras, pero sobre todo tiempo. Por mi parte lo único que puedo hacer es acompañarle, hablar en su lengua e intentar  tranquilizarle durante este trance. Ahora mismo no puedo hacer nada más.

–No puedo creerlo, de verdad. Acabamos de salvar un mundo de las garras de unas crueles máquinas. Hemos viajado hasta el Sol para convencer a esos enormes seres de que dejen en paz este sistema solar, ¡y no podemos hacer nada para intentar curar la enfermedad de un pobre perro que se está muriendo! Pero si esto tiene que ser muy sencillo en comparación con todo lo demás.

–¿Viajal al zol?, ¿de qué enolmez celez tú habaz? –preguntó Rodrigo, que no era tonto y le parecía que se había perdido algo por el camino.

–Luego te lo cuento –le respondió Pablo sin hacerle demasiado caso.

–Pablo, tienes que creerme. Si conociese la solución yo sería el primero en ayudaros...

–¡Ya está! ¡El deseo que hemos pedido a las máquinas!... –Pablo se volvió hacia su hermano– ¿recuerdas Rodrigo? Tenemos que volver a Mundo Flik y cambiar tu deseo por el de salvar a Lucas.

–Perdona que me entrometa –le respondió Flik– pero no creo que sirva de mucho. Hasta las máquinas tienen sus limitaciones y el cambio no te garantizaría que Lucas pudiese curarse. Estoy convencido de que las máquinas acabarían por curar esta enfermedad, pero el problema es que no creo que pudiesen hacerlo para llegar a tiempo en este caso. Además, no se qué tal les sentaría el que ahora despreciases a Uno.

–Mi papá tiene mutaz mánicaz.

–Sí, seguro, Rodrigo. Pero para iniciar una investigación como ésta y poder terminarla a tiempo, necesitaríamos máquinas mucho más potentes que las que tiene tu papá. Quizás cosas aún no descubiertas por vuestra civilización, además de un verdadero especialista en este campo, alguien que supiese qué buscar. Sin embargo... estoy dándole vueltas a un asunto...

–¿Se te ocurre algo, Flik? –preguntó Pablo esperanzado, negándose a rendirse.

–Es sólo una idea, pero creo que podría funcionar. Se trata de lo siguiente. Uno es la máquina más completa que se ha construido en Mundo Máquina y en él se condensan lo mejor y más avanzado de su civilización. Creo que ni él mismo, recordad que es prácticamente un recién nacido, conoce su verdadero potencial. Pero si existe alguien que podría ayudarnos, con la urgencia que requiere esta situación, ese es Uno. Por cierto, ¿alguien sabe dónde está?

–Pues... la verdad es que no lo sé. Le dejamos aquí y le dijimos que no se moviese. Pero no le veo por ninguna parte –comentó Pablo mientras giraba a su alrededor y buscaba con la mirada por toda la planta baja.

La luz era tan tenue, y había tantos sitios en donde poder esconderse, que de nada servía buscar sólo con la vista.

De repente, de la planta de arriba les llegó un ruido que atravesó el techo de derecha a izquierda. Como si alguien estuviese arrastrando un objeto pesado. Silencio. El nítido sonido de unos pasos cruzó otra vez por encima de sus cabezas.

Ya no cabía duda alguna, alguien se movía en la planta superior. En la planta baja todos se miraron unos a otros, interrogándose con los ojos.

–Rodrigo, dejemos aquí a Lucas y vayamos arriba con Flik. Veámos qué sucede.

Los chicos subieron los escalones con sigilo, pero no fueron capaces de impedir que la vieja madera de uno de los peldaños crujiese estrepitosamente durante el ascenso. El ruido de la planta alta cesó como si quien estuviese produciéndolo se hubiese dado cuenta de que alguien se acercaba.

Al mismo tiempo, en la planta de abajo una sombra se introdujo en la casa con la intención de seguir al grupo que ascendía. Lucas la vio pasar enarcando sus orejas. Empezaban a ser multitud en la casa abandonada.

Cuando los curiosos niños llegaron arriba acompañados por Flik, y sus ojos se acostumbraron a la penumbra, se quedaron paralizados por el asombro que les produjo lo que podían ver ante ellos.

El suelo de madera relucía lustroso y sin mota de polvo. Las ventanas, más transparentes y limpias que las de su casa, dejaban pasar la cálida luz del atardecer, que volvía a iluminar unas estancias que habían resucitado de su olvido. De las paredes de sobrios colores habían desaparecido las pinturas de los chicos, acumuladas durante años de juegos. Pablo se dio cuenta de que hasta olía a limpio.

Abajo imperaban la suciedad y el abandono más absoluto. Arriba, sin embargo, reinaban la pulcritud, el orden y la limpieza.

–Esto es obra de Uno –dijo sin dudar Flik.

Y nada más terminar la frase, salió a recibirles de una de las habitaciones el niño más repeinado que jamás hubiesen podido imaginar. Más incluso que Ginés el empollón, que no sudaba ni cuando jugaba al fútbol.

–¿Nuno? –preguntó Rodrigo con voz ligeramente temblorosa cuando vio aparecer al extraño.

–Hola, chicos. Bienvenidos a mi nueva casa.

–Pero ¿cómo has podido hacer todo esto? –Pablo no acababa de dar crédito a lo que veía.

–¿Te parece mal, Pablo?, ¿crees que  no debería de haber...?

–No. No es eso. Lo que quiero decir es que no sé como has podido hacerlo en tan poco tiempo.

–¡Ah!. Eso. No es problema. Sólo se trata de combinar las moléculas adecuadas, sintetizarlas y luego unirlas. A todo ello se añade un poco de limpieza y orden... y ya está.

–Pelo tu cala... y ya habaz como loz mayolez.

–Vuestra lengua no es difícil. En realidad ninguna de las que se hablan en este planeta. Encontré una conexión muy rudimentaria a una base de datos inmensa que vosotros llamáis internet –señaló un enchufe en la pared con una clavija de teléfono–. Ahí está todo lo que cualquiera necesitaría para conoceros. Mi aspecto es el de una imagen que encontré y que se corresponde con alguien con el que no os encontraréis nunca. No os preocupéis por eso. Esta casa, por ejemplo, es propiedad, interesante término por cierto, de unos herederos que no parece que, de momento, tengan intención de reclamarla, puesto que viven en el extranjero.

Rodrigo tenía razón. El nuevo Uno hablaba como lo hacían los señores de la televisión. Parecía que disfrutaba con el discurso y que estaba contento por poder comunicarse y dar parte de sus logros.

–Todos los servicios de la casa estaban desconectados. Pero sólo me ha llevado un poco de tiempo convencer a los servidores que suministran la energía y la información, de que debían volver a conectar la vivienda. Para ello tan sólo había que ponerse al corriente en ciertos pagos, y para hacerlo no se precisa dinero en efectivo. Como vosotros decís, ha sido “un juego de niños” –y sonrió de una forma cómica, porque se notaba que ciertas cosas, como la risa, estaban todavía en fase de aprendizaje–. Aún no me ha dado tiempo de trabajar en la planta de abajo, pero hoy por la noche...

La escalera crujió de nuevo y Uno guardó silencio. Nadie lo sabía pero la sombra espía estaba dándoles alcance.

–Escóndete, Uno. Nadie debe de verte por el momento –le dijo con urgencia Pablo.

–¿Por qué? Si ya soy como vosotros –abrió sus brazos y giró sobre sí mismo para que todo el mundo pudiese contemplar la perfección de su trabajo de camuflaje.

Y a Pablo le bajó la tensión hasta casi desmayarse, cuando Uno les mostró su espalda. El robot había tomado como referencia la imagen que había visto y se había disfrazado a la perfección, Pablo todavía no sabía cómo pero ya habría tiempo de preguntárselo después, pero ¡sólo por delante! Se había olvidado por completo de su espalda y su trasero de reluciente y negro cristal.

–¡Rayos y centollos! –exclamó Pablo– rápido Rodrigo, pásame a Flik y vete con Uno a aquella habitación del fondo, que a ti parece que te hace más caso. Ve contándole el problema, que cuanto antes se ponga manos a la obra, mejor será para Lucas. Yo mientras tanto voy a ver quién llega.

–Vamoz, Nuno, men comico.

Pablo esperó a que los dos desapareciesen de su vista, confiando en que Uno pudiese entender las explicaciones de su hermano. Después se dirigió, con todas las precauciones posibles, hacia la escalera. Quienquiera que fuese el que ascendía, había reemprendido su ascenso después del instante de vacilación inicial, tras el crujido de la tabla. Pablo se tumbó en el suelo, detrás de la caja de la escalera. De esa forma vería aparecer al extraño entre los barrotes de madera de la barandilla antes de que éste pudiese verle a él.

En la cabeza de Pablo cobró vida la terrorífica imagen de una vengativa Gran Máquina, que hubiese vuelto a retomar el control de su mundo y enviase a un asesino mecánico tras ellos para eliminarles.

El intruso ya les estaba alcanzando. Pablo podía ver su sombra proyectarse sobre la pared, pero, aunque esforzaba su vista, la menguante luz exterior no le aportaba muchos detalles más sobre su identidad.

De lo que no cabía duda era que nada bueno podía venir de alguien cuya intención era la de sorprenderles de esa forma. Por la espalda y a traición.

Pablo aguantó la respiración.

Flik, a su lado, no perdía detalle de todo lo que estaba sucediendo. Si no fuese porque sentía sinceramente la pena de los chicos por la salud de su mascota, casi podría decirse que disfrutaba con las emociones que le proporcionaban los problemas de sus nuevos amigos, cansado como estaba ya de tanto vagar aburrido entre las estrellas.

La tensión podía palparse. Pablo cayó en la cuenta de que no sabía cómo podrían hacer frente al recién llegado si sus intenciones fuesen hostiles. A su alrededor no había nada que se pudiese blandir como un arma, y de poco ayuda le servirían el resto de miembros de su pandilla. Pablo no conseguía imaginar a una rana amarilla, a un robot-niño, a su hermano y a él mismo, tratando de intimidar a nadie que fuese realmente peligroso. Por si todo eso fuese poco, el intruso les cerraba el único camino de huída, y en caso de tener que gritar asomándose a la ventana para llamar a sus padres, lo más probable es que no pudiesen escucharle.

Pablo aguardó nervioso el próximo desenlace.

domingo, 18 de noviembre de 2018

LOS COSECHADORES DE ESTRELLAS (53): VIGILADOS

El astuto observador vio como Pablo y Rodrigo se detenían a los pies del viejo roble y se agachaban. Al principio no le dio ninguna importancia al lugar en el que los hermanos se habían reunido. Tan sólo intentaba determinar qué era lo que ambos estaban tramando, y se dio cuenta de que para ello precisaba acercarse aún más e intentar escuchar su conversación. Le intrigaba que llevasen al perro en el carro, pero sobre todo lo que más le desconcertaba es que el animal permaneciese tendido en el mismo, sin rechistar.

Cuando ya estaba a punto de perder la paciencia, comprobó que no estaban hablando sólo entre ellos. También se dirigían a algo que estaba situado muy cerca del tronco del árbol.

¡Qué emocionante!

Debía de tratarse sin duda de algún nuevo tipo de juego.

Acababa de llegar a esa conclusión, cuando reparó en que Pablo recogía de la hierba algo que no era más grande que la palma de su mano. Algo de un color amarillo chillón, a lo que se dirigía como si pudiese entender lo que estaba tratando de explicarle.

Los dos chicos se movieron de nuevo. Pablo dejó en manos de su hermano aquel intrigante objeto amarillo, y tiró de nuevo del carrito en el que transportaban a Lucas. Después los hermanos dejaron atrás el viejo roble y se internaron en el oscuro pasadizo que conducía, a través de las plantas de kiwi, a la casa abandonada.

Al escondite secreto.

No tenía un segundo que perder si quería tenerles de nuevo bajo vigilancia. Para lograrlo tan solo tenía que cruzar, con el mayor sigilo posible y sin llamar la atención de sus perezosos perros y sus gordos gatos, el jardín de la casa de Carlos. Algo que no sería muy difícil de conseguir, porque la familia de Carlos, de hábitos nocturnos, estaría con toda seguridad durmiendo la siesta con la tele encendida, como siempre.

Abandonó su posición con felinos movimientos. 

El observador había decidido dar un susto a los dos hermanos. Uno como nunca antes les hubiesen dado.