viernes, 26 de enero de 2018

LOS COSECHADORES DE ESTRELLAS (35): REBELIÓN

Uno había sido creado como una entidad autónoma, capaz de tomar decisiones por su cuenta, a imagen y semejanza de su rival. Pero mejorada según la interpretación de Gran Máquina, que había copiado con el mayor de los detalles y dentro de las lógicas limitaciones, hasta la forma física de Pablo. El plagio podría haber sido considerado por cualquier observador como una burla, o incluso como una posible muestra de humor por parte de Gran Máquina.
Nada más lejos de la realidad. Las máquinas no tenían sentido del humor. Esa era una función superflua, como tantas otras de aquellos organismos biológicos, producto, según los análisis de Gran Máquina, de una evolución ineficaz e incompleta.
Gran Máquina, que no necesitaba dar explicaciones a nadie de sus actos, tan sólo había tenido en cuenta una prioridad a la hora de concebir a Uno tal y como lo había hecho. La de demostrar la ineficacia del diseño orgánico en el mismo volumen que ocupaban aquellas criaturas. Gran Máquina hasta ese momento se había limitado a retardar la llegada de aquellos otros dos seres, y a calcular probabilidades para predecir el futuro en base a lo que sucedía.
Pero había algo que no acababa de encajar y la desconcertaba. Aquellos dos cachorros humanos debían de tener un plan oculto. Sus erráticos movimientos tenían que obedecer a alguna finalidad que por el momento se le escapaba. No era lógico que mostrasen unos signos de alegría tan grandes. Sabía, gracias a sus análisis, que cuando aquellos seres mostraban aquel estado de euforia era porque las cosas les estaban saliendo bien. Sin embargo los hechos demostraban que no era así.
¿O acaso la engañaban sus sensores?
Gran Máquina estaba un poco preocupada. Por eso analizaba una y otra vez el gran chorro de datos que le llegaba desde sus sensibles terminales en la Cámara, y estudiaba cada movimiento de sus rivales de forma auditiva, olfativa y visual. Precisaba descifrar el oscuro lenguaje con el que aquellos seres se comunicaban entre sí. Estaba convencida de que ocultaban sus intenciones envueltas en aquellas palabras aparentemente sin sentido.
Y lo de tomar el mando al revés... eso parecía otra muestra más de la seguridad que estaban exhibiendo durante todo el transcurso de La Prueba. Tenía que haber algo que se le escapaba y que todavía no había sido capaz de descubrir. Y no quería verse sorprendida de nuevo.
<<Mola pila Pelalo>>, recibió a través de sus receptores auditivos.
Con su increíble capacidad de análisis, comenzó a realizar variaciones de aquella frase en todos los lenguajes conocidos. Partió de la premisa inicial de que <<Pelalo>> debía de ser en realidad <<Pelayo>>, el nombre con el que designaban al más pequeño de los dos contrincantes. Y comenzó a realizar combinaciones con el resto de las palabras para intentar traducirlas.
<<Mola pila >> podría ser <<morapira>>... pero eso no tenía sentido alguno.
<<Molapira>>... sin sentido.
<<Morapila>>... sin sentido.
<<Gaaaaaaa>>, volvió a llegarle otro sonido desde la Cámara, y eso también podía significar cualquier cosa.
Pero donde se rompieron todos sus esquemas lógicos fue cuando sus transistores recibieron la siguiente comunicación. Tal fue su desconcierto, que solicitó comprobación y verificación de aquel sonido. Pero no había error posible, la trascripción era fiel y exacta.
<<Ambaguashita>>, palabra con la que sus contrincantes cambiaron radicalmente su forma de actuar.
Muy desconcertante. Justo después de pronunciar aquella palabra, que más bien parecía una declaración de guerra que otra cosa, de uno de aquellos peculiares seres emanó una nube de gas contaminante. Gran Máquina comprobó impotente cómo el astuto y sorpresivo ataque químico inutilizaba sus terminales nerviosas más sensibles.
Ahora tenía la convicción de que estaba a punto de suceder algo importante. Hasta ahora habían dejado que se confiase con alguna finalidad que todavía permanecía oculta. Como cuando había caído, en el primer enfrentamiento, en la burda trampa del aceite.
Aunque las posibilidades de que su vehículo saliese derrotado eran casi nulas, todavía no eran igual a cero, y en momentos como aquel, en el que sus rivales jugaban ocultando sus cartas, eso seguía constituyendo un problema. Necesitaba pasar al ataque.
Y fue entonces cuando Gran Máquina vio que la posibilidad de hacer que la victoria no dependiese del contrincante se había presentado por fin. La ocasión que llevaba esperando desde el comienzo de La Prueba había llegado.
Gran Máquina se comunicó con Uno en su lenguaje, para transmitirle su análisis de la situación y la solución definitiva que proponía.
El vehículo que Uno pilotaba era el más adecuado a las características del terreno en el que competían. No portaba armas de ataque, pero sus bajos estaban blindados de tal forma, que le hacían prácticamente invulnerable ante cualquier choque en esa zona. Si Uno embistiese el frágil bólido de sus rivales de la forma adecuada, acabaría por fin con ellos y sólo tendría que poner especial atención a las trampas del circuito. Gran Máquina no quería dejarles la posibilidad de utilizar sus cartas ocultas, fuesen cuales fuesen. No se arriesgaría a concederles ni una oportunidad porque no se fiaba de ellos en absoluto.
Uno recibió el mensaje, pero lejos de estar de acuerdo con él, aportó su propia solución, que era la de no arriesgar la integridad de su máquina. Uno prefería rodear a su contrincante, lejos de su alcance, y adelantarle por tercera y última vez.
Gran Máquina, que nunca antes había sido cuestionada en el mundo que gobernaba, se tomó la respuesta de Uno como un motín y trató de imponerle su alternativa con una orden directa y tajante.
Uno, hecho a imagen y semejanza de aquellos seres con los que competía, trató de resistirse con obcecación a la solución que Gran Máquina trataba de imponerle.
De ese modo, como resultado del tira y afloja entre Uno y Gran Máquina, sucedió algo que ninguno de los dos había previsto. El blindado se paró y se quedó clavado. Justo detrás del bólido de sus rivales.

sábado, 13 de enero de 2018

LOS COSECHADORES DE ESTRELLAS (34): LA REACCIÓN

Rodrigo pensaba que Uno era muy guapo, y eso para él era sinónimo de bondad y de persona en la que se podía confiar. Les había dejado jugar a los dos y se lo estaban pasando genial. Pelayo, a su lado, se agitaba de forma espasmódica y gritaba de emoción. El pequeñín accionaba la parte del mando que quedaba a su alcance como podía, y como consecuencia de sus órdenes el bólido se movía con impulsos erráticos e impredecibles.
Hacía mucho tiempo que Rodrigo no se lo pasaba tan bien. En casa eran muy pocas las ocasiones en las que Pablo le dejaba jugar con la consola. Y para Pelayo era la primera vez.
–¡Mola pila!
–¡Gaaaaaa!
Cuando Rodrigo se giró, no lo hizo porque pudiese oír a su hermano mayor, eso era imposible con el rugir del motor y los densos ruidos de la selva a su alrededor, pero algo dentro de su cabeza de sugirió que lo hiciese.
Y se asustó. No esperaba encontrarse con su hermano y con Flik tan cerca. Además su conciencia no estaba del todo tranquila, ya que se consideraba un poco culpable por haber desaparecido sin avisar.
Pablo parecía enfadado. Gritaba y golpeaba la pared invisible con mucha fuerza.
Y eso fue precisamente lo que tranquilizó a Rodrigo. La pared invisible. Nadie podía alcanzarles mientras estuviesen allí sentados.
Cuando todo acabase y la protección desapareciese… eso ya sería otra historia. Pero por ahora lo mejor que podía hacer sería disfrutar del momento. Quizás el enfado de su hermano desapareciese un poco más tarde. Así que Rodrigo, que era muy listo, optó por hacerse el loco y se limitó a saludar con la mano a su hermano mayor.
Pero, más allá de la barrera de protección, su hermano continuaba gesticulando de forma desesperada y señalaba a un punto en la pantalla, por encima de su cabeza.
Rodrigo miró hacia donde su hermano quería que lo hiciese y se quedó boquiabierto.
Entre la verde espesura de la selva, podía ver cómo algo enorme se acercaba y desplazaba la vegetación a su paso. Se movía muy rápido. Rodrigo no acababa de fijar la vista en lo que estaba por llegar, porque Pelayo seguía aporreando el mando sin control, y el bólido avanzaba trazando bruscas eses que le mareaban.
–¡Pelalo, gila tolo!, ¡tolo! –le ordenó Rodrigo a su hermano menor, para poder ver la amenaza a la que se enfrentaban.
Pelayo parecía incapaz de darse cuenta del peligro que les venía encima, así que Rodrigo le arrancó el mando de las manos le dejó estupefacto. El bólido entonces detuvo su alocada marcha y se congeló en una tensa espera.
Lo que fuese que se acercaba a su posición continuó apartando enormes árboles a su paso como si fuesen palillos. Al final, el monstruo salió de la espesura de forma violenta. Se trataba de un inmenso bulto cubierto casi por completo de la vegetación que había arrancado en su camino. Expulsaba un denso humo negro con enormes resoplidos de dragón.
A Rodrigo le recordó al elefante loco de aquella película de Tarzán, “La venganza de los hombres cocodrilo”, que había salido de la espesura de la selva aplastando a todos los que había encontrado en su camino.
–¡Ambaguashita! –gritó, de igual forma que lo haría su héroe, para tratar de controlar la situación.
Tarzán nunca se equivocaba. Así que una vez lanzado el grito de guerra, tiró de la dirección del bólido hacia la derecha y aceleró a fondo. Justo en ese momento, los chicos escucharon un siseo sibilante que sólo uno de los dos sabía a qué se correspondía.
<<Pfffffff>>.
–Pel-lón Pelalo –pidió disculpas de forma automática Rodrigo sin mirar a su hermano, después del incontenible escape de gases que había brotado de su retaguardia, fruto de la emoción del momento y de haber invertido poco tiempo en masticar adecuadamente la comida.
Como el mando de control estaba al revés, su bólido realizó un espectacular trompo a la izquierda y se detuvo. Ahora que por fin había situado su vehículo en el sentido correcto, Rodrigo sabía que era lo que tenía que hacer para huir del monstruo que se acercaba por detrás. Correr más que él. Y si de algo estaba seguro, era de que en una carrera nadie sería capaz de ganar a su bólido.

viernes, 5 de enero de 2018

LOS COSECHADORES DE ESTRELLAS (33): EL DESASTRE

Cuando sus ojos se adaptaron a la penumbra de la Cámara, pudieron ver que por parte de las máquinas competía Uno. El robot, como en la anterior ocasión, manejaba con soltura y precisión quirúrgica su mando. Era hipnótico contemplar cómo se movía con la mayor economía de gestos posible. En sus movimientos no había uno siquiera que sobrase.
En el lado opuesto de la mesa, frente a Uno, estaban sentados sus dos hermanos. El asiento se había modificado para poder acomodar a ambos. A pesar del velo de protección, que impedía verlo todo con la nitidez suficiente, Pablo se dio cuenta de que en el sitio que debía de haber ocupado él reinaba la juerga, el caos y la algarabía. Lo cierto era que Rodrigo y Pelayo no podían actuar de forma más opuesta a su rival.
A simple vista se notaba que sus dos hermanos lo estaban pasando genial. Rodrigo se inclinaba en la dirección en la dirigía el vehículo, hasta el punto de casi perder el equilibrio, mientras Pelayo botaba sin cesar en la silla.
Mucho más preocupante era lo que mostraba la pantalla.
Hasta Flik, que no entendía mucho de los entresijos de aquel juego, se dio cuenta enseguida de que algo no iba demasiado bien.
–Estamos perdidos, Flik. No hay posibilidad de que ganemos salvo que se repita este enfrentamiento –comentó cabizbajo Pablo.
Las imágenes mostraban una situación desoladora para sus intereses. El circuito elegido de forma aleatoria era uno de los favoritos de Pablo. Se trataba de Plantano, el mundo selvático en el que los vehículos circulaban casi siempre por pistas de tierra y barro. La mayor de las dificultades en ese planeta era esquivar las arenas movedizas y los pantanos cenagosos. Había que ser muy cuidadoso a la hora de elegir el vehículo apropiado para aquel terreno, y la verdad es que no había muchas opciones.
Uno había hecho lo correcto. Su modelo era un blindado de seis ruedas y tracción total, que repartía el peso con eficacia por toda la longitud de su cubierta inferior, casi indestructible.
Rodrigo, sin embargo, porque a Pablo no le cabía duda alguna de que había sido él quien lo había hecho, se había limitado a escoger su vehículo preferido. Una especie de bólido ligero y veloz, de grandes ruedas traseras y morro muy afilado, difícil de conducir a grandes velocidades y sin la tracción total tan necesaria para un terreno como aquel por el que circulaba.
Por encima de los dos excitados hermanos, la pantalla mostraba sus escasos progresos en el circuito.
Pablo dio la vuelta alrededor de la mesa para poder ver lo que veía Uno. La marcha imparable del vehículo de las máquinas.
El contador indicaba que Uno había completado dos vueltas enteras y que comenzaba la tercera y última. El número del casillero de los chicos mostraba un triste cero, lo que significaba que todavía estaban tratando de cubrir su primera vuelta. Pero eso no era ni mucho menos lo peor. No si se tenía en cuenta el agravante de que circulaban con total tranquilidad... ¡en sentido contrario!
No tenían nada que hacer. Uno era un rival inalcanzable en cualquier circunstancia, pero con esa ventaja sería implacable.
Mundo Flik estaba sin lugar a dudas sentenciado.
Pablo se acercó al velo protector e intentó llamar la atención de sus hermanos, golpeándolo y gritando. Pero al momento se arrepintió de haberlo hecho, pues, al aproximarse, se dio cuenta de que aunque creía que las cosas no podían ir peor, aún había capacidad para más sorpresas.
Dentro del círculo protegido, los dos niños reían, gritaban y manejaban el mando que sujetaban entre los dos... ¡al revés!
Pablo comprobó horrorizado cómo Rodrigo apretaba los botones de la parte derecha, mientras dejaba que Pelayo accionase las palancas de la parte izquierda de forma compulsiva y aleatoria. Obedeciendo las alocadas órdenes de sus hermanos el coche de la pantalla avanzaba, se paraba, daba unos tirones y se volvía a detener.
Pablo gritó más alto.
Rodrigo, alertado más por su sexto sentido que por otra cosa, ya que no podía oír a Pablo, se dio la vuelta. Fue entonces cuando pudo ver a su hermano mayor muy agitado, golpeando con su puño la pared transparente. Como respuesta a su gesto, Rodrigo saludó con las dos manos y llamó la atención de Pelayo, que se giró y saludó también, a la vez que agitaba sin cesar el mando en sus manos regordetas. Esos movimientos provocaron violentas y poco deseables reacciones en el bólido, que bordeó de casualidad un embudo de terreno muy peligroso.
Pablo se echó las manos a la cabeza y les indicó con gestos que mirasen a la pantalla. Podía ver en el esquema del circuito cómo el coche de Uno se acercaba a toda velocidad.
A Pablo se le ocurrió, como medida desesperada, que la única posibilidad que tenían sus hermanos para tratar igualar la contienda pasaba por intentar chocar su vehículo contra el de Uno. Con esa maniobra el bólido quedaría sin duda destrozado, pero si tenían un poco de suerte también podrían impedir que Uno cruzase la meta.
–Flik, ¿puedes hablar con ellos? –preguntó Pablo dándose la vuelta.
–No, Pablo, ya lo he intentado. Nada ni nadie puede interferir en La Prueba. No hay forma de ponerse en contacto con ellos. Tan sólo podemos esperar.
Pablo se giró de nuevo para mirar a la pantalla y trató de concentrarse en la comunicación con su hermano. Quizás él sí fuese capaz de entrar dentro de la cabeza de Rodrigo para trasladarle su desesperado plan.
Nada.
Cómo le gustaría a Pablo ser un jedi en ese momento, como Carlos. El habría podido comunicarse mentalmente con su hermano.
El bólido seguía su lenta marcha en contrasentido, sin intención ni rumbo aparente. Estaban irremediablemente perdidos.