Al principio de nuestra relación, cuando os conté el problema
de mi mundo, os dije que nuestra raza llevaba muchos siglos de los de vuestro
tiempo tratando de demostrar a las máquinas, a través de La Prueba, que éramos
los legítimos herederos de Los Creadores. Pero lo que todavía no os he contado
es el motivo por el que llegamos a la Tierra de entre un Universo con tantos
mundos habitados. Tantos como granos de arena tiene vuestra playa de San
Lorenzo. Sí, es cierto Pablo, el Universo es infinito, y nosotros jamás
habríamos llegado siquiera a sospechar de vuestra existencia de no ser por lo
que os voy a contar a continuación.
Muchísimo tiempo después de que comenzase nuestro conflicto,
llegó el día en el que nos dimos cuenta de que no podíamos ganar La Prueba.
Sabíamos que igualar la contienda una y otra vez tan sólo llevaría a nuestro
mundo a la destrucción por agotamiento, ya que no podría sobrevivir sin la
colaboración de las máquinas. Pero cuando les hicimos llegar nuestras
apocalípticas conclusiones, y les suplicamos que cambiasen su forma de proceder
por el bien de todos, ellas respondieron sin dudar que no recibirían órdenes de
nadie. A no ser que demostrásemos ser Los Creadores.
Imagínate nuestra desesperación cuando supimos que no
teníamos alternativa. Que para que todo volviese a funcionar de nuevo,
necesitaríamos vencerlas en una Prueba que no podíamos ganar.
Ese fue el momento en el que mi pueblo me encomendó la
urgente misión de recorrer el espacio
conocido en busca de ayuda. De alguien que supiese qué hacer para evitar que
sucediese lo que parecía inevitable, que este mundo y toda la vida que contenía
pereciese.
Con aquel enorme peso, y la esperanza de poder encontrar la
salvación que todos necesitábamos, partí hacia los confines del Universo,
dispuesto a dejar mi vida, si fuese preciso, en el empeño. Pero después de
muchos y agotadores viajes, me daba cuenta de que el tiempo pasaba y ninguno de
los amigos a los que había conocido era capaz de aportar la solución que mi
pueblo necesitaba.
En el último de mis desplazamientos, cuando la locura casi se
había adueñado de mi juicio debido al más que probable fracaso de mi misión, ni
siquiera me di cuenta de que un par de saltos atrás había tomado un camino
equivocado. Había aparecido en una zona del espacio nueva y desconocida para
los de mi especie. Nunca antes me había encontrado en un lugar tan vacío de
estrellas. Nunca antes había contemplado un espacio tan yermo.
Habíamos oído hablar a los más antiguos de otras razas de las
zonas oscuras, lugares del Universo habitados por unas crueles criaturas
llamadas los Tejedores de Sombras. Esos seres, como vuestras arañas, tienden
sus pegajosas redes en el espacio, y ejercen una fuerza tal a su alrededor que
ni la luz puede escaparse de su atracción. Nosotros, que somos grandes
estudiosos del cosmos, no le dábamos más credibilidad a estas historias que a
los cuentos fantásticos que están presentes en todas las civilizaciones y que
vosotros, por ejemplo, denomináis leyendas. Pero tan absorto estaba en la
consecución de mi objetivo y con tanta urgencia lo buscaba, que no fui
consciente del lugar en el que emergía de mi viaje hasta que los primeros
zarcillos de sólida oscuridad me envolvieron.
Lo curioso es que lo primero que vino a mi pensamiento no fue
el riesgo que corría mi propia existencia, si no que al final no podría hacer
nada por evitar el fracaso de mi misión y que mi mundo estaría sin duda
sentenciado.
Intenté escapar, forcejeé. Luché
con mis escasas fuerzas, por mí, y por todos aquellos que había dejado atrás y
esperaban expectantes mi regreso, pero la corriente que me arrastraba era
demasiado fuerte y al final, cansado y muy cerca del colapso total, me rendí.
Mi pueblo, Pablo, utiliza sentidos con los que podemos
percibir cosas que vosotros aún no podéis apreciar. Durante aquel trayecto, en
la más absoluta oscuridad, asistí impotente a la mayor demostración de poder,
muerte y destrucción, que alguien pudiese imaginar. Había cantidades ingentes
de vehículos espaciales, varados y envueltos en tentáculos como aquellos que me
mantenían prisionero y me arrastraban. Naves de formas imposibles, brillantes y
estilizados bajeles, amenazadores navíos de guerra del tamaño de planetas… Casi
todas pertenecientes a civilizaciones desconocidas por nuestra especie. Quizás
provenientes de mundos desaparecidos ya. Al mismo tiempo, también colapsaba mis
sentidos el eco torturado de los millones de vidas arrebatadas antes de tiempo.
¡Y nosotros nos jactábamos de dominar el tiempo y el espacio!
¡Qué pequeños e insignificantes parecían los logros conseguidos por mi pueblo,
en comparación con tan enorme despliegue de poder!
El dolor por todo aquello que contemplaba, y que se
reproducía a mi paso como una muestra del horror que había sucedido en aquel
punto del espacio, se hizo insoportable. Saturó mis sentidos. En más de una
ocasión estuve a punto de perder el conocimiento. Pero al final, y no sin gran
esfuerzo, pude resistir y permanecer consciente todo el tiempo que duró aquel
aterrador viaje. Cuando la corriente se detuvo, supe que al fin estaba ante él.
Ante el Tejedor de Sombras. No pude verle, porque apenas se diferenciaba de la
oscuridad que le rodeaba, sin embargo pude sentir su enorme poder, su falta de
sentimientos de piedad o de escrúpulos. El peso de la eternidad de su
existencia.
La Criatura no necesitaba disfrazarse y se mostró tal cual
era. Cuando comprobó mi estado de agitación, me tranquilizó al instante
diciéndome que su intención no era la de hacerme daño, que precisaba
convertirme en mensajero de su conocimiento.
Yo estaba sorprendido, porque después de todo lo que había
presenciado, y que según él había sido inevitable, no me esperaba en absoluto
ese recibimiento. Pero de alguna forma yo sabía que era verdad. La Criatura no
necesitaba engañarme. Si hubiese querido hacerme daño, yo no habría podido
evitarlo, puesto que desde el primer momento había estado a su merced. Así que,
después de tranquilizarme, comenzó por hacerme saber que esperaba mi llegada.
También me dijo, con crípticas palabras, que me daría la solución para el
problema que me afligía sin pedirme nada a cambio, pero que debía saber que el
mal que atemorizaba mi mundo tan solo era una pequeña parte de un problema
mucho mayor. Algo que amenazaba con sembrar el caos en el Universo y que, de
suceder, acabaría con el orden conocido. Una situación que podría poner en
peligro hasta su propia existencia, pues los tiempos de fin se acercaban y la
madeja del destino desenliaba sus hilos demasiado despacio como para poder
preverlo todo con la antelación suficiente.
Yo todavía no había pronunciado una palabra, Pablo, pero no
hizo falta. Asistí atónito a la más extensa demostración de conocimientos que
pudiese imaginar, acerca del problema que me había obligado a viajar desde mi
mundo hasta aquel confín del Universo.
Tras su exposición inicial, la criatura me contó que la
solución a mi problema se hallaba en un pequeño planeta de una galaxia menor.
En el borde exterior del Universo. En un mundo que sus habitantes denominaban
la Tierra. Fue él quien me dijo con quien debía de contactar y cómo debía de
hacerlo.
Sé que todo esto te parece increíble, Pablo, pero me contó
cosas que sólo con el transcurso del tiempo se han demostrado ciertas. Cosas que
aquella criatura no podía conocer de ningún modo, salvo que pudiese ver lo que
estaba por venir.
Me dijo, por ejemplo, que me ayudaríais y que me llamaríais
Flik. Que las máquinas, en su locura megalomaníaca, aceptarían al nuevo
retador, y que antes de finalizar La Prueba acabaríais pidiendo nuestra ayuda,
con lo que muy pronto podría devolveros el favor. Sin darme más explicaciones
al respecto, porque se me revelarían más adelante, fue tajante al ordenarme que
no debía involucrar bajo ninguna circunstancia a los adultos de tu especie.
Pero también me dijo que no tuviese temor de contar con vosotros, a pesar de
vuestra reducida trayectoria vital, porque todos erais piezas fundamentales y
estabais destinados a jugar un papel decisivo, aunque todavía no podía saber
cual, en la salvación del Universo.
También me contó cosas que aún no se han cumplido y que no sé
cómo interpretar. Como que erais tres pero que pronto seríais cuatro, y un
aluvión de detalles extra que no me dejaron duda alguna acerca del profundo
conocimiento que aquel ser tenía de la situación.
No me preguntes cómo, pero supe que aquello que estaba oyendo
era cierto. Que no había mala intención ni engaño en las palabras de la
Criatura.
Nada más terminar me obligó a irme de sus dominios, puesto que
me contó que sentía un hambre desmedida y que estaba haciendo un enorme
esfuerzo por no alimentarse de mí. Así que me empujó con una enorme fuerza al
espacio. Muy lejos de su atracción.
¿Qué podía hacer yo entonces?
Estaba desesperado. Había agotado todas las posibilidades y
sabía que ya no me quedaba tiempo. Por esa razón decidí partir en busca de la
Tierra, porque no tenía nada que perder.
Y el resto de la historia ya lo conoces.
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