viernes, 8 de diciembre de 2017

LOS COSECHADORES DE ESTRELLAS (22): LA DERROTA

En un día como aquel nunca podría haber sucedido algo bueno. Debería de haberlo sabido, pensó Pablo, mientras regresaban cabizbajos hacia el portal que les llevaría de nuevo a su mundo. Flik hablaba y hablaba intentando subir la maltrecha moral de su amigo, pero Pablo no le escuchaba. Repasaba mentalmente la carrera. Realmente no había tenido opción alguna.
Desde el primer movimiento había quedado claro que su contrincante no tenía nada que ver con el del primer enfrentamiento. Sus movimientos eran más precisos. Su respuesta ante cada desafío era más exacta y más rápida. Además, el circuito que habían elegido las máquinas no era precisamente el más favorable para las aptitudes de Pablo. El más mínimo error quedaba magnificado por el efecto deslizante del hielo y él se había salido de la pista hasta en siete ocasiones. En una de ellas había roto una pieza fundamental de su vehículo, que había hecho que su velocidad máxima se redujese de una forma drástica.
Con su coche mermado de facultades, Pablo contempló, sin poder hacer nada por evitarlo, cómo Uno le pasaba en dos ocasiones con insultante facilidad. Pero ni en esa situación se rindió Pablo, que utilizó el último recurso del que su vehículo disponía, y lanzó el misil que portaba como única arma mientras aguantaba la respiración. En circunstancias normales eso podría haber dado resultado. Pero su contrincante era cualquier cosa menos normal.
Pablo fue testigo de cómo el vehículo de Uno respondió a la velocidad del pensamiento a su amenaza. Su rival utilizó un derrape deslizante, y se zafó del proyectil con la elegancia propia de un bailarín.
Cuando la carrera terminó, Uno se levantó y tendió la mano con educación a Pablo, que la estrechó. Su tacto era duro, y a la vez suave y cálido. Mezcla de cristal y terciopelo. Tras eso, Uno desapareció de la misma misteriosa forma en que había aparecido.
Cuando llegaron al portal, Flik seguía intentando quitarle hierro al asunto, recordándoles que todavía tenían tiempo. Pero las cosas en Mundo Flik se estaban deteriorando de una forma demasiado rápida. Quizás todo finalizase antes incluso de la siguiente carrera.
–Flik, hay algo más que aún no te he contado –confesó Pablo–, esta noche he tenido un sueño. Creo que las máquinas han descubierto mi mundo.
–Pero eso no es posible... –trató de argumentar Flik.
–No se cómo, pero lo cierto es que todo encaja. Algo le está pasando a nuestro Sol...
–¿A vuestra estrella?
–Zí, ez veldad. Lo dico mi mamá y ella nunca ze evicoca.
–Es algo tan raro, que sólo encajaría si las máquinas le estuviesen haciendo daño de alguna forma –continuó Pablo.
–Lo único que os puedo asegurar es que me encargaré en persona de estudiar vuestro problema, creedme. Ahora lo más conveniente es que ambos volváis a la Tierra y tratéis de descansar un poco. Mañana tendrá lugar el enfrentamiento final.
Cuando los niños volvieron a su jardín, la tormenta seguía en el mismo punto en el que la habían dejado. Los truenos sonaban demasiado cerca.
Aquella tarde transcurrió muy lenta, y Pablo la dedicó a entrenarse con la consola en el mismo terreno en el que había sido tan cruelmente derrotado. Según le había explicado Flik, las normas decían que en la tercera ronda la pista sería elegida de forma aleatoria. Pero cuanto más jugaba en el Planeta Congelado, más se daba cuenta de que nunca podría superar a Uno en aquel terreno. Y lo peor de todo era que Pablo, en su interior, estaba seguro de que Uno podría ser también mejor que él en cualquiera de los trazados en los que se enfrentasen. Estaba tan desmoralizado, que de poco servían las palabras de ánimo de su hermano. Por primera vez no podía quitarse de la cabeza la enorme responsabilidad que cargaba sobre sus hombros. El futuro de Mundo Flik dependía de lo que pasase el día siguiente. Y si la pesadilla que había sufrido la noche anterior era de alguna forma premonitoria, quizás el del resto del Universo también. Incluida la Tierra.

Cuando paró de llover los chicos salieron al jardín. Confiaban en poder reunirse con sus amigos en la casa abandonada, pero cuando llegaron al pasadizo secreto se encontraron con quien menos esperaban.

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