sábado, 30 de diciembre de 2017

LOS COSECHADORES DE ESTRELLAS (29): EL ENGAÑO

Cuando Rodrigo y Pelayo llegaron junto a su hermano mayor a Mundo Flik, comenzaron a jugar con unos animalitos verde azulados y de patitas redondeadas que patinaban con elegancia sobre el plumón morado. Ni siquiera se enteraron del momento que su hermano se alejó de su lado para poder hablar con Flik sin que ellos le escuchasen.
Una hermosa voz de niño, que Rodrigo identificó inmediatamente con Uno, flotó entonces hasta sus cabezas y les habló con dulzura. Rodrigo comprobó que también su hermano pequeño la había oído, porque levantó su vista tratando de descubrir el origen de la misma.
–¿Os gustaría jugar conmigo? –les preguntó la voz.
–¿Y a qué podemoz cugal?
–Pues a las carreras, como tu hermano hizo primero que tú.
–¿Con la mánica a la que cugó mi helmano?
–Sí.
Rodrigo giró su vista, y comprobó que su hermano mayor seguía hablando con Flik.
–No puedo. Pabo me mata zi ze entela.
–Pero tú tienes tanto derecho a pasártelo bien como él, ¿no crees? Sé que siempre te deja fuera de cualquier diversión.
–Gaaaaaa, gaaaa –exclamó Pelayo como para confirmarlo.
–Claro que quizás sea Pelayo el que quiera jugar conmigo –sugirió de nuevo la voz con tono meloso.
Rodrigo volvió a mirar a su hermano mayor. No parecía que fuese a terminar muy pronto con su conversación. ¿Qué podía tener de malo jugar un poquito, tan solo un ratito chiquitín, mientras su hermano y Flik acababan con lo que tenían entre manos? Todos aquellos animalitos eran muy divertidos, pero se había quedado con las ganas de usar la máquina a la que había jugado Pablo. Con aquella pantalla tan brillante y aquel sonido tan real.
Molaba pila.
–Buuueeeeno, vale. Pelo zólo un poquitín –el diablillo inquieto que había dentro de Rodrigo había vuelto a ganar la partida a su sensatez– y vamoz loz doz ¿vale?
Como respuesta a su pregunta uno de los dos discos deslizadores se acercó hasta los niños.
–Vamos Pelalo, zube. No tengaz medo que vaz conmico.
El disco deslizador descendió unos centímetros más para que Pelayo pudiese encaramarse en él. Rodrigo le ayudó empujándole el culete.

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