Uno estaba
confundido. Sabía que le debía lealtad a Gran Máquina, la entidad que le había
creado. Ella misma se había encargado de dejarlo claro una y otra vez desde que
había cobrado conciencia de su existencia.
Y Gran Máquina
había hecho mucho más que ensamblar las piezas de las que estaba construido.
Desde el principio le había guiado en sus titubeantes inicios. Le había dicho
lo que estaba bien y lo que estaba mal. Y Uno había recibido esas enseñanzas
con agrado, porque en aquel entonces encajaban con su forma de ver la realidad.
Pero ahora había percibido un cambio en Gran Máquina que le indicaba que algo
no iba del todo bien.
Uno no era más que
un robot recién nacido, que todavía estaba desarrollando su increíble capacidad
para procesar. No podía saber nada acerca de los múltiples fallos en los
sistemas lógicos de Gran Máquina, que la habían empujado por las sendas del
delirio y la locura. Pero cuando su creadora le comunicó el destino que les
tenía reservado a aquellas criaturas orgánicas, no pudo estar más en desacuerdo
con ella. Como tampoco le había parecido bien el engaño con el que había
llevado a aquellos dos seres a concursar en La Prueba.
Eso había estado
mal. Era por motivos como ese, por los que Uno estaba tan confundido. A veces
concluía sus análisis con razonamientos que le sorprendían. Acudían a sus
circuitos ideas extrañas cuyo origen desconocía, pero que eran impropias de una
máquina. O por lo menos de todas aquellas máquinas entre las que se movía. Y lo
más grave de todo era que, en ocasiones, esas conclusiones le animaban a
revelarse contra el orden establecido.
Y en su mundo eso era lo mismo que decir revelarse contra
Gran Máquina. Pero era Gran Máquina quien le había creado. No debía oponerse a
aquel que le había dado la existencia. Necesitaba eliminar esas líneas de
procesamiento de sus circuitos. Y no podía.
¿Era posible que hubiese sufrido alguna anomalía durante su
proceso de fabricación? Eso sería lo más probable y además lo explicaría casi
todo. Si él no fuese más que una unidad defectuosa, con toda probabilidad su
tara hubiese provocado la derrota de Mundo Máquina en La Prueba. Pero sin
embargo…
Por una parte, sus análisis arrojaban la conclusión de que
sus diferencias con las demás máquinas podrían achacarse a un error de
fabricación. Esas cosas sucedían aún en mundos perfectos como el que habitaba.
Pero, a medida que conocía un poco mejor a aquellos otros seres a los que se
había enfrentado, encontraba más similitudes entre ellos y él mismo, que entre
él y las demás máquinas.
En ocasiones, Uno podía sentir que había algo en su interior
que era más que la simple suma de circuitos de los que estaba compuesto. Algo
que estaba seguro era mucho más que la suma de la energía y la materia de la
que estaba formado. Algo que, por mucho que se analizaba a sí mismo en sus
habituales periodos de meditación, no alcanzaba a descifrar.
¿Y si no fuese un error y tan sólo se tratase de una
diferencia? ¿Y si aquello que le diferenciaba de las demás máquinas, le
acercaba a aquellos seres orgánicos que Gran Máquina estaba tratando de
destruir?
Y si él mismo llevaba en su interior parte de la chispa vital
de Gran Máquina, quizás y sólo quizás, la mismísima Gran Máquina no estuviese
tan lejos de aquellos seres a los que pretendía eliminar.
La lógica de su mundo le decía que debía de ser destruido. Su
existencia ya no tenía objeto. El mero hecho de existir sin finalidad alguna
era un agravio comparativo para sus hermanas trabajadoras. Pero aquellas
obstinadas criaturas orgánicas estaban dispuestas a recibir un terrible
castigo, sólo por el hecho de defender la supervivencia de un ser al que apenas
conocían. De su enemigo. Valoraban hasta tal punto la vida, que estaban
dispuestos a sacrificar la suya con tal de intentar salvar la de alguien como
él.
Uno empezaba a entender a los humanos.
Pero de poco servía eso ahora. Aquellas criaturas estaban sin
duda perdidas.
Gracias a las conexiones que le ataban a Mundo Flik, Uno supo
que Gran Máquina ya estaba preparada para aplicarles el castigo. Algo que a
todas luces parecía desmesurado, porque los invasores no parecían más
peligrosos que las casi inexistentes manchas que dejaban sobre el bruñido
suelo.
Además Uno estaba convencido de que, una vez que hubiese
logrado acabar con ellos, Gran Máquina no se detendría ahí. Encontraría la
forma de no aceptar La Prueba como válida, o utilizaría aquella invasión como
una excusa. Pero de cualquier forma aquel mundo estaría definitivamente perdido
para la vida orgánica.
Uno “sentía” la necesidad de evitarlo. Pero, ¿qué podía
hacer?
Comprobó que Gran Máquina concentraba todos sus recursos en
la zona sobre la que se encontraban con la intención de esterilizarla. Señal
inequívoca de que sería ella la que tomaría los controles del ataque. Uno podía
sentir a Gran Máquina presente a su alrededor. En cada filamento, en cada
molécula de negro material que pisaban. Había llegado para asestar el golpe
final a aquellos seres, y había dado las órdenes oportunas para que todos sus
sistemas permaneciesen en máxima alerta. Gran Máquina no quería que una
maniobra como la que estaba a punto de ejecutar, y que sería el desencadenante
de la guerra a cualquier forma de vida orgánica, se malinterpretase en una
cadena de órdenes errónea o por un análisis equivocado de la situación. Sería
algo ejemplar. Algo que borraría hasta el simple recuerdo del paso de los
orgánicos por su mundo.
Uno sabía que, por mucho que le disgustase lo que sin duda
iba a suceder, no podría intentar oponerse. Jamás podría vencer a una Gran
Máquina que controlaba férreamente el sistema, y cuyos terminales sensitivos
rastreaban una y otra vez el lugar para responder con celeridad ante cualquier
posible amenaza.
Si querían tener la más mínima oportunidad ante el terrible
poder que se estaba acumulando bajo sus pies, aquellas criaturas necesitaban un
momento de duda, una distracción. Un resquicio por el que Uno pudiese colarse
en el sistema.
Lo que en definitiva
aquellos seres precisaban, era lo que en su propia lengua denominaban un
milagro.
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