sábado, 10 de marzo de 2018

LOS COSECHADORES DE ESTRELLAS (38): VICTORIA


Nadie sabía qué decir o hacer. Fue Uno quien rompió la tensión del momento y se movió con gesto rápido. El robot avanzó hacia ellos y tendió su mano hacia Pablo. Los chicos retrocedieron instintivamente un paso, sorprendidos por lo que les pareció una amenaza.
–Os felicito, habéis sido mejores –les dijo sin titubear.
–¡Oye tú, mánica tampoza!, ¿qué quielez decil con ezo? –le espetó un airado Rodrigo, sin acabar de escuchar lo que Uno tenía que decir, ya que suponía que fuese lo que fuese tendría que defenderse.
–Espera, Rodrigo. Déjame hablar con Uno por favor –le pidió Flik.
–Zi ez que zoiz demaziado bandoz –comentó en voz baja a sus hermanos–. Había que dezenchufal-laz a todaz.
–Calla un poco, Rodrigo –le reprendió su hermano mayor–, escuchemos lo que tiene que decir Flik, que tú todo lo arreglas a mordiscos.
–Uno, tú has sido el contrincante. El Código es muy concreto en ese punto. ¿Das por bueno el final de la contienda? –continuó Flik.
En ese momento se oyó una serie muy larga de susurros, en esa lengua que los niños no entendían, que hicieron que Uno se quedase de nuevo estático, sin emitir sonido alguno. Como si estuviese meditando la respuesta o alguien estuviese tratando de imponérsela.
–¿Y ahora qué pasa, Flik?
–Pues, por lo que alcanzo a entender de la conversación, las máquinas están amenazando a Uno de forma muy severa.
Todo el mundo guardó silencio. Los susurros se habían extinguido. Uno parecía valorar su siguiente paso. El robot volvió a avanzar hacia el grupo.
–Enhorabuena. Habéis competido según las normas del Código, y cuando no ha sido así, nosotros hemos estado de acuerdo los cambios. El Código es un conjunto de normas aceptadas por ambas partes. Si todos damos por bueno un cambio, este ha de quedar recogido en el Código de forma inmediata. Así que no hay motivo para no dar la Prueba por concluida. Acepto la derrota.
Y dicho esto, acercó la mano tendida hacia los chicos un poco más. Pablo volvió su vista hacia Flik. Era evidente que todos esperaban un gesto por su parte. Pablo miró a su imagen en oscura versión mecánica, e hizo aquello que su conciencia le dictaba, estrechó la mano de su contrincante derrotado.
En ese momento sucedió algo que hizo que la magia del momento se rompiese. La cabina en la que estaban reunidos comenzó a replegarse sobre sí misma, con el líquido movimiento que todos ya conocían, comenzando por arriba y desapareciendo a gran velocidad hacia abajo. Sin tiempo para preparación alguna, y al desaparecer la protección que les aislaba, todos quedaron expuestos a la atmósfera exterior. Pero antes de que los asustados niños dijesen nada, Flik respondió a las preguntas de sus asustados ojos.
–Tranquilos, niños. No os preocupéis. El paso que ha dado Uno ha sido definitivo. A las máquinas no les ha quedado otra alternativa que la de darnos la razón, porque su competidor ha dado la partida por perdida. No han tenido otra opción. Como le decía a Uno, y él la conoce a la perfección, la norma es muy estricta en ese punto. Vosotros mismos podéis comprobar cómo las máquinas están empezando a trabajar con rapidez, y sus esfuerzos no tardarán en mostrar resultados positivos. La atmósfera ya es respirable.
Pablo alzó su cabeza. En el cielo la oscuridad se despejaba a una enorme velocidad. Ya se podía adivinar la luz de las dos estrellas que Flik les había mostrado desde el aire unos días antes.
–Ahora mismo –continuó Flik– mientras hablo con vosotros, mis semejantes están manteniendo conversaciones con las máquinas para hacerles ver que su derrota no tiene por qué ser dolorosa. Que de esta experiencia podemos salir ganando todos, ellas y nosotros. Este planeta necesita de ellas para sobrevivir, y ellas necesitan de un espacio entre nosotros que hasta ahora les habíamos negado. Eso va a cambiar porque ambas cosas son compatibles. Hemos de aprender de nuestros errores y tratar de buscar lo mejor para este mundo. Intentaremos construir un futuro en el que todos los habitantes de este planeta podamos tener un sitio juntos.
La cabina había desaparecido casi por completo dejando al descubierto un mundo yermo, pero en cuyas grietas, resecas y profundas como cicatrices, ya estaban empezando a asomar los primeros signos de una vida que hasta ahora había permanecido aletargada. Pablo giró sobre sus pies y se quedó mirando a Uno. La sustancia de la que estaba hecha la cabina, antes sólida, ahora parecía metal líquido que se retiraba bajo sus pies, descubriendo al hacerlo pequeños penachos de plumas moradas, que temblaban en las primeras etapas de su crecimiento.
Justo detrás de Uno surgieron, de aquella sustancia oleaginosa con la que estaba construida la cabina, dos bultos amorfos que comenzaron a definir su forma a medida que crecían muy alto, hacia el cielo. Un instante después, las formas se convirtieron en dos inmensas arañas de delgados apéndices articulados y oscuro cuerpo, moteado de pequeñas luces rojas como todo lo que llevaba el sello de Mundo Máquina. El tamaño de ambas alcanzaba varios pisos de altura y su aspecto era formidable.
¿Cuál sería su intención?
Pablo tembló y notó como se erizaba el vello de su nuca. Máquinas como aquellas habían sido las que cobraban vida en su pesadilla, a una orden de la inteligencia malévola que las controlaba, para comenzar la conquista del Universo.

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