sábado, 17 de febrero de 2018

LOS COSECHADORES DE ESTRELLAS (37): EL FIN DE LA PRUEBA


Los niños emplearon una eternidad en completar la carrera, ahora que por fin circulaban en el sentido correcto. Su bólido sólo alcanzaba unos escasos veinte kilómetros por hora, pero al final sucedió el milagro y los dos hermanos consiguieron evitar todos los peligros del circuito.
Cuando atravesaron la línea de meta los espectadores virtuales invadieron la pista para felicitarles.
Habían ganado la partida.
Habían vencido en La Prueba.
Habían salvado Mundo Flik.
Habían desactivado la amenaza que representaban las máquinas para el Universo.
La barrera de protección desapareció y Pablo y Flik se abalanzaron sobre los chicos para darles un enorme abrazo.
–Pelayo, Rodrigo –gritaba Pablo– sois unos desobedientes y unos testarudos...
–Pelo, pelo... –comenzó a explicarse Rodrigo en su defensa.
–Pero también sois los mejores hermanos. Los más grandes. Voy a utilizar tu técnica la próxima vez que juegue. La llamaré “La tormenta de Rodrigo” en tu honor. Ya verás.
–¿Vizte, Pabo?, ¿vizte?
–¡Gaaaaaaaaa!
De nuevo se escucharon unos susurros metálicos en la sala. Parecían no tener fin.
–Esperad un segundo niños, que las máquinas están intentando comunicarse de nuevo conmigo. Habla de modo que todos podamos entenderte, por favor –le dijo Flik a su invisible interlocutor.
–Seres orgánicos, después de mucho deliberar, y tras analizar vuestra reclamación, he decidido daros la razón. He violado el Código de La Prueba al admitir como competidores a dos seres que vosotros consideráis ajenos a la misma.
–¿Qué quiere decir, Flik?
–Me temo que puede tener razón, Pablo. El código es muy estricto en ese punto. Quizás no se deba de considerar esta competición que acabáis de ganar como válida.
–Pero, ¿de qué está hablando esa máquina? Hemos ganado, ¿acaso tiene los ojos en el culo? Acabamos de machacarla... –Pablo estaba fuera de sí.
–Pelo, pelo, ezo no ez juzto...
Pablo tomó a su hermano Pelayo en brazos y se giró al sentir una presencia cercana. Se trataba de Uno. Aquel robot, de semblante inescrutable, se situó a dos pasos de distancia del alterado grupo.
¿Y ahora qué?, pensó Pablo. Flik siempre le había dicho que aquellas máquinas no se atreverían a hacerles daño, porque que estaban obligadas por el Código, pero la situación había cambiado tanto que ya no estaba seguro de nada.
Uno permanecía en silencio, demasiado cerca. Las pequeñas lucecitas rojas que destellaban en su interior lo hacían ahora con más intensidad y velocidad. A Pablo aquella figura oscura, casi negra, ahora le daba la terrible impresión de ser una amenaza. Como un tigre a punto de saltar sobre su presa.

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