sábado, 4 de octubre de 2014

¡GUERRA!

Esta es nuestra manera de felicitar los 75 años de uno de los más grandes detectives de la historia.
Con la ayuda en la corrección de nuestra amiga Mariola Díaz Cano

Al filo de la medianoche Superman vio cómo la señal del murciélago iluminaba el cielo a las afueras de Arkham y teñía las montañas de un color rojo sangre premonitorio. Alfred había cumplido con su parte y ahora solo quedaba esperar. Había sido el fiel sirviente el que, preocupado por la salud de Bruce, se había puesto en contacto con él y le había dicho cómo atraer al hombre murciélago al lugar de la cita. Alfred había hecho un esfuerzo enorme para contarle lo que había sucedido, porque en su fuero interno se sentía una especie de traidor a la familia Wayne, a la que tan bien había servido durante varias generaciones. Si Alfred tenía razón, Batman podría haberse convertido en un peligro demasiado grande para él mismo, y para la humanidad.
Lo que Superman no podía imaginar era cómo reaccionaría Bruce cuando acudiese atraído por la señal de peligro y lo viese allí. Era una de las personas más inteligentes que conocía y estaba seguro de que se daría cuenta enseguida del engaño.
—Hola, Clark.
Superman se volvió sorprendido. La imponente figura del hombre murciélago se recortaba contra el cielo iluminado.
—¿Cómo has podido llegar tan rápido? Yo... Alfred acaba de accionar la señal.
—¿El cazador cazado? —Batman avanzó unos pasos.
Superman estaba desconcertado. Batman se movía con la seguridad de alguien que lo tuviese todo bajo control. En absoluto parecía necesitado de ayuda o sorprendido.
—Así que Alfred tenía razón.
—¿Sobre qué?
—Al final lograron contaminarte. No puedo oír los latidos de tu corazón...
—¡Ah, ese oído extraordinario! Muy a menudo olvido que tienes los poderes de un dios. Algún día esa seguridad va a jugarte una mala pasada.
—¿Cómo pudo suceder?
—¡¿No me digas que nunca has sentido la tentación de dejarte corromper?! Vamos, Clark, sé sincero conmigo ahora que no nos oye nadie.
—No estoy aquí para hablar de mí, Bruce...
—Es cierto. Vienes a intentar salvar a este viejo murciélago; a llevarme de nuevo hacia la luz —hizo una pausa deliberadamente larga—, o a acabar conmigo.
—No puedo dejar que el mal que corre por tus venas se extienda.
—¿No? ¿Acaso tienes miedo por ellos? —señaló las luces de Gotham a sus espaldas— ¿o se trata más bien de ti? —El hombre murciélago levantó la voz con arrogancia—. ¡¿Por qué diablos te crees el juez de la humanidad?!
Superman comprendió que iba a ser muy difícil tratar de razonar con Bruce, así que intentó rebajar el tono de la conversación.
—Eres diferente, Bruce. Has cambiado. Antes no hacía falta discutir sobre estas cosas. Los dos sabíamos lo que había que hacer en cada momento.
—Quizás porque creía que te conocía. En honor a la verdad he de decir que nunca acabé por tragarme tu historia del pequeño huérfano que viaja por el espacio profundo desde un mundo que se muere, y aterriza por casualidad en una granja de Kansas. Ahora que he visto la verdad, sé lo que tengo que hacer.
—Estás delirando. Ven conmigo. Acompáñame hasta la Fortaleza de la Soledad. Allí tengo la tecnología adecuada para intentar curar esa enfermedad.
—¿Hasta el Polo Norte? No, gracias. Allí hace mucho frío. —Bruce se permitió poner una nota de sarcasmo en la voz—. Además ¿por qué crees que quiero ser curado?
—No sabes lo que dices. Es la enfermedad la que habla por ti.
—Podría ser, pero si es una enfermedad, nunca me he sentido más joven y fuerte —y al decirlo abrió y cerró los puños en una demostración de fuerza—. Todo el mundo debería probarlo.
—Nadie más lo probará, Bruce. Esto acabará aquí y ahora. Son demasiados años luchando codo con codo en las mismas trincheras. De encontrarme en tu situación, estoy seguro de que hubieses intentado ofrecerme tu ayuda...
Batman rió con fuerza.
—Esto no hubiese podido sucederte jamás, Clark. El virus solo puede establecer una relación simbiótica con los humanos. No sé qué podría pasar en el caso de intentar inocularlo en un cuerpo alienígena como el tuyo.
—¿Inocular un virus? —En ese momento el desconcertado era Superman. Bruce estaba hablando de premeditación, de organización, palabras que implicaban mucho más que aquello que le había contado Alfred.
—Es hora de que conozcas un poco de historia verdadera de tu planeta adoptivo, no la que enseñan los libros de historia, porque ese desconocimiento al final será tu perdición. Al igual que sucede con ciertas especies, la raza humana tiene la posibilidad de defenderse de agresiones externas mutando una parte de su población para convertirla en guerreros excepcionales. Ha sucedido en varias ocasiones a lo largo de los siglos, y en todas ellas hemos logrado salir victoriosos. Bien, pues ahora hemos conseguido controlar el cambio, de modo que podemos elegir quiénes de nosotros se convertirán en esos paladines, y lo hemos hecho mediante un virus.
—¿De qué demonios estás hablando?
—Ten paciencia, Clark. Nunca subestimé tu inteligencia, así que estoy seguro de que acabarás por comprenderlo todo. El cambio ya no tiene tantos efectos secundarios: si bien es cierto que no hemos podido evitar los colmillos —y sonrió con seguridad para mostrarle los suyos—, ya no necesitamos alimentarnos de sangre humana y podemos caminar a plena luz del día.
—¿Por qué alguien querría convertirse en un vampiro?
—Aquí es donde entras tú.
—Sigo sin entenderte.
—Te has ganado a todo el mundo, Kal El. —Bruce lo llamó de forma intencionada por su nombre de Krypton—. No hay una sola persona en el mundo que no te siguiese ciegamente a cualquier parte, incluso al abismo. Desgraciadamente para ti y los tuyos, nosotros no olvidamos nuestra historia y sabemos perfectamente cómo funciona un caballo de Troya.
—Debes de haber perdido el juicio...
—Cuando el coronel Furia se puso en contacto conmigo y me mostró las pruebas que acabaron por abrirme los ojos, me costó mucho asimilar las consecuencias de lo que estaba viendo. ¿Cómo pudimos estar tan ciegos durante tanto tiempo?
—¿De qué pruebas hablas?
—Vamos, no insultes mi inteligencia. Todo iba perfecto, y nadie hubiese podido darse cuenta del peligro hasta que hubiese sido demasiado tarde. Pero Shield tiene ojos y oídos en todas partes. Furia me mostró la grabación de tu conversación con el general Zord, uno de los renegados de Krypton que habíais desterrado a la zona fantasma y que llegaron a la Tierra con la intención de invadirla. Zord te ofreció unirte a ellos. A cambio te daría poder supremo aquí en la Tierra. Pero tú declinaste su ofrecimiento e incluso arriesgaste tu vida para acabar con la amenaza. Heroico. Lo que la mayoría del mundo no sabe, pero sabrá en breve, es que en aquel entonces tuviste miedo, miedo de desobedecer las órdenes escritas en tu código genético y de enfrentarte al inmenso poder que estaba por venir: las máquinas de guerra de Krypton.
—¿De qué demonios estás hablando?
—A partir de ahí, atar cabos fue un juego de niños. Escuchamos con interés los pulsos de energía que cada cierto tiempo enviabas desde la Fortaleza de la Soledad hasta lugares en el corazón del universo cada vez más cercanos a la Tierra. Todavía no sabemos qué es lo que les cuentas en esos mensajes, pero nos lo podemos imaginar, porque podemos seguir el rastro de muerte que los tuyos dejan allá por donde pasan. Sistemas estelares aniquilados para saciar vuestra sed de destrucción. Civilizaciones desaparecidas para siempre. Mundos que confiaron en alguien como tú, un ser que conocía las fortalezas y debilidades de aquellos que lo habían acogido como uno de los suyos. Porque solo eres la avanzadilla. Tu misión, como la de otros tantos a los que habéis enviado al espacio profundo, era la de localizar mundos habitables. Eso es lo que hacéis, es vuestro modo de vida: os ganáis la confianza de vuestros anfitriones para después invadir, parasitar y canibalizar los planetas que tienen la desgracia de cruzarse en vuestro camino de muerte y destrucción. En esta ocasión la Tierra es el planeta elegido; pero en esa ecuación sobra algo: nosotros, ¿verdad? ¿Cuánto tiempo nos queda?, ¿meses, semanas, días quizás? ¿Cómo es de malo lo que nos espera, Kal?
Superman escrutó el desolado paraje a su alrededor. Estaban solos. Bruce sabía demasiado y era un peligro que podía poner en peligro todo el plan de invasión. No podía permitir que saliese con vida de allí. Si el hombre murciélago pensaba que alguien infectado por un virus podía ser un rival digno para un hijo de Krypton, se equivocaba. No cuando tantas cosas estaban en juego. Decidió ganar tiempo y averiguar cuántos más sabían algo acerca de la conspiración.
—Estás loco...
—No, Kal, estábamos ciegos, pero ahora que hemos abierto los ojos no nos cogeréis por sorpresa.
—¿Cuántos más conocen esta descabellada teoría tuya?
—¿Por qué? ¿Piensas que con mi desaparición podrías seguir adelante con vuestro plan? Llevamos mucho tiempo trabajando en la sombra, preparándonos, dejando que te confiases. La Corporación Stark se encarga del armamento, Industrias Wayne se ocupó del desarrollo del virus y Shield de la organización. No hay nada que puedas hacer para detenernos y la mejor señal del éxito de nuestra cruzada es tu cara de sorpresa.
—¿Por qué me cuentas todo esto ahora? Podría acabar contigo ahora mismo.
—Porque estamos preparados. El virus del vampiro transforma nuestros cuerpos y les da una fuerza sobrehumana, muy similar a la tuya. Pero eso ya lo sabías después de tu último enfrentamiento con Drácula, ¿verdad? Para poder haceros frente hacen falta más que hombres, y en eso es en lo que nos habéis obligado a convertirnos. Además, si tu cuerpo alienígena es capaz de tener un alma, algo que dudo, es necesario que conozcas el motivo por el que vas a morir. No quiero tener ese peso sobre mi conciencia.
—¿Morir? Sí, este es el punto final para uno de los dos, pero no seré yo el que caiga —dijo Superman mientras sus ojos comenzaban a brillar con la energía de una estrella.
Había llegado el momento de poner a prueba lo que se había desarrollado durante tantos años. El hombre murciélago hizo un gesto con la mano y una pequeña chispa verde brilló en el horizonte, al pie de la colina, seguida de un sonido seco. Superman cayó al suelo golpeado por el proyectil.
—Tengo que reconocer que Alfred tiene una excelente puntería —dijo Batman mientras se acercaba al cuerpo tendido en el suelo, que luchaba por incorporarse mientras se retorcía de dolor—. Te voy a dar otra mala noticia antes de que te vayas, Kal: hemos logrado fabricar una aleación con kryptonita sintética y, tal y como puedes comprobar en tu propia carne, funciona a la perfección. Me temo que el verde se va a poner de moda en los próximos años. —Batman desenvainó una enorme espada que llevaba oculta bajo la capa. La kryptonita hacía que el filo verde resplandeciese en la oscuridad—. Aunque el veneno de ese proyectil acabaría por matarte, necesitamos un golpe de efecto que impresione a los que vienen detrás de ti. —Levantó la pesada espada sobre su cabeza—. En el proceso de la humanidad contra Kal El, encontramos al acusado culpable de alta traición, y lo condenamos... ¡a muerte!
Batman descargó el peso de la espada sobre un Superman agonizante y separó la cabeza del tronco casi sin esfuerzo.
Alfred llegó cuando todo había acabado. En su hombro colgaba el sofisticado rifle con el que había realizado el disparo.
—Envía un mensaje al coronel Furia diciéndole que la primera parte del plan ha salido tal y como estaba previsto. Espero que esto sea suficientemente contundente como para que aquellos que pretenden arrebatarnos nuestro hogar se lo piensen un par de veces y busquen un enemigo más asequible.
—¿Y si no es así, señor?
—Pues en ese caso —Batman cogió por la cabellera la cabeza del hombre de Krypton, la alzó al cielo como advertencia a un enemigo invisible y gritó con rabia, como si pudiesen verlo—: ¡habrá guerra!






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