Esta es nuestra manera de felicitar los 75 años de uno de los más grandes detectives de la historia.
Publicado en: http://surcandoediciona.wordpress.com/2014/10/01/guerra/
Con la ayuda en la corrección de nuestra amiga Mariola Díaz Cano
Al filo de la medianoche Superman vio cómo
la señal del murciélago iluminaba el cielo a las afueras de Arkham y teñía las
montañas de un color rojo sangre premonitorio. Alfred había cumplido con su
parte y ahora solo quedaba esperar. Había sido el fiel sirviente el que,
preocupado por la salud de Bruce, se había puesto en contacto con él y le había
dicho cómo atraer al hombre murciélago al lugar de la cita. Alfred había hecho
un esfuerzo enorme para contarle lo que había sucedido, porque en su fuero
interno se sentía una especie de traidor a la familia Wayne, a la que tan bien
había servido durante varias generaciones. Si Alfred tenía razón, Batman podría
haberse convertido en un peligro demasiado grande para él mismo, y para la
humanidad.
Lo
que Superman no podía imaginar era cómo reaccionaría Bruce cuando acudiese atraído
por la señal de peligro y lo viese allí. Era una de las personas más
inteligentes que conocía y estaba seguro de que se daría cuenta enseguida del
engaño.
—Hola,
Clark.
Superman
se volvió sorprendido. La imponente figura del hombre murciélago se recortaba
contra el cielo iluminado.
—¿Cómo
has podido llegar tan rápido? Yo... Alfred acaba de accionar la señal.
—¿El
cazador cazado? —Batman avanzó unos pasos.
Superman
estaba desconcertado. Batman se movía con la seguridad de alguien que lo
tuviese todo bajo control. En absoluto parecía necesitado de ayuda o
sorprendido.
—Así
que Alfred tenía razón.
—¿Sobre
qué?
—Al
final lograron contaminarte. No puedo oír los latidos de tu corazón...
—¡Ah,
ese oído extraordinario! Muy a menudo olvido que tienes los poderes de un dios.
Algún día esa seguridad va a jugarte una mala pasada.
—¿Cómo
pudo suceder?
—¡¿No
me digas que nunca has sentido la tentación de dejarte corromper?! Vamos,
Clark, sé sincero conmigo ahora que no nos oye nadie.
—No
estoy aquí para hablar de mí, Bruce...
—Es
cierto. Vienes a intentar salvar a este viejo murciélago; a llevarme de nuevo
hacia la luz —hizo una pausa deliberadamente larga—, o a acabar conmigo.
—No
puedo dejar que el mal que corre por tus venas se extienda.
—¿No?
¿Acaso tienes miedo por ellos? —señaló las luces de Gotham a sus espaldas— ¿o
se trata más bien de ti? —El hombre murciélago levantó la voz con arrogancia—. ¡¿Por
qué diablos te crees el juez de la humanidad?!
Superman
comprendió que iba a ser muy difícil tratar de razonar con Bruce, así que
intentó rebajar el tono de la conversación.
—Eres
diferente, Bruce. Has cambiado. Antes no hacía falta discutir sobre estas
cosas. Los dos sabíamos lo que había que hacer en cada momento.
—Quizás
porque creía que te conocía. En honor a la verdad he de decir que nunca acabé
por tragarme tu historia del pequeño huérfano que viaja por el espacio profundo
desde un mundo que se muere, y aterriza por casualidad en una granja de Kansas.
Ahora que he visto la verdad, sé lo que tengo que hacer.
—Estás
delirando. Ven conmigo. Acompáñame hasta la Fortaleza de la Soledad. Allí tengo
la tecnología adecuada para intentar curar esa enfermedad.
—¿Hasta
el Polo Norte? No, gracias. Allí hace mucho frío. —Bruce se permitió poner una
nota de sarcasmo en la voz—. Además ¿por qué crees que quiero ser curado?
—No
sabes lo que dices. Es la enfermedad la que habla por ti.
—Podría
ser, pero si es una enfermedad, nunca me he sentido más joven y fuerte —y al
decirlo abrió y cerró los puños en una demostración de fuerza—. Todo el mundo
debería probarlo.
—Nadie
más lo probará, Bruce. Esto acabará aquí y ahora. Son demasiados años luchando
codo con codo en las mismas trincheras. De encontrarme en tu situación, estoy
seguro de que hubieses intentado ofrecerme tu ayuda...
Batman
rió con fuerza.
—Esto
no hubiese podido sucederte jamás, Clark. El virus solo puede establecer una
relación simbiótica con los humanos. No sé qué podría pasar en el caso de
intentar inocularlo en un cuerpo alienígena como el tuyo.
—¿Inocular
un virus? —En ese momento el desconcertado era Superman. Bruce estaba hablando
de premeditación, de organización, palabras que implicaban mucho más que
aquello que le había contado Alfred.
—Es
hora de que conozcas un poco de historia verdadera de tu planeta adoptivo, no
la que enseñan los libros de historia, porque ese desconocimiento al final será
tu perdición. Al igual que sucede con ciertas especies, la raza humana tiene la
posibilidad de defenderse de agresiones externas mutando una parte de su
población para convertirla en guerreros excepcionales. Ha sucedido en varias
ocasiones a lo largo de los siglos, y en todas ellas hemos logrado salir
victoriosos. Bien, pues ahora hemos conseguido controlar el cambio, de modo que
podemos elegir quiénes de nosotros se convertirán en esos paladines, y lo hemos
hecho mediante un virus.
—¿De
qué demonios estás hablando?
—Ten
paciencia, Clark. Nunca subestimé tu inteligencia, así que estoy seguro de que
acabarás por comprenderlo todo. El cambio ya no tiene tantos efectos secundarios:
si bien es cierto que no hemos podido evitar los colmillos —y sonrió con
seguridad para mostrarle los suyos—, ya no necesitamos alimentarnos de sangre
humana y podemos caminar a plena luz del día.
—¿Por
qué alguien querría convertirse en un vampiro?
—Aquí
es donde entras tú.
—Sigo
sin entenderte.
—Te
has ganado a todo el mundo, Kal El. —Bruce lo llamó de forma intencionada por
su nombre de Krypton—. No hay una sola persona en el mundo que no te siguiese
ciegamente a cualquier parte, incluso al abismo. Desgraciadamente para ti y los
tuyos, nosotros no olvidamos nuestra historia y sabemos perfectamente cómo
funciona un caballo de Troya.
—Debes
de haber perdido el juicio...
—Cuando
el coronel Furia se puso en contacto conmigo y me mostró las pruebas que
acabaron por abrirme los ojos, me costó mucho asimilar las consecuencias de lo
que estaba viendo. ¿Cómo pudimos estar tan ciegos durante tanto tiempo?
—¿De
qué pruebas hablas?
—Vamos,
no insultes mi inteligencia. Todo iba perfecto, y nadie hubiese podido darse
cuenta del peligro hasta que hubiese sido demasiado tarde. Pero Shield tiene
ojos y oídos en todas partes. Furia me mostró la grabación de tu conversación
con el general Zord, uno de los renegados de Krypton que habíais desterrado a
la zona fantasma y que llegaron a la Tierra con la intención de invadirla. Zord
te ofreció unirte a ellos. A cambio te daría poder supremo aquí en la Tierra.
Pero tú declinaste su ofrecimiento e incluso arriesgaste tu vida para acabar
con la amenaza. Heroico. Lo que la mayoría del mundo no sabe, pero sabrá en
breve, es que en aquel entonces tuviste miedo, miedo de desobedecer las órdenes
escritas en tu código genético y de enfrentarte al inmenso poder que estaba por
venir: las máquinas de guerra de Krypton.
—¿De
qué demonios estás hablando?
—A
partir de ahí, atar cabos fue un juego de niños. Escuchamos con interés los
pulsos de energía que cada cierto tiempo enviabas desde la Fortaleza de la
Soledad hasta lugares en el corazón del universo cada vez más cercanos a la Tierra.
Todavía no sabemos qué es lo que les cuentas en esos mensajes, pero nos lo
podemos imaginar, porque podemos seguir el rastro de muerte que los tuyos dejan
allá por donde pasan. Sistemas estelares aniquilados para saciar vuestra sed de
destrucción. Civilizaciones desaparecidas para siempre. Mundos que confiaron en
alguien como tú, un ser que conocía las fortalezas y debilidades de aquellos
que lo habían acogido como uno de los suyos. Porque solo eres la avanzadilla.
Tu misión, como la de otros tantos a los que habéis enviado al espacio
profundo, era la de localizar mundos habitables. Eso es lo que hacéis, es
vuestro modo de vida: os ganáis la confianza de vuestros anfitriones para después
invadir, parasitar y canibalizar los planetas que tienen la desgracia de
cruzarse en vuestro camino de muerte y destrucción. En esta ocasión la Tierra
es el planeta elegido; pero en esa ecuación sobra algo: nosotros, ¿verdad? ¿Cuánto
tiempo nos queda?, ¿meses, semanas, días quizás? ¿Cómo es de malo lo que nos
espera, Kal?
Superman
escrutó el desolado paraje a su alrededor. Estaban solos. Bruce sabía demasiado
y era un peligro que podía poner en peligro todo el plan de invasión. No podía
permitir que saliese con vida de allí. Si el hombre murciélago pensaba que
alguien infectado por un virus podía ser un rival digno para un hijo de
Krypton, se equivocaba. No cuando tantas cosas estaban en juego. Decidió ganar
tiempo y averiguar cuántos más sabían algo acerca de la conspiración.
—Estás
loco...
—No,
Kal, estábamos ciegos, pero ahora que hemos abierto los ojos no nos cogeréis
por sorpresa.
—¿Cuántos
más conocen esta descabellada teoría tuya?
—¿Por
qué? ¿Piensas que con mi desaparición podrías seguir adelante con vuestro plan?
Llevamos mucho tiempo trabajando en la sombra, preparándonos, dejando que te
confiases. La Corporación Stark se encarga del armamento, Industrias Wayne se
ocupó del desarrollo del virus y Shield de la organización. No hay nada que
puedas hacer para detenernos y la mejor señal del éxito de nuestra cruzada es
tu cara de sorpresa.
—¿Por
qué me cuentas todo esto ahora? Podría acabar contigo ahora mismo.
—Porque
estamos preparados. El virus del vampiro transforma nuestros cuerpos y les da
una fuerza sobrehumana, muy similar a la tuya. Pero eso ya lo sabías después de
tu último enfrentamiento con Drácula, ¿verdad? Para poder haceros frente hacen
falta más que hombres, y en eso es en lo que nos habéis obligado a
convertirnos. Además, si tu cuerpo alienígena es capaz de tener un alma, algo
que dudo, es necesario que conozcas el motivo por el que vas a morir. No quiero
tener ese peso sobre mi conciencia.
—¿Morir?
Sí, este es el punto final para uno de los dos, pero no seré yo el que caiga —dijo
Superman mientras sus ojos comenzaban a brillar con la energía de una estrella.
Había
llegado el momento de poner a prueba lo que se había desarrollado durante
tantos años. El hombre murciélago hizo un gesto con la mano y una pequeña
chispa verde brilló en el horizonte, al pie de la colina, seguida de un sonido
seco. Superman cayó al suelo golpeado por el proyectil.
—Tengo
que reconocer que Alfred tiene una excelente puntería —dijo Batman mientras se
acercaba al cuerpo tendido en el suelo, que luchaba por incorporarse mientras
se retorcía de dolor—. Te voy a dar otra mala noticia antes de que te vayas,
Kal: hemos logrado fabricar una aleación con kryptonita sintética y, tal y como
puedes comprobar en tu propia carne, funciona a la perfección. Me temo que el
verde se va a poner de moda en los próximos años. —Batman desenvainó una enorme espada que llevaba oculta
bajo la capa. La kryptonita hacía que el filo verde resplandeciese en la
oscuridad—. Aunque el veneno de ese proyectil acabaría por matarte, necesitamos
un golpe de efecto que impresione a los que vienen detrás de ti. —Levantó la
pesada espada sobre su cabeza—. En el proceso de la humanidad contra Kal El,
encontramos al acusado culpable de alta traición, y lo condenamos... ¡a muerte!
Batman
descargó el peso de la espada sobre un Superman agonizante y separó la cabeza
del tronco casi sin esfuerzo.
Alfred
llegó cuando todo había acabado. En su hombro colgaba el sofisticado rifle con
el que había realizado el disparo.
—Envía
un mensaje al coronel Furia diciéndole que la primera parte del plan ha salido
tal y como estaba previsto. Espero que esto sea suficientemente contundente
como para que aquellos que pretenden arrebatarnos nuestro hogar se lo piensen
un par de veces y busquen un enemigo más asequible.
—¿Y
si no es así, señor?
—Pues
en ese caso —Batman cogió por la cabellera la cabeza del hombre de Krypton, la
alzó al cielo como advertencia a un enemigo invisible y gritó con rabia, como
si pudiesen verlo—: ¡habrá guerra!
No hay comentarios:
Publicar un comentario