miércoles, 10 de diciembre de 2025

LOS COSECHADORES DE ESTRELLAS (56): EL RESCATE DE FLIK

Pablo aguzó sus oídos con la esperanza de poder oír algo, como quien, para medir la profundidad de un pozo, arroja una piedrecilla y espera el chop en la superficie del agua. Pero no consiguió distinguir ruido o golpe alguno, así como tampoco quejido que diese por finalizada la caída. Pablo no sabía si esa era una buena o una mala noticia, ya que el sonido de un golpe hubiese significado que Flik habría impactado contra alguna superficie dura, y desconocía la resistencia que poseían las ranas a los choques. Pero la ausencia de quejido quizás significase que Flik no estuviese en disposición de poder lamentarse. Lo que oyeron los niños, sin embargo, fue algo mucho peor.

—Yo no creo que esos cobardicas se atrevan a aparecer por aquí —a Pablo se le erizaron los pelos de la nuca, cuando escuchó aquella voz y se dio cuenta que pertenecía a uno de los gemelos.

—Hermano, ¿has visto esa cosa amarilla que salió por la ventana? —preguntó una voz muy parecida a la primera.

Pablo miró su reloj de Mortadelo y Filemón. Las seis en punto. ¡La hora del duelo! Pablo se había olvidado por completo de la amenaza de la banda de la calavera. ¡Ahora sí que estaban en un problema! Y sin salida. ¡Que no vean a Flik, que no vean a Flik!, rogó Pablo en silencio. Pero fue en vano.

—¡Ahí va!, ¡qué rana más grande! ¡Se escapa!, ven ranita ven, que no te puedes esconder de papá.

—¡Eso, eso, ven con papá! —exclamó el otro gemelo.

Los gemelos habían localizado a Flik. Por las voces daba la impresión de que le estaban persiguiendo, y el saberlo ocasionó diferentes reacciones entre los pasmados chicos. Por un lado, todos suspiraron, porque eso significaba que Flik estaba bastante sana como para intentar escapar de las garras de sus archienemigos. Quizás un poco magullada, pero viva al fin y al cabo. Pero, por otro lado, Pablo temblaba al imaginarse a los gemelos capturando a Flik, y en todas las cosas que podían hacerle aquel par de salvajes.

Rodrigo, mientras todo eso sucedía, le había explicado a Uno con todo lujo de detalles la situación de Lucas y lo que esperaban de él, pero al ver que las cosas se enredaban más de lo previsto, se dirigió una vez más a su amigo robot con voz suplicante antes de unirse a su hermano para rescatar a Flik.

—Nuno alega a Lucaz, ¿vale? Zi nezecitaz mecapento me lo pidez.

Y salió de su escondite, tras obtener la confirmación de su nuevo amigo de que haría lo que pudiese por su perro.

Sara, que sabía que estaban acorralados por los gemelos, y que su única opción era escapar sin ser vistos, fue la primera que aportó una sugerencia en cuanto apareció Rodrigo.

—Nosotros tres no podemos ganarles, y no hay otra salida más que la entrada principal. Tenemos que aprovechar ahora, que están distraidos buscando esa rana, para escapar.

Pablo y Rodrigo intercambiaron una triste mirada de complicidad. Sara se sintió de nuevo lejos de ser parte del grupo.

—No puede ser, Sara. Es algo que no te podemos explicar todavía, pero esa rana es muy importante para nosotros.

—Bueno —dijo la niña resignada—, entonces no nos queda más opción que la de enfrentarnos a la banda de la calavera.

Sara y los dos hermanos se asomaron con rapidez a la ventana y localizaron a los gemelos, que parecía que estaban solos. Ambos rebuscaban afanosamente entre unos arbustos sobre los cuales supuestamente habría caído Flik, algo que debía de haber acolchado su caída.

—Dejad a esa rana. No le hagáis daño, por favor. Dejadla en paz, que es mía —Pablo no sabía muy bien si ordenar o suplicar, y se daba cuenta de que volvía a caer en el error de asumir como suyo aquello que no tenía dueño.

—Hola Pablito... —contestó uno de los gemelos con tono musical y despectivo—. ¡Qué sorpresa! ¡Habéis venido! Que yo sepa las ranas no son de nadie más que de quien las caza. ¿No es así hermano?

—Así es —respondió su fotocopia entre risitas— de quien las caza.

Los gemelos redoblaron sus esfuerzos. Ahora que sabían que aquel tesoro significaba tanto para su odioso vecino, su caza y captura se había vuelto mucho más interesante.

A Sara, que no tenía miedo a los gemelos y sabía que podía vencerles con un poco de astucia femenina, no le parecía buena idea que Pablo demostrase tanto interés por aquel bicho. Esa era una clara muestra de debilidad de la que sin duda los gemelos intentarían aprovecharse. Pero pensó que lo mejor sería aguardar acontecimientos, porque ya había metido la pata bastante con aquel asunto de la rana de Pablo.

viernes, 18 de julio de 2025

EL REY DEL BOSQUE ANCESTRAL (1)

A la hora en que las sombras comenzaban a ganar de forma decidida la batalla a la luz del día, la pequeña se detuvo frente a la muralla infranqueable del bosque. No se adivinaban caminos. La masa de árboles no parecía ofrecer resquicio alguno a través del que se pudiera pasar. La pálida figura de la niña se difuminaba más a medida que la oscuridad apagaba los colores. Muy atrás quedaba la mansión, apenas un bosquejo de líneas fantasmales salpicadas de titilantes motas amarillas en los ventanales. Nadie la echaría en falta todavía. Los alegres alborotos de pájaros habían dado paso a los murmullos de los seres que pertenecían a la noche. El bosque exhaló un frío que humedeció los finos brocados de su vestido y en el aire volvieron a flotar las notas de un canturreo ancestral destinado a ser oído solo por los más pequeños.


La niña levantó con delicadeza la mano frente a sus ojos, como si esperase que alguien la tomase en un baile imaginario. Entonces susurró con una voz apenas audible:


–Llévame contigo, te lo suplico, allí donde nadie pueda encontrarme. Llévame contigo, como si nunca hubiese existido…


Algo se movió entre los árboles. Algo enorme. La forma apenas se adivinaba mientras se enroscaba y desenroscaba, frotando escamas duras como el pedernal con un siseo apagado. Parecían muchos, pero era uno solo.


Antes de que llegase el alba, un llanto desesperado llegó desde la casa. Poco después los criados se desplegaron con urgencia, iluminando a la carrera cada rincón con sus antorchas mientras los sabuesos tiraban con fuerza de las correas. El rastro estaba claro sobre la hierba húmeda. Los ladridos graves y los llamamientos cortaban el silencio de la noche. Cuando  llegaron al bosque, los perros comenzaron a aullar y a recular. Una mujer gritó al ver una de las pequeñas zapatillas.


–Él se la llevó. ¡Dijo que lo haría y se la llevó! ¡¿Qué hemos hecho?! –Exclamó entre sollozos, arrojándose abatida en brazos de su marido.


–Silencio. Todos estuvimos de acuerdo. Sabíamos cuáles podrían ser las consecuencias. Ahora ya es demasiado tarde.


jueves, 17 de abril de 2025

¿Hay alguien ahí afuera?

¿Alguien que soporte, sin perder la compostura y sin apagar la pantalla de su ordenador, las historias que aún tenemos por contar? ¿Quedan personas que, después de leernos, sean capaces de dormir con la luz apagada y sin abrir los ojos de nuevo para ver si no hay algo que les acecha en la oscuridad? ¿Alguien que no dude de si quien duerme a su lado es la persona que conoce, y que no necesite ir, cada vez que se despierta, a la habitación de sus hijos pequeños para ver si siguen allí? ¿Queda alguien para quien los aullidos de un perro en una noche tranquila o el viento que silba en la chimenea no signifiquen más que eso? ¿Alguien que nunca haya visto formas extrañas en la niebla? ¿Quedan lectores que no teman al mal antiguo e invisible que espera el momento de debilidad para introducirse en la carne y corromperla? 

¿Quedan?

Porque si hay alguien que pueda soportarlo, entonces retomaremos lo que dejamos sin terminar.