jueves, 25 de diciembre de 2025

LOS COSECHADORES DE ESTRELLAS (58): LA CALMA QUE PRECEDE A LA TORMENTA

—Sara, acompáñame abajo. Tenemos que salvar a mi rana —le pidió Pablo.


Dicho esto, y animada por el tono de complicidad de su amigo, Sara comenzó a bajar las escaleras. Momento que aprovechó Pablo para dirigirse a su hermano pequeño.


—Rodrigo, ¿te dio tiempo a esconder a Uno? —le preguntó mientras se dirigía a la habitación en la que su hermano le había ocultado.


Ambos se asomaron al interior del cuarto. 


Nada.


Cuatro paredes limpias y recién pintadas, y una ventana abierta de par en par. Ni rastro de Uno. Pablo avanzó unos pasos para comprobar con su mano la solidez de las paredes. Después giró sobre si mismo para cerciorarse de que no había dejado ningún hueco por mirar.


—¿Uno? —alcanzó a preguntar con timidez Pablo.


No hubo respuesta. Definitivamente en la habitación no había sitio donde esconderse.


—Nuno alega Lucaz —le comentó Rodrigo en voz baja.


—Ya, ya. Uno arregla a Lucas… y a mí me va a dar un ataque. Madre mía, esto es de locos —comentó mientras salía con su hermano de la habitación—. Te juro que de verdad me va a dar un ataque. Vamos a rescatar a Flik.


Bajaron las escaleras a toda prisa. Pablo de dos en dos, Rodrigo con más cautela. Cuando llegaron a la planta baja, se encontraron con que uno de los gemelos sostenía atrapada con sus dos manos a Flik, mientras que el otro se enfrentaba a Sara, que parecía haber moderado la repugnancia que sentía hacia la rana. Los gemelos y la niña daban la espalda al salón, donde aguardaba Lucas tumbado en la penumbra. Lo que sucedió a continuación sólo pudieron verlo los asombrados ojos de Pablo y Rodrigo.


Uno entró como si tal cosa por la ventana y, sin hacer ruido alguno, cogió a Lucas en sus brazos y volvió a desaparecer llevándoselo sin esfuerzo... ¡caminando por la pared con la misma facilidad con la que los niños caminarían por el suelo!


Pablo pensó que esta vez sí que iba a desmayarse.


—Nu... nu... —comenzó a decir Rodrigo, mientras señalaba al lugar, detrás de los gemelos y de Sara, en donde un instante antes había estado Uno.


Los tres chicos, que no habían visto la maniobra, se giraron al unísono un segundo después de que el talón del pie de Uno desapareciese fachada arriba. La hoja de la ventana todavía se movía, pero nadie buscaría otra explicación que no fuese la de la agradable brisa que soplaba en las últimas horas de aquella tarde de verano.


—Nu... nuestra rana, gracias —concluyó Pablo la frase de su hermano, mientras le obsequiaba con un pequeño capón.


—¡Aaaaay! —protestó Rodrigo.


—Oye ¿sabéis que los dos estáis un poco locos? —les contestó el gemelo que sostenía a Flik.


—No hables con el enemigo —le reprendió Rómulo, y de esa forma quedó claro quién de los dos era el cerebro y quién el músculo—, y volviendo a esa cuestión de que la rana es tuya. Eso habrá que verlo. ¿Puedes imaginar, hermano, lo bien que lucirá esta rana amarilla dentro de uno de los botes grandes, en nuestra colección de bichos del sótano?


—¿Dejarás que la meta viva en el formol, hermano? —Pablo creyó distinguir una gota de saliva en la comisura del labio de aquel monstruo, del placer que le producía el pensarlo.


—Oh, por supuesto —le respondió Rómulo, que no entendía cómo no se le había ocurrido antes a él tan refinada tortura.


Sara, especialista en manejar situaciones como aquella, que requería de nervios templados como los suyos, se dio cuenta de que lo que aquellos dos energúmenos buscaban era una excusa para repartir mamporros. Daba igual que fuese la rana o la casa abandonada. No había posibilidad de llevar las cosas al terreno de la negociación. Los gemelos habían venido a repartir tortas.

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