A Rómulo no le
gustaba mucho su nombre, prefería que le llamasen "el gemelo", a
secas. Esa era una de las razonas por las que necesitaba crecer con rapidez.
Ansiaba que llegase el momento en el que pudiese cambiarlo por otro más normal.
Rómulo consideraba que el de su hermano aún era peor que el suyo, pero eso no
le consolaba. A Remo, sin embargo, su nombre no parecía desagradarle. Nadie se
había atrevido a reirse de él a la cara. Salvo su hermano. Cuando Rómulo se
desesperaba con él, y eso sucedía muy a menudo, solía llamarle Rémora, y eso sí
que le molestaba.
Rómulo miró al cielo y contempló el vuelo de una gaviota.
Estaba cansado. Ya habían jugado al fútbol, habían nadado hasta quedar
exhaustos, y también habían empapado a unas ancianas que se habían arriesgado a
pasear demasiado cerca de la orilla. Este era el primer año que les dejaban ir
solos a la playa, sin que ningún adulto les vigilase.
Hacía mucho calor. A Remo parecía no afectarle la alta
temperatura, porque no paraba de pelearse de forma amistosa con los demás
chicos de la pandilla. Rómulo escuchaba los esfuerzos de su hermano como lo
haría con el hilo musical de su casa. Le aburrían esas contínuas peleas para
comprobar quien era más fuerte. Eran necesarias, porque la lucha era el mejor
método para mantenerse entrenado, pero él había nacido para algo más que
pelear. Había nacido para dirigir. No en vano era el indiscutido jefe de la
banda de la calavera, y por lo tanto el rey del barrio. De momento se trataba
de un reino pequeño, pero suficiente. En él había súbditos, y también enemigos,
porque ¿qué sería de una pandilla como la suya, sin nadie a quien poder hacerle
la vida imposible? No era cosa fácil ser un líder. Estaba obligado a imponer un
régimen de terror en sus dominios, para que nadie dudase de su liderazgo, y a buscar
para su pandilla retos osados y entretenidos de los que poder hablar en las
lluviosas tardes de invierno.
Los chicos se cansarían pronto de las peleas. Si no se le
ocurría algo interesante que hacer para entonces la tarde corría el peligro de
volverse aburrida.
Rómulo sonrió. En ese mismo instante llegaban sus vecinitos a la playa.
Justo cuando más se les necesitaba. Sólo tenía que esperar con paciencia a que
llegase su oportunidad, el momento en el que menos contasen con él y pudiese
causar más daño con su aparición.
No hay comentarios:
Publicar un comentario