lunes, 6 de noviembre de 2017

LOS COSECHADORES DE ESTRELLAS (14): LOS GEMELOS

A Rómulo no le gustaba mucho su nombre, prefería que le llamasen "el gemelo", a secas. Esa era una de las razonas por las que necesitaba crecer con rapidez. Ansiaba que llegase el momento en el que pudiese cambiarlo por otro más normal. Rómulo consideraba que el de su hermano aún era peor que el suyo, pero eso no le consolaba. A Remo, sin embargo, su nombre no parecía desagradarle. Nadie se había atrevido a reirse de él a la cara. Salvo su hermano. Cuando Rómulo se desesperaba con él, y eso sucedía muy a menudo, solía llamarle Rémora, y eso sí que le molestaba.
Rómulo miró al cielo y contempló el vuelo de una gaviota. Estaba cansado. Ya habían jugado al fútbol, habían nadado hasta quedar exhaustos, y también habían empapado a unas ancianas que se habían arriesgado a pasear demasiado cerca de la orilla. Este era el primer año que les dejaban ir solos a la playa, sin que ningún adulto les vigilase.
Hacía mucho calor. A Remo parecía no afectarle la alta temperatura, porque no paraba de pelearse de forma amistosa con los demás chicos de la pandilla. Rómulo escuchaba los esfuerzos de su hermano como lo haría con el hilo musical de su casa. Le aburrían esas contínuas peleas para comprobar quien era más fuerte. Eran necesarias, porque la lucha era el mejor método para mantenerse entrenado, pero él había nacido para algo más que pelear. Había nacido para dirigir. No en vano era el indiscutido jefe de la banda de la calavera, y por lo tanto el rey del barrio. De momento se trataba de un reino pequeño, pero suficiente. En él había súbditos, y también enemigos, porque ¿qué sería de una pandilla como la suya, sin nadie a quien poder hacerle la vida imposible? No era cosa fácil ser un líder. Estaba obligado a imponer un régimen de terror en sus dominios, para que nadie dudase de su liderazgo, y a buscar para su pandilla retos osados y entretenidos de los que poder hablar en las lluviosas tardes de invierno.
Los chicos se cansarían pronto de las peleas. Si no se le ocurría algo interesante que hacer para entonces la tarde corría el peligro de volverse aburrida.
Rómulo sonrió. En ese mismo instante llegaban sus vecinitos a la playa. Justo cuando más se les necesitaba. Sólo tenía que esperar con paciencia a que llegase su oportunidad, el momento en el que menos contasen con él y pudiese causar más daño con su aparición.

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