Aquella noche Pablo soñó con las máquinas. El sueño podría
haber sido hermoso, se lo merecía tras la victoria de la mañana, pero no fue
así. La pesadilla comenzó con lo que Pablo sabía que era una vista de Mundo
Flik desde el espacio. En los sueños hay cosas que se saben aunque nunca las
hayas visto y nadie te las haya explicado. Tan sólo se saben, sin más. Pablo se
sentía como un astronauta de aquellos que se veían en los libros y en los
documentales de divulgación científica. La sensación era tan real, que hasta
podía sentir como la gravedad perdía poder sobre su cuerpo. No había olores, y
tampoco hacía frío o calor. No había nada. Tampoco alcanzaba a ver sus
extremidades, aunque lo intentaba. Sabía que estaban allí, pero parecían ser
invisibles.
Aquella sensación de paz era maravillosa. Deseaba poder
quedarse colgado en el espacio para siempre. Respirando muy despacio y
moviéndose con suavidad, muy ligero. Dedicándose tan sólo a contemplar aquella
hermosa joya de predominantes colores escarlatas y malvas.
Pero Pablo también sabía que esa situación no podía durar
mucho tiempo. Presentía que algo le acechaba y se preparaba para quebrantar
aquella calma. Algo pulsaba y latía en alguna parte. Algo malo, terriblemente
malo. Algo oscuro, algo destinado a envenenar aquel remanso de paz.
Pablo se obligó a sí mismo a girar a su alrededor para
intentar localizar la amenaza. A su espalda, las dos estrellas que calentaban
Mundo Flik iluminaban el espacio más próximo, de otra forma oscuro e
impenetrable. Pero Pablo no encontró mal alguno en todo aquello que veía.
Y sin embargo... su sexto sentido le decía que lo que le
acechaba estaba cerca.
Se volvió para admirar de nuevo la hermosura de Mundo Flik.
Su belleza cortaba la respiración. Se dio cuenta de lo feliz que era, porque
sintió como una lágrima se le escapaba sin poder remediarlo. ¿Cómo podía ser
que algo maligno surgiese de tanta belleza?
Pablo observó que en aquel disco de hermosos colores había
una pequeña diferencia. ¿Qué era aquello que se veía cerca del ecuador de Mundo
Flik? Desde la distancia no parecía más que un diminuto puntito negro, pero
algo en su interior le decía que era mucho más que eso.
Se oyó a sí mismo pensar que no quería ver aquello más de
cerca. Pero en ese momento, contra su deseo, se sintió descender a gran
velocidad hacia la anomalía, que a medida que se acercaba se hacía más grande.
Ahora Pablo quería parar. Necesitaba detenerse. Fuese lo que fuese aquello, era
parte de lo que le acechaba, del mal oculto. Quería parar, pero no podía. Se
sentía atraído sin remedio hacia aquella oscuridad, hacia aquella enfermedad en
tan hermoso mundo. Como una viruta de hierro hacia un imán.
Ahora Pablo sí tenía miedo.
Ordenaba a sus párpados que se cerrasen, y sin embargo seguía
viendo. No podía evitarlo. A medida que se aproximaba, se dio cuenta de que el
oscuro círculo no aumentaba su tamaño, tan sólo crecía porque él se encontraba
cada vez más cerca. Hasta que llegó el momento en el que pudo ver que la mancha
era en realidad un enorme agujero abierto en la superficie del planeta.
Pablo detuvo su
descenso. No porque quisiera, puesto que hubiese querido hacerlo mucho antes,
sino porque el sueño, que transcurría fuera de su control, había decidido que
ese era el momento en el que debía hacerlo. El agujero abarcaba toda su vista,
y estaba delimitado en su perímetro por un anillo que costaba distinguir,
porque era tan oscuro como su interior. Ni siquiera girando su cabeza a uno y
otro lado podía ver otra cosa que no fuese oscuridad.
Como de momento no sucedía nada, Pablo ocupó su tiempo en
observar aquello que alguien insistía que viese desde donde estaba. Entonces
algo llamó su atención. Al principio Pablo había tomado aquel agujero por
alguna especie de cráter. Pero ahora estaba seguro de que aquello no se había
producido por un impacto contra la superficie, como había sucedido con los
cráteres de la luna por ejemplo, sino más bien al contrario. En los bordes del
agujero la corteza del planeta estaba fracturada y se amontonaba contra el
anillo. Tal y como ocurriría si algo hubiese presionado desde el interior y
hubiese perforado la corteza del planeta hacia afuera.
Contra su voluntad, Pablo comenzó a descender de nuevo,
aunque esta vez más lentamente.
Ahora estaba muy cerca
del agujero. Y lo que pudo ver le cortó la respiración.
El anillo exterior impedía que las toneladas de planeta
amontonadas contra él cayesen hacia abajo. Hacia el agujero que protegía. Pero
también impedía que cualquiera que no estuviese situado en su posición pudiese
ver lo que él veía.
Las entrañas de Mundo Flik.
Mundo Máquina.
Un mundo dentro de otro mundo.
Pablo sintió nauseas.
En los pocos casos en los que Pablo había necesitado ayuda,
siempre había podido contar con la de sus padres. Hasta ahora nunca había
tenido que enfrentarse a peligro alguno, y mucho menos a algo tan maligno como
lo que allí le acechaba. Sólo era un sueño y ahora quería despertar. Necesitaba
hacerlo. Nada podía hacerle daño en un
sueño, pero permanecer allí, suspendido sobre aquel inmenso boquete, hacía que
su adrenalina se disparase. El mal aguardaba allí abajo. Pero alguien le había
llevado hasta allí para que viese y no le dejaría escapar hasta que no le
enseñase aquello que quería mostrarle.
Al llegar hasta su posición, Pablo no había sido capaz de
reparar en detalle alguno porque todo lo que estaba dentro del agujero le
parecía del mismo color negro. Pero a medida que su vista se adaptaba, y podía
distinguir formas y volúmenes, lo que descubría le hacía parecer
insignificante. Cuando comenzó a diferenciar entre los distintos tonos de gris,
alcanzó a ver no menos de veinte torres de diversos tamaños que sobresalían del
agujero. La altura de las mayores era impresionante y todas ellas se perdían en
las profundidades del planeta. Las enormes construcciones estaban entrelazadas
entre sí, a diferentes alturas, por lo que parecía una tela de araña de
pasadizos. El agujero conducía abajo. Muy abajo. Parecía no tener fin.
Pablo supuso que la inteligencia que gobernaba aquel mundo
interior quería que fuese testigo de su poder. Que estaba tratando de
intimidarle. De demostrarle la inutilidad de su lucha. Lo absurdo de su
resistencia. Pero aquello era sólo un sueño, y los sueños no tenían porqué acabar
convirtiéndose en realidad. Además, lo que sucediese en Mundo Flik, por mucho
que le apenase, no tenía nada que ver con su planeta, la Tierra. Nada más acabar de pensar en ello sucedió
algo que le hizo temblar.
En el inmenso agujero, la inteligencia que controlaba aquel
mundo interior fijó su atención en él. Pero Pablo era invisible, nadie podía
verle. Eso era imposible. Sin embargo sintió a las máquinas girar todos sus
apéndices sensoriales hacia el lugar en el que se encontraba. Bien, aunque
pudiesen verle, no podrían hacerle daño. Se encontraba a mucha distancia sobre
ellos. Entonces la visión de Pablo se aclaró un poco más y el miedo le embargó
por completo.
Dispuestas sobre centenares de plataformas, a diversos
niveles y hasta que su vista se perdía en las profundidades, innumerables
máquinas de las más diversas formas aguardaban una orden.
Eran grandes. Eran oscuras y poderosas. Eran parte del mal
que latía en el interior de aquel hermoso mundo.
Pablo se elevó mucho más rápido de lo que había descendido.
Quien le había llevado hasta allí consideraba que ya había visto suficiente.
Mientras ascendía, era incapaz de apartar su vista del agujero. Era como esas
cosas que te atraen y te repugnan a la vez. Algo que no puedes evitar mirar. El
agujero se agrandó extendiendo una serie de negros tentáculos radiales, que al
ritmo que crecían pronto envolverían por completo Mundo Flik. Cada uno de
aquellos tentáculos estaba compuesto a su vez por millares de máquinas, que
habían recibido por fin la orden que esperaban. Máquinas oscuras, diabólicas,
terroríficas. Como negras arañas de los ladrillos saliendo de sus viscosos
agujeros.
Podía imaginárselas superando la barrera del anillo.
Atropellando criaturas indefensas y quemando la pradera morada a su paso.
Mundo Flik estaba enfermo, y ahora esa enfermedad se extendía
para acabar con él tal y como había sido hasta entonces.
Cuando Mundo Flik quedó cubierto por completo de aquella
negrura impenetrable, Pablo no pudo distinguirlo del oscuro universo en el que
flotaba. Entonces el niño fue testigo, desde su privilegiada posición, de
aquello que se negaba a creer.
Un hilo, de un negro más denso que el fondo del espacio sobre
el que se dibujaba, se irguió sobre la superficie de Mundo Flik. Titubeante al
principio, pero que no tardó mucho tiempo en ganar decisión y firmeza.
Pablo vio en su sueño con horror, cómo más y más de aquellos
tentáculos pugnaban por escapar de Mundo Flik con un objetivo concreto... el
planeta más próximo. A Pablo entonces le fue permitido cerrar los ojos.
Cuando los abrió de nuevo supo que el mundo que ahora podía
ver frente a él era la Tierra, su hogar. A su espalda, el Sol agonizaba
convertido en una bola de color rojo oscuro, que latía muy despacio, casi sin
fuerzas para iluminar más allá de la órbita en la que se encontraba.
Pablo sintió pena y tristeza. Comenzó a descender de nuevo
con rapidez. No sabía a donde quería llevarle esta vez el sueño, pero de todas
formas tampoco podía evitarlo. En esta ocasión no había nada que pudiese
servirle como referencia. La Tierra estaba cubierta en su totalidad por un
grueso manto de oscuras nubes que impedían adivinar lo que había debajo. El
sueño le introdujo entre los densos nubarrones. Pablo pensó que aquello debía
de ser lo más parecido a nadar en Coca Cola.
Una perenne tormenta eléctrica iluminaba con destellos de
diferente intensidad su trayectoria descendente. Cuando el niño al fin emergió
de entre las nubes, se encontró con que estaba casi a ras de suelo.
No sabía donde se encontraba. No era capaz de reconocer el
paisaje. Pero por su aspecto bien podría ser cualquier punto del Polo Norte.
Todo era gris y negro, como en una noche de luna llena. Sólo que no era de
noche, porque, en algún lugar muy por encima de las nubes, un sol moribundo se
esforzaba en vano por enviar calor a aquel triste planeta.
Fuertes vientos arrastraban una nieve sucia que lo cubría
todo. En su sueño no podía sentir el frío, pero debía de ser muy intenso.
Aquel paraje era desconocido, sin embargo... las estructuras
semiderruidas a su alrededor estaban dispuestas de una forma vagamente
familiar. Las ramas desnudas y muertas, que sobresalían del sucio manto de
nieve, se parecían un poco a... no podía ser. Pablo reconoció el lugar en el
que se encontraba cuando alzó la vista, y a la luz de uno de los relámpagos de
la onmipresente tormenta, se perfiló una de las antenas parabólicas de la casa
de Carlos. Erguida pese a las inclemencias. Sujeta a duras penas a lo que
quedaba en pie del tejado de la casa de su amigo, que no era gran cosa.
Pablo se encontraba en su jardín.
¿Pero qué demonios había pasado?, ¿dónde estaba todo el
mundo?... Si algo como eso llegase a suceder en algún momento, ¿cuándo y por
qué causa ocurriría? La pena se hizo más profunda. Le ahogó el dolor y la
angustia.
Recordó las palabras de Flik. “Las máquinas no necesitan de
nada vivo para sobrevivir”. El sueño le mostraba lo que las máquinas podrían
hacer con su estrella. Quizás como venganza por su intromisión en el duelo que
mantenían con Mundo Flik.
Todos los sentimientos de
tristeza que le embargaban fueron sustituidos por pura rabia. Rabia porque no
podía permitir que aquello que estaba viendo le sucediese a la Tierra. No
necesitaba ver más para saber que la lucha que mantenía con las máquinas no
terminaba en Mundo Flik. Pablo no podía perder. Por sus padres y por sus
hermanos. Por la Tierra.
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