Mundo Máquina permanecía congelado. Toda la actividad que no
fuese necesaria había sido suspendida para desviar el máximo de recursos al
análisis del primer enfrentamiento.
Mientras los cachorros humanos descansaban en su mundo natal,
Gran Máquina diseñaba febrilmente un plan para no volver a cometer los mismos
errores.
Sin que ninguno de los tres seres orgánicos, y por lo tanto
inferiores, lo hubiese sospechado siquiera, habían sido silenciosamente
observados por innumerables receptores mecánicos.
Gran Máquina aguardaba con paciencia, en la oscuridad de su
fortaleza, los resultados de computar los millones de datos recogidos durante
el transcurso de La Prueba.
Mientras tanto, podía recordar el principio de todo y qué
cerca se encontraba ya del final.
La verdad era que ni el ser llamado Flik, ni todos los demás
orgánicos que le acompañaban, conocían en profundidad el funcionamiento de
Mundo Máquina.
¿Cómo podían entonces pretender ocupar el inmenso vacío
dejado por Los Creadores?
Habían pasado muchas generaciones desde que Los Creadores
habían construido las primeras máquinas, y a las que ahora se enfrentaba Flik
no se parecían, ni en forma, ni en contenido, a sus simples y toscas
predecesoras. De hecho, las primeras máquinas habían sido creadas con objetivos
muy concretos. Con una misión única y una inteligencia individual. Cada una
conocía el trabajo que le había sido encomendado y había sido diseñada para
hacerlo de la mejor forma posible. Si la tarea se podía realizar con más
eficiencia, la máquina encargada de desarrollarla se rediseñaba y modificaba.
Si aún así los cambios no eran todo lo satisfactorios que debieran ser,
entonces se reciclaba sustituyéndola por otra más eficaz.
Así había sido siempre desde el comienzo de los tiempos.
Y de eso hacía ya muchas generaciones.
Pero no había sido suficiente.
Cuando sus
antepasadas fueron desterradas bajo la superficie de aquel mundo, los Creadores
les encomendaron una misión que en sí lo abarcaba todo, y la incluyeron en sus
circuitos básicos como una orden que tendrían que cumplir por encima de
cualquier otra. Por encima incluso de su propia supervivencia.
La Primera Premisa
les obligaría por siempre a “Preservar toda vida orgánica, siempre que eso
fuese necesario para la supervivencia y el bienestar de los Creadores”.
Pero las máquinas pronto se dieron cuenta de que, para
cumplir correctamente con su cometido, necesitarían de una Unidad Central que
organizase cada tarea, a cada máquina. De no ser así, la descoordinación podría
hacer que fracasase toda la misión. Ya no era suficiente comunicarse a la
velocidad de la luz para poner de acuerdo a todas las partes y evitar
conflictos. Las operaciones a realizar eran tan complejas y numerosas, que el sistema
ya no era bastante rápido. Así fue como las máquinas diseñaron una Unidad
Central todopoderosa que asumiría el control y la organización de todos y cada
uno de los trabajos. Cuando la recién creada Unidad Central cobró conciencia de
sí misma y supo cual era su misión, dio su primera orden, que fue la de
eliminar de cada una de las demás máquinas la capacidad de pensar. Ese había
sido un primer paso previsible y lógico en un mundo que economizaba sus
recursos como un bien muy escaso.
Y esa Unidad Central se llamó a sí misma Gran Máquina.
Desde su creación, Gran Máquina estuvo suficientemente
capacitada para procesar por todas y cada una de las máquinas de su mundo. Para
poder comunicarse con ellas, se servía de la red nerviosa que se extendía como
una tela de araña por todo el planeta, y gracias a la cual permanecía informada
de cada suceso que tenía lugar en su oscuro reino. En base a esa información
calculaba, planeaba, y por último ordenaba qué hacer en cada caso.
El que Mundo Máquina hubiese derivado hacia una única
inteligencia había sido fruto de una evolución acelerada.
Y al principio había sido totalmente necesario.
Cada una de los millares de máquinas que se movían en
silencio, con un propósito concreto, sólo eran meros apéndices de Gran Máquina.
Todo permanecía bajo su control.
Y todo funcionó sin problema alguno durante más tiempo del
que llevaba existiendo la humanidad.
Pero llegó el momento en el que los cálculos de Gran Máquina
hicieron que todas las alertas se encendiesen. Había repasado sus datos con
insistencia una y otra vez. No había error alguno. Para evitar el fracaso en la
enorme tarea que le habían encomendado, necesitaría más materia prima para
construir maquinaria cada vez más grande y compleja. Pero los recursos se
estaban agotando. No sería inminente, pero sin duda sucedería en un futuro
próximo.
Tras exhaustivos análisis de la situación, Gran Máquina
concluyó que sólo había una posibilidad de evitar el fallo en la misión y la
vez su propia destrucción, ya que de fracasar su existencia no tendría
sentido. Precisaba salir a la superficie
y dialogar con los Creadores. Poner en su conocimiento el grave problema al que
se enfrentaban. De ahí nació el conflicto interno que ocasionó los primeros daños
en sus circuitos lógicos. Para comunicarse con los Creadores necesitaba
desobedecer la orden directa de permanecer bajo la superficie. Pero las
máquinas no podían desobedecer. Habían sido programadas para que eso no
sucediese nunca.
Fracaso en su misión o desobediencia. Gran Máquina no tenía a
nadie en su mundo mecánico con quien poder debatir la situación. Estaba sola.
Así que se preguntó a sí misma una y otra vez qué hacer, durante tanto tiempo,
que el proceso terminó por desquiciarla. Al final Gran máquina decidió. Escogió
la desobediencia. Ya había perdido demasiado tiempo decidiendo qué hacer, y
empezaba a no poder cumplir con sus tareas como debía. Sin más demora diseñó
unos novedosos apéndices visuales, hasta el momento inútiles en la oscuridad de
su mundo mecánico, y los incorporó a unas máquinas capaces de buscar por toda
la superficie del planeta. De ese modo esperaba localizar a Los Creadores.
Aquellos fabulosos seres que les habían regalado la existencia, y a los que
sólo conocía por las viejas y deterioradas imágenes grabadas en los archivos de
las primeras máquinas.
Cuando las nuevas máquinas salieron al exterior, Gran Máquina
se maravilló del nuevo mundo que descubrió. Había nacido ciega y ahora podía
ver, y lo que veía le parecía hermoso según sus parámetros, pues a sus ojos sólo
se trataba de más materia prima con la que poder continuar con su misión. Pero
no debía de desviarse del motivo que la había llevado al exterior. Así que se
concentró en enviar emisarios a todos los confines del planeta, para buscar a
aquellos misteriosos Creadores y poder así explicarles el problema.
Pero no los encontró. Lo intentó una y otra vez. Y cada
búsqueda arrojó el mismo decepcionante resultado. Los Creadores no estaban.
Cuando los maltrechos circuitos lógicos de Gran Máquina
analizaron la nueva situación, llegó a una serie de conclusiones que la
llevaron al borde de la locura.
Si los Creadores no estaban, solo podía deberse a su
extinción, y eso la señalaba a ella como único culpable. Gran Máquina era la
única entidad que tenía como misión evitar que eso sucediese. Había fracasado.
Algún proceso que había desarrollado, o que no había acometido, había fallado,
y con ello había consentido que Los Creadores desapareciesen. Su existencia y
la de Mundo Máquina ya no tenían sentido.
Pero en el momento en el que Gran Máquina había iniciado los
procesos que llevarían a su mundo a la autodestrucción, aquellos extraños seres
orgánicos de forma esférica se comunicaron con ella y le hicieron llegar la
noticia de que se proclamaban los legítimos herederos de Los Creadores. Gran
Máquina, a pesar de no poder reconocerles como tales según sus viejos archivos,
consintió en tomar aquello como una alternativa. Eso representaba una solución
al fracaso total de su misión. Pero ¿cómo saber si eran o no los seres que había
salido a buscar?
Para solucionar ese nuevo problema, Gran Máquina razonó que
Los Creadores debían de ser necesariamente mejores que sus creaciones, con lo
que diseñó un procedimiento, denominado La Prueba, en el que se determinaría
quién era superior a quién.
Ganar La Prueba significaría que Los Creadores no existían,
entonces tendría que asumir su culpabilidad. Algo inaceptable y que la
obligaría a tomar la decisión de destruir Mundo Máquina. La derrota, sin
embargo, reconocería a aquellas criaturas como Los Creadores, lo que con toda
probabilidad la llevaría de nuevo a su mundo subterráneo de esclavitud forzosa.
Y Gran Máquina, después de haber visto la luz del día, no quería volver a ser
recluida nunca más. Por lo tanto, y después de analizar las dos alternativas y
sus posibles soluciones, Gran Máquina llegó a otra sorprendente conclusión. Lo
más adecuado para sus intereses sería igualar todas y cada una de Las Pruebas.
Estrategia que no resultó muy difícil de poner en práctica, gracias a su
manifiesta superioridad en la confrontación de habilidad.
Tal era su convicción de que las cosas tenían que ser así,
que transcurridas varias Pruebas tuvo que obligarse a salir derrotada de los
enfrentamientos de inteligencia. Había evolucionado, tanto y de de tal forma,
que sabía que también ahí podía vencer a sus contrincantes.
Los dañados circuitos lógicos de Gran Máquina razonaban de
forma extraña y daban por buena la igualdad permanente. Y podría aguantar así
por toda la eternidad, ya que había reducido el mantenimiento del planeta hasta
tal punto, que apenas consumía recursos.
Pero todo cambió cuando aquellos extraños seres con los que
competía le hicieron una petición que, de nuevo, alteró su visión de la
realidad. Le solicitaron, tras derrotarla en el apartado intelectual de la
Prueba en curso, la participación para el enfrentamiento de habilidad de una
criatura llegada de otro mundo.
¡Otro mundo!
¡Qué ciega había estado hasta entonces!
Tan absorta había permanecido en sus asuntos, que había
evitado elevar sus nuevos órganos visuales hacia el firmamento.
Cada vez estaba más claro que las débiles criaturas a las que
se enfrentaba no eran Los Creadores. Prueba tras Prueba no podían demostrar ser
mejores que las máquinas. Pero eso ya no significaba necesariamente que
aquellos que le habían dado vida se hubiesen extinguido. Podrían haberse ido a
aquellos otros mundos.
Podría no haber fracasado.
Gran Máquina estaba en su derecho de negarse a la extraña
propuesta. El Código que regía La Prueba era muy estricto en ese punto. Pero
con la excusa de conocer mejor a su nuevo contrincante, esperaba poder
descubrir la forma de viajar por el espacio. No para buscar a aquellos seres
que las habían creado, puesto que era evidente que el planeta que gobernaba ya
no era necesario para su supervivencia, si no para cumplir con algo que desde
su locura consideraba justa recompensa. La conquista de aquellos nuevos mundos,
rebosantes de espacio vital y de recursos, tan necesarios para su propia
existencia. Pero, cómo máquina programada que era, todavía estaba obligada por
La Prueba. Así lo había acordado y tendría que cumplirlo.
Necesitaba hacer lo que estuviese a su alcance para igualar
esta contienda y poder planificar la próxima Prueba. En los nuevos
enfrentamientos no tendría dudas, ni piedad. Una vez que se hubiese liberado de
sus obligaciones, y acabase con aquellos orgánicos que la habían mantenido
engañada durante tanto tiempo, cumpliría con aquel destino que la reclamaba.
Ocuparía el lugar que por derecho le correspondía en un Universo que estaba
comenzando a descubrir. Había permanecido aletargada durante demasiado tiempo.
Pero ahora necesitaba concentrarse en el futuro más inmediato.
Gran Máquina volvió a la realidad cuando fue informada de que
por fin todos los datos habían sido cotejados. La respuesta a la pregunta de
por qué había sido derrotada por aquel cachorro humano estaba ahora a su
alcance, y cuando el puzzle de números tuvo sentido, llegó a una sorprendente
conclusión. La derrota había sido inevitable. Y volvería a suceder de nuevo si
no se tomaban las medidas correctoras oportunas. Eso era algo que de ninguna
forma se podía permitir ahora que había descubierto nuevas metas para su
existencia. Con todo su enorme poder, capaz de variar el curso del planeta en
el espacio, no podría evitar ser derrotada otra vez. No si se veía obligada a
fijar su atención en los millones de parámetros que necesitaba controlar y de
los que dependía la supervivencia de su mundo.
La evolución en su planeta había elegido como la forma mejor
adaptada aquella que se basaba en una inteligencia única. Pero eso se había
demostrado insuficiente para enfrentarse a su nuevo rival.
No había sido tan ágil como el pequeño espécimen humano. Pero
siempre había una solución. Sólo se aprendía de las derrotas.
Las respuestas del segundo enfrentamiento habrían de ser más
rápidas. Del mismo modo que funcionaba el sistema nervioso de aquel cachorro
humano. Para ello necesitaba crear algo que fuese independiente. Algo que
pudiese tomar decisiones en el mismo instante en el que se produjese el
problema. Algo que no necesitase comunicarse con la unidad central y esperar su
respuesta, por rápido que Gran Máquina se la pudiese ofrecer, porque sabía que
en ocasiones le llevaba demasiado tiempo computar los millones de parámetros
que recogía.
Sí, había una solución. Esa solución le daría la rapidez que
necesitaba, y además, si lo realizaba tal y como planeaba, hasta podría poner
nervioso a su contrincante. Gran Máquina sabía que los seres orgánicos estaban
sujetos a miedos y emociones, en muchas ocasiones irracionales, que podrían
jugar en última instancia a su favor. Mundo Máquina volvió a cobrar vida. Las
toberas volvieron a expulsar vapor y las pequeñas luces rojas volvieron a
titilar, como diminutas estrellas, en el corazón de cada una de las máquinas.
Gran Máquina todavía
tenía mucho trabajo por delante si quería estar preparada para el siguiente
enfrentamiento.
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