Cuando sus ojos se adaptaron a la penumbra de la Cámara,
pudieron ver que por parte de las máquinas competía Uno. El robot, como en la
anterior ocasión, manejaba con soltura y precisión quirúrgica su mando. Era
hipnótico contemplar cómo se movía con la mayor economía de gestos posible. En
sus movimientos no había uno siquiera que sobrase.
En el lado opuesto de la mesa, frente a Uno, estaban sentados
sus dos hermanos. El asiento se había modificado para poder acomodar a ambos. A
pesar del velo de protección, que impedía verlo todo con la nitidez suficiente,
Pablo se dio cuenta de que en el sitio que debía de haber ocupado él reinaba la
juerga, el caos y la algarabía. Lo cierto era que Rodrigo y Pelayo no podían
actuar de forma más opuesta a su rival.
A simple vista se notaba que sus dos hermanos lo estaban
pasando genial. Rodrigo se inclinaba en la dirección en la dirigía el vehículo,
hasta el punto de casi perder el equilibrio, mientras Pelayo botaba sin cesar
en la silla.
Mucho más preocupante era lo que mostraba la pantalla.
Hasta Flik, que no entendía mucho de los entresijos de aquel
juego, se dio cuenta enseguida de que algo no iba demasiado bien.
–Estamos perdidos, Flik. No hay posibilidad de que ganemos
salvo que se repita este enfrentamiento –comentó cabizbajo Pablo.
Las imágenes mostraban una situación desoladora para sus
intereses. El circuito elegido de forma aleatoria era uno de los favoritos de
Pablo. Se trataba de Plantano, el mundo selvático en el que los vehículos
circulaban casi siempre por pistas de tierra y barro. La mayor de las dificultades
en ese planeta era esquivar las arenas movedizas y los pantanos cenagosos.
Había que ser muy cuidadoso a la hora de elegir el vehículo apropiado para
aquel terreno, y la verdad es que no había muchas opciones.
Uno había hecho lo correcto. Su modelo era un blindado de
seis ruedas y tracción total, que repartía el peso con eficacia por toda la
longitud de su cubierta inferior, casi indestructible.
Rodrigo, sin embargo, porque a Pablo no le cabía duda alguna
de que había sido él quien lo había hecho, se había limitado a escoger su
vehículo preferido. Una especie de bólido ligero y veloz, de grandes ruedas
traseras y morro muy afilado, difícil de conducir a grandes velocidades y sin
la tracción total tan necesaria para un terreno como aquel por el que circulaba.
Por encima de los dos excitados hermanos, la pantalla
mostraba sus escasos progresos en el circuito.
Pablo dio la vuelta alrededor de la mesa para poder ver lo
que veía Uno. La marcha imparable del vehículo de las máquinas.
El contador indicaba que Uno había completado dos vueltas
enteras y que comenzaba la tercera y última. El número del casillero de los
chicos mostraba un triste cero, lo que significaba que todavía estaban tratando
de cubrir su primera vuelta. Pero eso no era ni mucho menos lo peor. No si se
tenía en cuenta el agravante de que circulaban con total tranquilidad... ¡en
sentido contrario!
No tenían nada que hacer. Uno era un rival inalcanzable en
cualquier circunstancia, pero con esa ventaja sería implacable.
Mundo Flik estaba sin lugar a dudas sentenciado.
Pablo se acercó al velo protector e intentó llamar la
atención de sus hermanos, golpeándolo y gritando. Pero al momento se arrepintió
de haberlo hecho, pues, al aproximarse, se dio cuenta de que aunque creía que
las cosas no podían ir peor, aún había capacidad para más sorpresas.
Dentro del círculo protegido, los dos niños reían, gritaban y
manejaban el mando que sujetaban entre los dos... ¡al revés!
Pablo comprobó horrorizado cómo Rodrigo apretaba los botones
de la parte derecha, mientras dejaba que Pelayo accionase las palancas de la
parte izquierda de forma compulsiva y aleatoria. Obedeciendo las alocadas
órdenes de sus hermanos el coche de la pantalla avanzaba, se paraba, daba unos
tirones y se volvía a detener.
Pablo gritó más alto.
Rodrigo, alertado más por su sexto sentido que por otra cosa,
ya que no podía oír a Pablo, se dio la vuelta. Fue entonces cuando pudo ver a
su hermano mayor muy agitado, golpeando con su puño la pared transparente. Como
respuesta a su gesto, Rodrigo saludó con las dos manos y llamó la atención de
Pelayo, que se giró y saludó también, a la vez que agitaba sin cesar el mando
en sus manos regordetas. Esos movimientos provocaron violentas y poco deseables
reacciones en el bólido, que bordeó de casualidad un embudo de terreno muy
peligroso.
Pablo se echó las manos a la cabeza y les indicó con gestos
que mirasen a la pantalla. Podía ver en el esquema del circuito cómo el coche
de Uno se acercaba a toda velocidad.
A Pablo se le ocurrió, como medida desesperada, que la única
posibilidad que tenían sus hermanos para tratar igualar la contienda pasaba por
intentar chocar su vehículo contra el de Uno. Con esa maniobra el bólido
quedaría sin duda destrozado, pero si tenían un poco de suerte también podrían
impedir que Uno cruzase la meta.
–Flik, ¿puedes hablar con ellos? –preguntó Pablo dándose la
vuelta.
–No, Pablo, ya lo he intentado. Nada ni nadie puede
interferir en La Prueba. No hay forma de ponerse en contacto con ellos. Tan
sólo podemos esperar.
Pablo se giró de nuevo para mirar a la pantalla y trató de
concentrarse en la comunicación con su hermano. Quizás él sí fuese capaz de
entrar dentro de la cabeza de Rodrigo para trasladarle su desesperado plan.
Nada.
Cómo le gustaría a Pablo ser un jedi en ese momento, como
Carlos. El habría podido comunicarse mentalmente con su hermano.
El bólido seguía su
lenta marcha en contrasentido, sin intención ni rumbo aparente. Estaban
irremediablemente perdidos.
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