Gran Máquina había
llevado a todos sus sistemas al estado de máxima alerta. Los contrincantes ya
estaban en su mundo. Los datos recogidos por sus sensores así lo confirmaban.
En esta ocasión habían llegado tres. Sus rivales se habían reforzado con una
criatura que apenas podía desplazarse, y que se comunicaba con unos extraños y
agudos chillidos que aún no había logrado descifrar. Las experiencias
anteriores le servían para conocer que no debía de menospreciar a aquellos
contrincantes por su tamaño o sus aparentes incapacidades. La naturaleza, que
marcaba el ritmo de la evolución de los seres de carbono, era sabia y les
dotaba de recursos que compensaban con creces sus carencias.
Aquella diminuta
criatura no se comunicaba telepáticamente, eso estaba descartado. ¿Cómo se
entendería entonces con sus semejantes?
Gran Máquina
informó a Uno de la llegada de los contendientes, preparándole para el
enfrentamiento final, pero éste la sorprendió a su vez al responderle que ya
conocía la noticia. ¿Acaso había conseguido Uno acceso a su sistema de
vigilancia? La sensación de no poseer control alguno sobre una parte de su
mundo era algo tan inusual... Aquellos seres a los que se enfrentaba incluso podrían
calificar esa situación como de emocionante.
Pero no debía
desviarse de su línea de trabajo principal. Necesitaba la victoria en este
enfrentamiento a cualquier precio. A pesar de que ya no controlaba a Uno, nada
impedía a Gran Máquina poner en práctica un plan, destinado a dividir a sus
enemigos y reducir aún más sus escasas posibilidades de victoria.
Gran Máquina estaba obligada a cumplir con el pacto recogido en el
Código. Pero esas reglas eran muy imprecisas a la hora de definir los medios
válidos para conseguir la meta deseada. Y era de ahí precisamente de donde
pretendía sacar ventaja.
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