El cerebro que animaba a aquel ser al que Pablo se enfrentaba
no se hallaba presente en la Cámara. O por lo menos directamente. Gran Máquina,
que era así como se denominaba su rival, en realidad se encontraba enterrado a
cientos de kilómetros de profundidad. En el mismísimo corazón de Mundo Flik.
Protegido en su oscura fortaleza mecánica. De haberlo deseado, Gran Máquina
podría haberse desplazado hasta el lugar de la contienda a través de la tela de
araña de conductos y vías que unían el interior de su mundo. Pero no lo había
estimado necesario. Podía ver, oír, oler e incluso tocar cada cosa, como si
estuviese allí. Tan sólo necesitaba recoger la información que le llegaba a
través de los miles de terminales, extremadamente delicados y sensibles,
presentes en cada una de las máquinas que estaban bajo su control.
Gran Máquina había estudiado a su rival y sabía mucho de su
morfología. Conocía que aquellos seres orgánicos también eran capaces de
analizar su entorno con órganos muy parecidos a los suyos, pero mucho más
toscos y peor diseñados. Los apéndices sensitivos de Gran Máquina multiplicaban
por un millón las posibilidades que tenían sus rivales de recibir sensaciones
del exterior. Eso era una enorme ventaja, pues de ese modo nunca se escapaba
nada a su escrutinio. Pero a su vez también era una carga muy pesada, porque
tal volumen de datos precisaba de una capacidad de análisis increíble, y le
obligaba a invertir una ingente cantidad de recursos para poder procesarlo
todo.
Gran Máquina contempló con frialdad mecánica la desesperada
maniobra de su contrincante. No acababa de comprender su finalidad.
En el lapso de tiempo que duraba el salto del vehículo que
manejaba la criatura orgánica, en el intervalo que llevaba de un latido de
corazón a otro, analizó cientos de veces el movimiento suicida de su rival. Su
oponente había forzado en exceso el vehículo y debía de sufrir numerosos fallos
internos. Tiempo antes ya había podido pronosticar, gracias a los exhaustivos
cálculos que realizaba de forma continua, que a ese ritmo infernal su rival
nunca sería capaz de llegar a la meta. Aquel ser imperfecto subestimaba su
capacidad de respuesta si esperaba sorprenderle con aquella burda maniobra. Si
en ese instante diese la orden a su coche de que acelerase, las probabilidades
de que el vehículo manejado por aquel ente orgánico le alcanzase serían casi
nulas. Pero aquella maniobra era un desafío que le pareció interesante
estudiar, y a la velocidad a la que era capaz de hacer funcionar sus
procesadores aún tenía mucho tiempo para hacerlo.
Gran Máquina concluyó que podía hacer algo mucho mejor que
esquivar aquel ataque tan simple. Podría asestar un durísimo golpe a la moral
de su rival y dejar dañada su autoestima para lo que restaba de competición.
Podría hacer que aquella cría humana comprobase de la forma más cruel su
capacidad de respuesta. Destruiría el coche de su rival de forma aplastante. Y
si lo hacía en ese momento, como respuesta a aquella amenaza, quedaría claro
que nunca serían capaces de sorprenderle. Que toda esperanza era vana y toda
resistencia inútil.
Así lo haría. Les daría una lección. Sería algo que tardarían
en olvidar y que les haría comenzar derrotados en el siguiente desafío.
¿Era acaso éste el paladín invencible que aquellos pequeños
seres pretendían enfrentar a su inmenso poder?
Volvió a calcular las posibilidades que tenían unos y otros,
y de entre todas las maniobras posibles eligió aquella que le pudiese causar un
mayor castigo moral a su rival.
En un instante aceleró
su vehículo y calculó de nuevo, en base a las nuevas trayectorias, cuales eran
las probabilidades de que el rival pasase por delante con su salto. Ninguna.
Pero tampoco caería detrás. Lo había calculado todo milimétricamente para que
el vehículo de su contrincante cayese justo sobre su coche. Y entonces Gran
Máquina, que conocía a la perfección el diseño de los vehículos que pilotaban y
sabía que la parte más débil de los mismos estaba bajo su carrocería, activó la
defensa con la que podría evitar un ataque como el que le venía encima. Volvió
a calcular de nuevo una y otra vez, a medida que las posiciones de ambos coches
cambiaban, las posibilidades que tenía su rival de salir indemne del salto.
Cero. Ningún ser orgánico hubiese podido reaccionar como ella lo había hecho,
en las décimas de tiempo en las que había analizado y comenzado a ejecutar la
maniobra. En su interior mecánico creció algo que la llevó lo más cerca que una
máquina pudiese llegar a estar nunca de la satisfacción.
Por fin sigue.... Me.ha sabido a poco. Espero impaciente el resto ponte a trabajar ya!!!! Jajajajaja
ResponderEliminarHunmmmm. Nos gusta hacernos de rogar. Al George R.R. Martin le funciona, ;D.
ResponderEliminarVale, vale, hoy publicaremos el desenlace del primer enfrentamiento.