El miedo, si es que alguna vez habían llegado a sentirlo,
había desaparecido al tocar a Flik. Algún proceso desconocido había hecho que
todas sus dudas se evaporasen. Era como si conociesen a su nuevo amigo de toda
la vida. Los niños se sentían seguros, tranquilos y confiados.
Pero también había sucedido algo más. Pablo ya no estaba en
su jardín, ni siquiera en la Tierra. Volaba alto, muy alto, pero sin vértigo
alguno, como si lo hubiese hecho toda su vida. No era como ver imágenes de
película en la televisión, era como estar allí. Olía a fruta dulce y madura,
olía a aire fresco. Pablo podía sentir la huella del viento en su cara. Giró la
vista a su derecha, y de alguna forma supo que quien volaba a su lado era su
hermano Rodrigo. Físicamente no era él, ya que había adoptado la forma de una
simpática seta que se mecía dejándose arrastrar por la suave brisa, pero era
Rodrigo. Pablo sentía que su hermano estaba disfrutando de las vistas sin
ningún tipo de temor. Giró la vista a su izquierda, y también sintió que quien
estaba junto a él, a ese otro lado, era Flik bajo la forma de otra seta un poco
más pequeña. Así que asumió que él también había adoptado la forma de un hongo
volador, porque al volver la vista atrás, comprobó que en realidad ellos tres
sólo eran la avanzadilla de una gran bandada de setas flotantes.
Sin palabras, Flik estaba intentando enseñarles su mundo, o
más bien lo que había sido su mundo cuando todavía era hermoso.
Pablo se concentró en lo que veía.
Muy abajo, una enorme extensión de lo que lo parecía una
hierba escarlata se ondulaba mecida por la misma brisa en la que flotaban.
Sobre la hierba se deslizaban, muy lentamente, unos enormes bloques irregulares
que a Pablo le parecieron trozos de hielo de un profundo color azul, y que
dejaban tras de sí una estela del mismo color de la que bebían muchos otros
animales. La pradera bullía de vida, de tal forma, que era imposible captarlo
todo. Pablo fijó su vista en unos gigantescos seres, mezcla de elefante y buey
pero con seis poderosas patas, que pastaban sin prestar atención a lo que
sucedía a su alrededor. Mientras tanto otros con aspecto de canguro saltaban
desplazándose a gran velocidad, cruzando raudos la pradera. Sobre todos ellos,
subían y bajaban de forma vertiginosa lo que parecían unos pequeños pañuelos
que se enredaban entre sí en una danza sin fin. La luz disminuyó su intensidad,
y Pablo elevó su vista. El cielo, de un azul mucho más tenue que en la tierra,
se había oscurecido por la presencia de una espesa nube en forma de ancha
cinta, que barría el cielo con rapidez de derecha a izquierda. La nube dejó una
fina capa de agua verde sobre todo y todos al desplazarse, y no tardó mucho tiempo en desaparecer en el
horizonte. El paisaje volvió a iluminarse con la luz de dos estrellas, una
pequeña y azul, y otra mucho más grande y de color rojo sangre.
La visión cambió de forma repentina. Ahora volaban, en la
misma formación, bordeando unos acantilados de roca roja por los que se
precipitaba sin cesar un torrente de miles de flores. Los colores se fundían de
forma increíble y a Pablo, maravillado por la belleza de las imágenes, le
costaba arrancar la vista del espectáculo. Las flores, una vez que alcanzaban
el borde, flotaban mientras caían y se perdían muy abajo, más allá de una
niebla impenetrable.
De nuevo volvió a cambiar todo. Pablo esta vez se encontró,
junto a sus compañeros de viaje, sobrevolando lo que parecía un inmenso mar de
color turquesa. Hasta donde alcanzaba la vista, y a intervalos irregulares,
unos gigantescos hongos emergían del agua hacia el cielo. Pablo se dirigió
hacia uno de ellos obligado por la brisa que les transportaba. Cuando llegaron
suficientemente cerca, se dio cuenta de que aquel hongo era en realidad una
descomunal fuente del mismo agua turquesa del que emergía. Por alguna razón, en
esos lugares el agua flotaba liviana hasta una gran altura y luego caía en
forma de fina lluvia. Dentro del hongo, cientos de criaturas de las más
diversas formas danzaban sin orden aparente. Aquel micromundo, invisible desde
afuera, rebosaba de vida en su interior.
De nuevo cambió el paisaje. Ahora Pablo se encontraba
sobrevolando un espacio de luces y sombras en el que, por encima y por debajo
de él, frondosas copas de descomunales árboles reflejaban la luz de las dos
estrellas con los brillos de sus hojas. De las ramas de estos árboles
cristalinos, de formas y colores muy diferentes, colgaban frutos que
destellaban como diamantes con pulsantes luces interiores. Pablo sintió algo
que no podía describir con facilidad. Si la bondad pudiese materializarse en
algún lugar, aquel podría haber sido su hogar. En aquel bosque de cristal,
Pablo entendió lo que Flik les había dicho sobre los árboles sabios.
Las imágenes se apagaron tan rápidamente como habían aparecido.
Los dos niños se quedaron con ganas de más.
–Del mismo modo que vuestra raza envía datos en una cápsula,
para llevar lo más hermoso de vuestro mundo y que así os puedan conocer otras
civilizaciones, yo os he enseñado un poco de cómo era mi planeta antes de que
las máquinas lo abandonasen a su suerte –les dijo Flik para romper el hielo,
pensando que los niños necesitarían una explicación tras volver a la realidad–.
No sé si os hubieseis atrevido a hacerlo si os lo hubiese propuesto antes.
Tenéis que disculparme por no haberos pedido permiso. Algo así no volverá a
suceder nunca, os lo prometo.
–Mooooooooolaaaa pila –dijo Pablo.
–Sí, lo sé, era un mundo muy hermoso –la voz de Flik
reflejaba ahora su tristeza–, pero confío en que vuelva a ser así algún día. Es
por eso por lo que estoy aquí y por lo que necesito vuestra ayuda.
–No, no. Lo que mola es el vuelo. ¿Cómo lo has hecho Flik?
–Quelo volal otla vez, Flik. Fiúúúúúúú, fiúúúúúúú –Rodrigo
extendió los brazos como un avión y voló inclinándose a un lado y a otro sin
moverse del sitio.
–Oye, Flik, ¿por qué no nos enseñas como está tu planeta de
pocho ahora? –se le ocurrió a Pablo.
–No puedo. Para poder ver eso tendréis que acompañarme. La
verdad es que hemos invertido una gran cantidad de esfuerzo y recursos en
mostraros cómo era de hermoso mi mundo. Preferí que pudieseis ver por vosotros
mismos que merece la pena luchar por él. En vuestro mundo tenéis una frase para
expresarlo, “una imagen vale más que mil palabras”. ¿No os parece que no
podemos dejar que muera? Además, este proceso también está diseñado para que
crezca vuestra confianza en mí.
Pablo se dio cuenta de que, antes del viaje virtual,
pretendía pedir explicaciones a Flik para intentar que Rodrigo se sintiese más
tranquilo. Miró a su hermano. Sonreía.
–¿Rodrigo? –preguntó.
–Tenemoz que ayudal a Flik –las palabras sobre la valentía
que había pronunciado Pablo unos instantes antes, sumadas a la confianza que le
había proporcionado el viaje, habían vencido todos sus recelos y sus miedos. No
podían dejar en la estacada a aquella indefensa ranita–, y tene que zel lápido.
Pablo sabía que las imágenes que Flik les había enseñado
habían hecho mucho más que mostrarles un mundo hermoso y diferente. Habían
disipado sus dudas. Algo dentro de sus cabezas había hecho clic y con ello sus
temores se habían esfumado por completo. La reacción de su hermano menor, antes
tan negativa, no hacía más que confirmar esa idea.
–¿Y cómo vamos a ir a tu mundo de verdad, Flik?
–Es mucho más sencillo que lo que os he mostrado antes.
Fijaos en este roble.
Los dos niños se giraron para mirar al árbol.
–¿Y qué hay que ver?, ¿nunca has visto un árbol? –preguntó
Pablo.
–Eze puntito. Ze mueve.
–Ahí justamente, Rodrigo, en ese punto de la corteza que
oscila.
–¿Qué hace el puntito, Pabo?
–Oscila, que se mueve –comentó Pablo, un poco molesto por no
haber sido él el primero en fijarse en ese detalle–, lo veo, lo veo. ¿Y ahora
qué?
–Ese es el portal de entrada a mi mundo. Cuando lo
traspasemos, el tiempo se detendrá aquí para vosotros y quedará congelado hasta
vuestra vuelta, momento en el que todo volverá a cobrar vida de nuevo. Mientras
estéis en mi mundo no pasará ni uno de vuestros segundos de la Tierra. Así no
tendréis que dar explicaciones a vuestros padres. En este momento el portal
está abierto sólo para nosotros, y la llave del mismo está al otro lado.
Vuestra especie no tiene todavía la capacidad para abrir portales a otros
lugares del Universo, aunque estéis muy cerca de obtener el conocimiento
necesario para lograrlo. Y eso a pesar de que no permitís que vuestros árboles
vivan el tiempo suficiente como para que alcancen la sabiduría necesaria. Pero
ese es un problema que trataremos de resolver en otra ocasión. Ahora a lo que
nos ocupa. Debido a la urgencia de la situación, y porque precisamos de vuestra
ayuda, hemos realizado un esfuerzo enorme para influir en el pensamiento de tu
padre. Hemos organizado sus ideas para llevarle a concebir uno de los
descubrimientos más importantes de vuestra historia. Aunque él piense que su
experimento ha fracasado...
–Ah, ya entiendo. La explosión de hoy por la mañana....
–Exacto, Pablo. Para lograrlo necesitábamos que, desde
vuestro mundo, tu padre nos ayudase a abrir el portal. El experimento ha sido
un éxito total, a pesar de que él sigue preguntándose qué es lo que ha fallado.
–Lo que yo no entiendo es por qué no quieres que nuestros
padres te ayuden. Son personas muy listas y muy buenas.
–La verdad es que no considero todavía a vuestros mayores
preparados para encontrarse con otros seres diferentes a ellos. Sois tan...
tan... arrogantes...
–Oye Pabo, ¿noz eztá inzultando ezta lana zabihondilla?...
–susurró Rodrigo al oído de su hermano sin apartar la vista de Flik.
–Cuidado Flik, sin faltar al respeto. No la vayamos a liar
–le dijo Pablo espoleado por su hermano e hinchando el pecho, mientras trataba
de retener en su memoria la última palabra pronunciada por Flik para
preguntarle a su madre el significado–. ¿Qué te hace pensar que nosotros somos
eso que dices?
–Mi intención no es la de ofenderos, de verdad, Pablo.
Todavía os conozco poco, pero tendrás que admitir que vuestra especie piensa en
sí misma como los únicos seres vivos del Universo. Aceptar otra realidad
supondría para vosotros sin duda un terrible problema. Y eso es algo que de
verdad no entiendo, porque ¿cómo podéis ni siquiera pensar que estáis solos? No
tenéis nada más que elevar la vista al cielo nocturno de cualquier noche de
verano, y podríais ver sin dificultad decenas de estrellas que son, como
mínimo, tan importantes como esta que os alumbra.
Los chicos callaron. En el fondo sabían que lo que Flik decía
era cierto, pues alguna noche de verano, y antes de irse a dormir, se habían
pasado horas junto a su padre contemplando estrellas con el telescopio.
–De verdad pienso que todavía no estáis preparados para
encontraros con otra raza diferente a la vuestra –continuó Flik, confiando en
que el motivo que exponía fuese suficiente para los chicos.
–Vaaaale, vale. No hace falta que sigas, que ya te entiendo.
Todo eso puede ser verdad para casi todos, pero mis padres no son así. Son
personas pacíficas y muy listas. Serían una gran ayuda. Déjame que les hable de
ti – insistió Pablo.
Flik hizo una pausa mientras buscaba nuevos argumentos.
–Aún hay otro problema. Aunque lograseis convencerme de que vuestros
mayores están preparados para conocer la realidad del Universo, y de que
podrían prestarme la ayuda que preciso, el portal que hemos logrado abrir es
demasiado pequeño para que algo de una masa un poco mayor que la vuestra pueda
pasar al otro lado. El esfuerzo que hacemos para llegar hasta aquí y mantener
lo poco que queda de mi mundo con vida, no nos ha permitido crear algo más
grande. Un portal nace y crece. Aunque no lo creáis es casi un ser vivo.
Necesita tiempo para madurar y poder engullir cosas más grandes.
–¿Ez que noz va a comel? –Rodrigo eso de engullir lo entendía
a la perfección. Así como también glotón, comilón, y otros sinónimos con los
que estaba obligado a convivir debido a su feroz apetito.
–No, Rodrigo –continuó Flik– los portales se alimentan de
tiempo y de espacio. Al transportarte a otro mundo se comen el tiempo que
detienen para ti en el planeta origen, y parte de él lo transforman en espacio
con el que te llevan de un sitio a otro. Si vuelves por el mismo camino ya
abierto, es como si te dejases caer por un tobogán. Eso no origina una parada
del tiempo del mundo del que vuelves, y a su vez vuelve a poner en marcha para
ti el reloj en el primer planeta.
–Vale, vale. ¡Vaya lío! –protestó Pablo, porque estaba
empezando a dolerle la cabeza.
–Puez yo ezo lo entiendo –su hermano le miró extrañado–, lo
del togobán –aclaró.
–Bueno, puede parecer un poco lioso de explicar, pero el
funcionamiento es de lo más sencillo. Tan sólo tenemos que atravesar ese punto
y apareceremos en mi mundo.
–Estás de broma, ¿quieres que intente meterme en ese árbol?
–Eso es.
–Tú primero Flik –repuso un desconfiado Pablo.
–Vamos a hacer algo mejor que eso. Intenta tocar el árbol.
–Ezo eztá chupado.
Y antes de que Pablo pudiese detenerle, Rodrigo, el muy
descerebrado, se apoyó en el tronco del árbol con todo su peso.
Y entonces cayó.
Dentro del árbol.
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