Los niños emplearon una eternidad en completar la carrera,
ahora que por fin circulaban en el sentido correcto. Su bólido sólo alcanzaba
unos escasos veinte kilómetros por hora, pero al final sucedió el milagro y los
dos hermanos consiguieron evitar todos los peligros del circuito.
Cuando atravesaron la línea de meta los espectadores
virtuales invadieron la pista para felicitarles.
Habían ganado la partida.
Habían vencido en La Prueba.
Habían salvado Mundo Flik.
Habían desactivado la amenaza que representaban las máquinas
para el Universo.
La barrera de protección desapareció y Pablo y Flik se
abalanzaron sobre los chicos para darles un enorme abrazo.
–Pelayo, Rodrigo –gritaba Pablo– sois unos desobedientes y
unos testarudos...
–Pelo, pelo... –comenzó a explicarse Rodrigo en su defensa.
–Pero también sois los mejores hermanos. Los más grandes. Voy
a utilizar tu técnica la próxima vez que juegue. La llamaré “La tormenta de Rodrigo”
en tu honor. Ya verás.
–¿Vizte, Pabo?, ¿vizte?
–¡Gaaaaaaaaa!
De nuevo se escucharon unos susurros metálicos en la sala.
Parecían no tener fin.
–Esperad un segundo niños, que las máquinas están intentando
comunicarse de nuevo conmigo. Habla de modo que todos podamos entenderte, por
favor –le dijo Flik a su invisible interlocutor.
–Seres orgánicos, después de mucho deliberar, y tras analizar
vuestra reclamación, he decidido daros la razón. He violado el Código de La
Prueba al admitir como competidores a dos seres que vosotros consideráis ajenos
a la misma.
–¿Qué quiere decir, Flik?
–Me temo que puede tener razón, Pablo. El código es muy
estricto en ese punto. Quizás no se deba de considerar esta competición que
acabáis de ganar como válida.
–Pero, ¿de qué está hablando esa máquina? Hemos ganado,
¿acaso tiene los ojos en el culo? Acabamos de machacarla... –Pablo estaba fuera
de sí.
–Pelo, pelo, ezo no ez juzto...
Pablo tomó a su hermano Pelayo en brazos y se giró al sentir
una presencia cercana. Se trataba de Uno. Aquel robot, de semblante
inescrutable, se situó a dos pasos de distancia del alterado grupo.
¿Y ahora qué?, pensó Pablo. Flik siempre le había dicho que
aquellas máquinas no se atreverían a hacerles daño, porque que estaban
obligadas por el Código, pero la situación había cambiado tanto que ya no
estaba seguro de nada.
Uno permanecía en silencio, demasiado cerca. Las pequeñas
lucecitas rojas que destellaban en su interior lo hacían ahora con más
intensidad y velocidad. A Pablo aquella figura oscura, casi negra, ahora le
daba la terrible impresión de ser una amenaza. Como un tigre a punto de saltar
sobre su presa.
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