viernes, 23 de marzo de 2018

LOS COSECHADORES DE ESTRELLAS (39): RODRIGO AL RESCATE

Pero no sucedió nada de aquello que Pablo se temía. Después de que volviesen a sonar unos extraños susurros, Uno elevó su vista al cielo, miró por última vez a Pablo, y se volvió con los imponentes escoltas. Las tres figuras se movieron sin esfuerzo sobre la negra lengua de metal líquido, que a su vez se retiraba en dirección a una magnífica fortaleza de oscuro cristal. El contorno de esa enorme construcción comenzaba ahora a definirse un poco más allá del lugar en el que se encontraban.
¿Cómo algo tan grande como aquello podía haber pasado desapercibido hasta ese momento?
La respuesta a esa pregunta estaba en los torbellinos de la oscura atmósfera que desaparecían a gran velocidad, y que la habían mantenido oculta a sus ojos.
El muro exterior de la fortaleza era altísimo, y negro como la noche más impenetrable. Contemplarlo trasladó otra vez a Pablo hasta la pesadilla de la noche anterior, puesto que pronto se dio cuenta de que aquello que alcanzaba a ver, no era sino la mínima expresión del anillo que en su sueño había perforado la superficie de Mundo Flik.
Al ritmo al que avanzaban Uno y sus robots guardianes, no tardarían en alcanzar un enorme portal que se abría en el muro de la fortaleza y del que se escapaban siseantes columnas de vapor de forma intermitente.
Menos mal que todo había acabado por fin, pensó Pablo, y que nadie tendría que obligarle a entrar en aquella especie de boca del infierno que se abría amenazadora, a poca distancia de donde ellos se encontraban. Mundo Flik estaba a salvo, su Sol y la Tierra también... o por lo menos así lo entendía él.
–¿Y qué patalá con Nuno? –preguntó Rodrigo, mientras todos contemplaban como el robot se alejaba sin titubear entre las enormes arañas mecánicas.
–Me temo –dijo Flik– que será desmontado y reutilizado. En su mundo las cosas que no sirven se descomponen para formar nuevas máquinas. Ellos no construyen las cosas sólo como adornos. Todo ha de tener una finalidad. Uno ha cumplido la función para la que fue creado y ahora ya no tiene utilidad alguna. Las máquinas no se pueden permitir, con la escasez de recursos que sufren, un gasto innecesario de materia prima.
–¿Ya no hablá máz Nuno?
–No, Rodrigo. Pero no pasa nada. En realidad es como cuando se te estropea un juguete –concluyó su hermano mayor.
Nada más decirlo, Pablo se dio cuenta del error que había cometido. Rodrigo lloraba cada vez que se le estropeaba un juguete, porque su madre se lo tiraría a la basura por inservible. Tenía mucho apego a sus juguetes. Afortunadamente, en la mayoría de las ocasiones sus padres conseguían reparaciones milagrosas con ingenio, un destornillador y un poco de pegamento. Pero no siempre era posible arreglar un juguete roto. Y como les decía su madre, si se quedasen con todo lo que tenían, roto o no, llegaría el momento en el que no podrían tener juguetes nuevos porque no cabrían en los armarios.
A la luz cada vez más clara de las dos estrellas de Mundo Flik, Pablo pudo ver con toda claridad una lágrima asomando en el ojo de su hermano.
Repentinamente, como suceden las cosas imprevistas e impulsivas a las que Rodrigo era muy aficionado, y sin que nadie pudiese detenerle, su hermano comenzó a correr, como sólo él era capaz de hacerlo, en dirección al muro negro.

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