miércoles, 28 de marzo de 2018

LOS COSECHADORES DE ESTRELLAS (40): LA DUDA DE PABLO


El abuelo siempre decía de Rodrigo que el día que lograse que sus extremidades, que parecía que tuviesen vida propia, remasen al unísono en la misma dirección, su nieto sería imbatible. Tal era la forma de correr de su hermano.
¿Y ahora qué?, pensó Pablo mientras gritaba el nombre de Rodrigo en vano, suplicándole por favor que volviese.
Habían ganado, ¡qué podía importar lo que le sucediese a aquel robot en su mundo de robots! Desde luego ese no era su problema, que ya tenían bastantes. Pero su hermano Rodrigo, paladín de las causas perdidas, estaba claro que no pensaba del mismo modo.
¿Tanto había cambiado su hermano con esta aventura?, ¿tanto había ganado en seguridad, como para atreverse a adentrarse en la terrible guarida de las máquinas e intentar defender sus ideales, poniendo en peligro incluso su propia integridad? Pero si no había persona sobre la faz de la Tierra que tuviese más aversión al peligro que Rodrigo…
¡Cómo se arrepentía ahora Pablo de haberle llamado poco arriesgado un par de días antes, cuando todo había comenzado! A saber qué extrañas ideas tarzanescas estaban pasando por la cabeza de aquel chalado en este momento.
Pablo se lamentó de su mala suerte. Un instante antes se encontraban a un salto de regresar por fin a la seguridad de su casa, después de cumplir satisfactoriamente con su misión. En aquel feliz momento, la sensación de peligro que le había perseguido, hasta dejarle casi sin aire durante tres días, se había evaporado dejando sólo el rastro de un mal sueño
Sin embargo, ahora se enfrentaba a la disyuntiva de permanecer allí donde estaba, con la seguridad que le aportaba la compañía de Flik, o tratar de impedir que su hermano entrase en aquella boca del mal a la que se dirigía. Y de elegir esta opción, ¿qué haría mientras tanto con Pelayo, que le miraba con los ojos como platos?
Lo que no estaba dispuesto a hacer era abandonar a su hermano más pequeño. No señor. Donde quiera que él fuese, también iría Pelayo, que ya estaba cansado de perder a sus hermanos por el camino.
Después de todas estas disquisiciones, y cuando Pablo fue capaz por fin de despertar de su pasmo, se dio cuenta de que Rodrigo ya estaba a mitad de camino entre el grupo de asombrados amigos y la humeante abertura de la fortaleza. Así que, sin darle más vueltas y como si se hubiese accionado un resorte en su cabeza, echó a correr tras él, llevando a Pelayo en sus brazos. Un gesto loco, diría su madre, muy propio de la herencia genética de su padre.
A Pablo aquella cueva de metal que se abría ante él y resoplaba siseante vapor le daba miedo, pero más miedo sentía por lo que pudiese pasarle a su hermano.
A medida que avanzaba, la oscuridad aumentaba a su alrededor. Pablo se sentía observado por cientos de ojos que se acercaban y alejaban mientras enfocaban y recalculaban distancias. El volumen de maquinaria crecía mientras se adentraba en sus dominios.
Miró por encima de su hombro. Flik y los suyos estaban muy atrás, inmóviles.
¿Y eso qué significaba?, pues que no interferirían en ninguna decisión que pudiesen tomar las máquinas, ni acudirían en su rescate. No mientras durasen las negociaciones. Había demasiado en juego. Ahora los tres hermanos estaban solos y Pablo esperaba no tener que arrepentirse de su impulsivo gesto.
Ya había logrado recortar a la mitad la distancia que su hermano le llevaba, y eso a pesar de llevar a Pelayo en brazos, pero se dio cuenta de que con la duda inicial había concedido demasiada ventaja a Rodrigo. Era evidente que su hermano pasaría bajo la arcada mecánica antes de que pudiese alcanzarle. ¿Cómo podía ser que el renacuajo corriese tanto?
–¡Rodrigoooooooo!, ¡nooooooooo!, ¡espérame! –gritó justo en el momento en el que Rodrigo desaparecía entre densas columnas de vapor. Tragado por la oscuridad.
Pablo disminuyó el ritmo de su carrera. Pelayo pesaba mucho y las dudas le asaltaban. A su alrededor muchas cosas se movían y susurraban en aquel lenguaje que no entendía. ¿No sería mejor dar media vuelta y tratar de conseguir la ayuda de Flik?, ¿o la de sus padres en última instancia?
Sus papás sabían muchas cosas y eran muy inteligentes. Seguro que descubrían la manera de llegar a este mundo y rescatar a su hermano Rodrigo.
Miró hacia atrás.
La senda recorrida, antes despejada, ahora se asemejaba a un túnel cada vez más estrecho y oscuro. Como si de alguna forma se fuese cerrando a su paso. El cielo, desde su posición, no parecía tan limpio como cuando lo había contemplado junto a Flik, al terminar La Prueba. De hecho ya no podía ver a Flik.
¿Le dejarían volver las máquinas ahora, si decidía dar marcha atrás? Tenían motivos más que suficientes para retenerle. Su hermano y él las habían vencido, y además estaban incumpliendo el Código al invadir sin consentimiento su territorio. Pero por otra parte, y en el remoto caso de que las máquinas le permitiesen volver atrás, ¿sería capaz de llegar a tiempo con sus padres para salvar a su hermano?
Pelayo parecía inquieto. A él seguro que tampoco le gustaba internarse en aquel sitio tan oscuro.
Pablo miró de nuevo hacia delante. El muro de oscuro cristal era inmenso. Ocupaba todo el espacio que su vista era capaz de abarcar, y por arriba parecía llegar hasta el cielo. Miles de pequeñas luces rojas se apagaban y encendían con gran rapidez dentro de aquella negra pared, algo que Pablo interpretó como un enfado.
Su cabeza sopesaba una y otra vez cada alternativa, pero sabía que mientras lo hacía estaba perdiendo un tiempo precioso. Rodrigo estaría ahí adentro, en la oscuridad. Llorando, quizás perdido. Seguramente llamándole a gritos.
Pelayo se aferró con más fuerza a su hermano mayor. Confiaba en él, pero estaba empezando a mostrarse cada vez más nervioso por todas las cosas que sucedían a su alrededor y que le gustaban muy poco. Pablo, que quería demasiado a sus hermanos, sabía que él era la única posibilidad que le quedaba a Rodrigo. Una lágrima de rabia y desesperación se escapó de sus ojos y entonces emprendió de nuevo su marcha con renovadas energías.
–¡Allá vamos, Rodrigo!, ¡espéranos pequeño chiflado!
Cuando Pablo llegó al portal, sus ojos se cegaron con el vapor, así que echó una de sus manos hacia delante para tantear el espacio y evitar posibles tropiezos, y abrazó con más fuerza a Pelayo con la otra. Después comenzó a caminar con mucho cuidado y aguantó la respiración mientras se adentraba en la oscuridad.
La ceguera duró poco tiempo. Tras la cortina de vapor se dio cuenta de que no costaba respirar. La luz, más tenue que la de Mundo Flik, también le permitía ver sin problemas, aunque con menor nitidez.
Todo lo que se presentaba ante sus ojos era de una magnitud impresionante. Resultó que, tal y como sospechaba, el muro de cristal oscuro tan sólo era parte de un gran anillo que en su parte interna cruzaban cientos de puentes a diferentes alturas. Esos pasadizos unían entre sí, como una gran tela de araña, las torres más altas que un niño pudiese imaginar. Aquellas altas edificaciones se perdían a su vez en las entrañas de Mundo Flik. Tan abajo, que Pablo tuvo que apartar la vista para no marearse.
Pablo ya había estado aquí antes. En su pesadilla.
Todo a su alrededor estaba construido de aquel extraño material, y por todas partes se movían miles de luces y de máquinas que no le prestaban la mínima atención. Entre tanto cristal oscuro, y no muy lejos de donde los asombrados ojos de Pablo lo escrutaban todo, una pequeña y pálida figura se alzaba dentro de un semicírculo de máquinas, tan formidables como las que se habían llevado a Uno.
Pablo corrió hacia su hermano.
–¡Rodrigooooooo! –volvió a gritar–. ¡Dejad a mi hermano en paz, monstruos!

viernes, 23 de marzo de 2018

LOS COSECHADORES DE ESTRELLAS (39): RODRIGO AL RESCATE

Pero no sucedió nada de aquello que Pablo se temía. Después de que volviesen a sonar unos extraños susurros, Uno elevó su vista al cielo, miró por última vez a Pablo, y se volvió con los imponentes escoltas. Las tres figuras se movieron sin esfuerzo sobre la negra lengua de metal líquido, que a su vez se retiraba en dirección a una magnífica fortaleza de oscuro cristal. El contorno de esa enorme construcción comenzaba ahora a definirse un poco más allá del lugar en el que se encontraban.
¿Cómo algo tan grande como aquello podía haber pasado desapercibido hasta ese momento?
La respuesta a esa pregunta estaba en los torbellinos de la oscura atmósfera que desaparecían a gran velocidad, y que la habían mantenido oculta a sus ojos.
El muro exterior de la fortaleza era altísimo, y negro como la noche más impenetrable. Contemplarlo trasladó otra vez a Pablo hasta la pesadilla de la noche anterior, puesto que pronto se dio cuenta de que aquello que alcanzaba a ver, no era sino la mínima expresión del anillo que en su sueño había perforado la superficie de Mundo Flik.
Al ritmo al que avanzaban Uno y sus robots guardianes, no tardarían en alcanzar un enorme portal que se abría en el muro de la fortaleza y del que se escapaban siseantes columnas de vapor de forma intermitente.
Menos mal que todo había acabado por fin, pensó Pablo, y que nadie tendría que obligarle a entrar en aquella especie de boca del infierno que se abría amenazadora, a poca distancia de donde ellos se encontraban. Mundo Flik estaba a salvo, su Sol y la Tierra también... o por lo menos así lo entendía él.
–¿Y qué patalá con Nuno? –preguntó Rodrigo, mientras todos contemplaban como el robot se alejaba sin titubear entre las enormes arañas mecánicas.
–Me temo –dijo Flik– que será desmontado y reutilizado. En su mundo las cosas que no sirven se descomponen para formar nuevas máquinas. Ellos no construyen las cosas sólo como adornos. Todo ha de tener una finalidad. Uno ha cumplido la función para la que fue creado y ahora ya no tiene utilidad alguna. Las máquinas no se pueden permitir, con la escasez de recursos que sufren, un gasto innecesario de materia prima.
–¿Ya no hablá máz Nuno?
–No, Rodrigo. Pero no pasa nada. En realidad es como cuando se te estropea un juguete –concluyó su hermano mayor.
Nada más decirlo, Pablo se dio cuenta del error que había cometido. Rodrigo lloraba cada vez que se le estropeaba un juguete, porque su madre se lo tiraría a la basura por inservible. Tenía mucho apego a sus juguetes. Afortunadamente, en la mayoría de las ocasiones sus padres conseguían reparaciones milagrosas con ingenio, un destornillador y un poco de pegamento. Pero no siempre era posible arreglar un juguete roto. Y como les decía su madre, si se quedasen con todo lo que tenían, roto o no, llegaría el momento en el que no podrían tener juguetes nuevos porque no cabrían en los armarios.
A la luz cada vez más clara de las dos estrellas de Mundo Flik, Pablo pudo ver con toda claridad una lágrima asomando en el ojo de su hermano.
Repentinamente, como suceden las cosas imprevistas e impulsivas a las que Rodrigo era muy aficionado, y sin que nadie pudiese detenerle, su hermano comenzó a correr, como sólo él era capaz de hacerlo, en dirección al muro negro.

sábado, 10 de marzo de 2018

LOS COSECHADORES DE ESTRELLAS (38): VICTORIA


Nadie sabía qué decir o hacer. Fue Uno quien rompió la tensión del momento y se movió con gesto rápido. El robot avanzó hacia ellos y tendió su mano hacia Pablo. Los chicos retrocedieron instintivamente un paso, sorprendidos por lo que les pareció una amenaza.
–Os felicito, habéis sido mejores –les dijo sin titubear.
–¡Oye tú, mánica tampoza!, ¿qué quielez decil con ezo? –le espetó un airado Rodrigo, sin acabar de escuchar lo que Uno tenía que decir, ya que suponía que fuese lo que fuese tendría que defenderse.
–Espera, Rodrigo. Déjame hablar con Uno por favor –le pidió Flik.
–Zi ez que zoiz demaziado bandoz –comentó en voz baja a sus hermanos–. Había que dezenchufal-laz a todaz.
–Calla un poco, Rodrigo –le reprendió su hermano mayor–, escuchemos lo que tiene que decir Flik, que tú todo lo arreglas a mordiscos.
–Uno, tú has sido el contrincante. El Código es muy concreto en ese punto. ¿Das por bueno el final de la contienda? –continuó Flik.
En ese momento se oyó una serie muy larga de susurros, en esa lengua que los niños no entendían, que hicieron que Uno se quedase de nuevo estático, sin emitir sonido alguno. Como si estuviese meditando la respuesta o alguien estuviese tratando de imponérsela.
–¿Y ahora qué pasa, Flik?
–Pues, por lo que alcanzo a entender de la conversación, las máquinas están amenazando a Uno de forma muy severa.
Todo el mundo guardó silencio. Los susurros se habían extinguido. Uno parecía valorar su siguiente paso. El robot volvió a avanzar hacia el grupo.
–Enhorabuena. Habéis competido según las normas del Código, y cuando no ha sido así, nosotros hemos estado de acuerdo los cambios. El Código es un conjunto de normas aceptadas por ambas partes. Si todos damos por bueno un cambio, este ha de quedar recogido en el Código de forma inmediata. Así que no hay motivo para no dar la Prueba por concluida. Acepto la derrota.
Y dicho esto, acercó la mano tendida hacia los chicos un poco más. Pablo volvió su vista hacia Flik. Era evidente que todos esperaban un gesto por su parte. Pablo miró a su imagen en oscura versión mecánica, e hizo aquello que su conciencia le dictaba, estrechó la mano de su contrincante derrotado.
En ese momento sucedió algo que hizo que la magia del momento se rompiese. La cabina en la que estaban reunidos comenzó a replegarse sobre sí misma, con el líquido movimiento que todos ya conocían, comenzando por arriba y desapareciendo a gran velocidad hacia abajo. Sin tiempo para preparación alguna, y al desaparecer la protección que les aislaba, todos quedaron expuestos a la atmósfera exterior. Pero antes de que los asustados niños dijesen nada, Flik respondió a las preguntas de sus asustados ojos.
–Tranquilos, niños. No os preocupéis. El paso que ha dado Uno ha sido definitivo. A las máquinas no les ha quedado otra alternativa que la de darnos la razón, porque su competidor ha dado la partida por perdida. No han tenido otra opción. Como le decía a Uno, y él la conoce a la perfección, la norma es muy estricta en ese punto. Vosotros mismos podéis comprobar cómo las máquinas están empezando a trabajar con rapidez, y sus esfuerzos no tardarán en mostrar resultados positivos. La atmósfera ya es respirable.
Pablo alzó su cabeza. En el cielo la oscuridad se despejaba a una enorme velocidad. Ya se podía adivinar la luz de las dos estrellas que Flik les había mostrado desde el aire unos días antes.
–Ahora mismo –continuó Flik– mientras hablo con vosotros, mis semejantes están manteniendo conversaciones con las máquinas para hacerles ver que su derrota no tiene por qué ser dolorosa. Que de esta experiencia podemos salir ganando todos, ellas y nosotros. Este planeta necesita de ellas para sobrevivir, y ellas necesitan de un espacio entre nosotros que hasta ahora les habíamos negado. Eso va a cambiar porque ambas cosas son compatibles. Hemos de aprender de nuestros errores y tratar de buscar lo mejor para este mundo. Intentaremos construir un futuro en el que todos los habitantes de este planeta podamos tener un sitio juntos.
La cabina había desaparecido casi por completo dejando al descubierto un mundo yermo, pero en cuyas grietas, resecas y profundas como cicatrices, ya estaban empezando a asomar los primeros signos de una vida que hasta ahora había permanecido aletargada. Pablo giró sobre sus pies y se quedó mirando a Uno. La sustancia de la que estaba hecha la cabina, antes sólida, ahora parecía metal líquido que se retiraba bajo sus pies, descubriendo al hacerlo pequeños penachos de plumas moradas, que temblaban en las primeras etapas de su crecimiento.
Justo detrás de Uno surgieron, de aquella sustancia oleaginosa con la que estaba construida la cabina, dos bultos amorfos que comenzaron a definir su forma a medida que crecían muy alto, hacia el cielo. Un instante después, las formas se convirtieron en dos inmensas arañas de delgados apéndices articulados y oscuro cuerpo, moteado de pequeñas luces rojas como todo lo que llevaba el sello de Mundo Máquina. El tamaño de ambas alcanzaba varios pisos de altura y su aspecto era formidable.
¿Cuál sería su intención?
Pablo tembló y notó como se erizaba el vello de su nuca. Máquinas como aquellas habían sido las que cobraban vida en su pesadilla, a una orden de la inteligencia malévola que las controlaba, para comenzar la conquista del Universo.