Pablo y Rodrigo entraron en la casa abandonada y esquivaron
la puerta de entrada, que hacía mucho tiempo que yacía tumbada en el recibidor.
Los chicos conocían a la perfección la distribución de
aquella vivienda porque era idéntica a la de la casa de Carlos, ya que eran
construcciones gemelas. Pero el abandono y la suciedad hacían de aquel lugar
algo totalmente diferente.
La luz del sol encontraba serias dificultades para traspasar
la mugre de las ventanas que todavía no estaban rotas, y por algunas de las que
sí lo estaban, las ramas de los árboles, que crecían salvajes y sin cuidado
alguno en el selvático jardín, pugnaban por colarse dentro de la casa. La
naturaleza intentaba reclamar de nuevo sus dominios.
Pero era su base de operaciones. Hogar, dulce hogar.
Los chicos se detuvieron en una amplia estancia, que tiempo atrás
debía de haber sido un salón, y se reunieron sobre un recorte de la escasa luz
que con mucho esfuerzo traspasaba uno de los ventanales.
–Flik alega Lucaz, pofavó. ¿Nezecitaz mecapento? –suplicó
Rodrigo, en cuya carita sucia se dibujaban los cauces secos de las lágrimas
derramadas, al pensar que todo lo roto se arreglaba siempre con un poco de
pegamento.
–Me alegra verte de nuevo, Flik –continuó Pablo con la
explicación– necesitamos que nos ayudes con Lucas. Por lo que hemos oído a los
mayores, creemos que se muere y que no pueden salvarlo.
Pablo llevó a Flik delante del hocico de Lucas, que se limitó
a abrir un poco más sus dulces ojos con curiosidad.
–Sí, está mal, de eso no hay duda –concluyó Flik–. Puedo leer
su aura y es casi inexistente. No sufre, pero no le queda mucho tiempo. Pero yo
poco puedo hacer, mis pequeños amigos. Como tampoco ninguno de los míos, con su
inmenso caudal de conocimientos, podrían hacer algo para llegar a tiempo con la
solución. Sólo estamos acostumbrados a curar las enfermedades de nuestra
especie. Necesitaríamos mucho tiempo para poder encontar una cura para su
dolencia, y mucho me temo que tiempo es precisamente lo que no tiene vuestro
amigo.
–Entonces, ¿qué podemos hacer? Tiene que ocurrírsete algo
–Pablo sentía como su plan se desmoronaba por momentos y con él sus esperanzas
de salvar a Lucas.
–Para que puedas entenderme mejor, te diré que necesitaríamos
algo como vuestros laboratorios y vuestras computadoras, pero sobre todo
tiempo. Por mi parte lo único que puedo hacer es acompañarle, hablar en su
lengua e intentar tranquilizarle durante
este trance. Ahora mismo no puedo hacer nada más.
–No puedo creerlo, de verdad. Acabamos de salvar un mundo de
las garras de unas crueles máquinas. Hemos viajado hasta el Sol para convencer
a esos enormes seres de que dejen en paz este sistema solar, ¡y no podemos
hacer nada para intentar curar la enfermedad de un pobre perro que se está
muriendo! Pero si esto tiene que ser muy sencillo en comparación con todo lo
demás.
–¿Viajal al zol?, ¿de qué enolmez celez tú habaz? –preguntó
Rodrigo, que no era tonto y le parecía que se había perdido algo por el camino.
–Luego te lo cuento –le respondió Pablo sin hacerle demasiado
caso.
–Pablo, tienes que creerme. Si conociese la solución yo sería
el primero en ayudaros...
–¡Ya está! ¡El deseo que hemos pedido a las máquinas!...
–Pablo se volvió hacia su hermano– ¿recuerdas Rodrigo? Tenemos que volver a
Mundo Flik y cambiar tu deseo por el de salvar a Lucas.
–Perdona que me entrometa –le respondió Flik– pero no creo
que sirva de mucho. Hasta las máquinas tienen sus limitaciones y el cambio no
te garantizaría que Lucas pudiese curarse. Estoy convencido de que las máquinas
acabarían por curar esta enfermedad, pero el problema es que no creo que
pudiesen hacerlo para llegar a tiempo en este caso. Además, no se qué tal les
sentaría el que ahora despreciases a Uno.
–Mi papá tiene mutaz mánicaz.
–Sí, seguro, Rodrigo. Pero para iniciar una investigación
como ésta y poder terminarla a tiempo, necesitaríamos máquinas mucho más
potentes que las que tiene tu papá. Quizás cosas aún no descubiertas por
vuestra civilización, además de un verdadero especialista en este campo,
alguien que supiese qué buscar. Sin embargo... estoy dándole vueltas a un
asunto...
–¿Se te ocurre algo, Flik? –preguntó Pablo esperanzado,
negándose a rendirse.
–Es sólo una idea, pero creo que podría funcionar. Se trata
de lo siguiente. Uno es la máquina más completa que se ha construido en Mundo
Máquina y en él se condensan lo mejor y más avanzado de su civilización. Creo
que ni él mismo, recordad que es prácticamente un recién nacido, conoce su
verdadero potencial. Pero si existe alguien que podría ayudarnos, con la
urgencia que requiere esta situación, ese es Uno. Por cierto, ¿alguien sabe dónde
está?
–Pues... la verdad es que no lo sé. Le dejamos aquí y le
dijimos que no se moviese. Pero no le veo por ninguna parte –comentó Pablo
mientras giraba a su alrededor y buscaba con la mirada por toda la planta baja.
La luz era tan tenue, y había tantos sitios en donde poder
esconderse, que de nada servía buscar sólo con la vista.
De repente, de la planta de arriba les llegó un ruido que
atravesó el techo de derecha a izquierda. Como si alguien estuviese arrastrando
un objeto pesado. Silencio. El nítido sonido de unos pasos cruzó otra vez por
encima de sus cabezas.
Ya no cabía duda alguna, alguien se movía en la planta
superior. En la planta baja todos se miraron unos a otros, interrogándose con
los ojos.
–Rodrigo, dejemos aquí a Lucas y vayamos arriba con Flik.
Veámos qué sucede.
Los chicos subieron los escalones con sigilo, pero no fueron
capaces de impedir que la vieja madera de uno de los peldaños crujiese
estrepitosamente durante el ascenso. El ruido de la planta alta cesó como si
quien estuviese produciéndolo se hubiese dado cuenta de que alguien se
acercaba.
Al mismo tiempo, en la planta de abajo una sombra se
introdujo en la casa con la intención de seguir al grupo que ascendía. Lucas la
vio pasar enarcando sus orejas. Empezaban a ser multitud en la casa abandonada.
Cuando los curiosos niños llegaron arriba acompañados por
Flik, y sus ojos se acostumbraron a la penumbra, se quedaron paralizados por el
asombro que les produjo lo que podían ver ante ellos.
El suelo de madera relucía lustroso y sin mota de polvo. Las
ventanas, más transparentes y limpias que las de su casa, dejaban pasar la
cálida luz del atardecer, que volvía a iluminar unas estancias que habían
resucitado de su olvido. De las paredes de sobrios colores habían desaparecido
las pinturas de los chicos, acumuladas durante años de juegos. Pablo se dio
cuenta de que hasta olía a limpio.
Abajo imperaban la suciedad y el abandono más absoluto.
Arriba, sin embargo, reinaban la pulcritud, el orden y la limpieza.
–Esto es obra de Uno –dijo sin dudar Flik.
Y nada más terminar la frase, salió a recibirles de una de
las habitaciones el niño más repeinado que jamás hubiesen podido imaginar. Más
incluso que Ginés el empollón, que no sudaba ni cuando jugaba al fútbol.
–¿Nuno? –preguntó Rodrigo con voz ligeramente temblorosa
cuando vio aparecer al extraño.
–Hola, chicos. Bienvenidos a mi nueva casa.
–Pero ¿cómo has podido hacer todo esto? –Pablo no acababa de
dar crédito a lo que veía.
–¿Te parece mal, Pablo?, ¿crees que no debería de haber...?
–No. No es eso. Lo que quiero decir es que no sé como has
podido hacerlo en tan poco tiempo.
–¡Ah!. Eso. No es problema. Sólo se trata de combinar las
moléculas adecuadas, sintetizarlas y luego unirlas. A todo ello se añade un
poco de limpieza y orden... y ya está.
–Pelo tu cala... y ya habaz como loz mayolez.
–Vuestra lengua no es difícil. En realidad ninguna de las que
se hablan en este planeta. Encontré una conexión muy rudimentaria a una base de
datos inmensa que vosotros llamáis internet –señaló un enchufe en la pared con
una clavija de teléfono–. Ahí está todo lo que cualquiera necesitaría para
conoceros. Mi aspecto es el de una imagen que encontré y que se corresponde con
alguien con el que no os encontraréis nunca. No os preocupéis por eso. Esta
casa, por ejemplo, es propiedad, interesante término por cierto, de unos
herederos que no parece que, de momento, tengan intención de reclamarla, puesto
que viven en el extranjero.
Rodrigo tenía razón. El nuevo Uno hablaba como lo hacían los
señores de la televisión. Parecía que disfrutaba con el discurso y que estaba
contento por poder comunicarse y dar parte de sus logros.
–Todos los servicios de la casa estaban desconectados. Pero
sólo me ha llevado un poco de tiempo convencer a los servidores que suministran
la energía y la información, de que debían volver a conectar la vivienda. Para
ello tan sólo había que ponerse al corriente en ciertos pagos, y para hacerlo
no se precisa dinero en efectivo. Como vosotros decís, ha sido “un juego de
niños” –y sonrió de una forma cómica, porque se notaba que ciertas cosas, como
la risa, estaban todavía en fase de aprendizaje–. Aún no me ha dado tiempo de
trabajar en la planta de abajo, pero hoy por la noche...
La escalera crujió de nuevo y Uno guardó silencio. Nadie lo
sabía pero la sombra espía estaba dándoles alcance.
–Escóndete, Uno. Nadie debe de verte por el momento –le dijo
con urgencia Pablo.
–¿Por qué? Si ya soy como vosotros –abrió sus brazos y giró
sobre sí mismo para que todo el mundo pudiese contemplar la perfección de su
trabajo de camuflaje.
Y a Pablo le bajó
la tensión hasta casi desmayarse, cuando Uno les mostró su espalda. El robot
había tomado como referencia la imagen que había visto y se había disfrazado a
la perfección, Pablo todavía no sabía cómo pero ya habría tiempo de
preguntárselo después, pero ¡sólo por delante! Se había olvidado por completo
de su espalda y su trasero de reluciente y negro cristal.
–¡Rayos y
centollos! –exclamó Pablo– rápido Rodrigo, pásame a Flik y vete con Uno a
aquella habitación del fondo, que a ti parece que te hace más caso. Ve
contándole el problema, que cuanto antes se ponga manos a la obra, mejor será
para Lucas. Yo mientras tanto voy a ver quién llega.
–Vamoz, Nuno, men
comico.
Pablo esperó a que
los dos desapareciesen de su vista, confiando en que Uno pudiese entender las
explicaciones de su hermano. Después se dirigió, con todas las precauciones
posibles, hacia la escalera. Quienquiera que fuese el que ascendía, había
reemprendido su ascenso después del instante de vacilación inicial, tras el
crujido de la tabla. Pablo se tumbó en el suelo, detrás de la caja de la
escalera. De esa forma vería aparecer al extraño entre los barrotes de madera
de la barandilla antes de que éste pudiese verle a él.
En la cabeza de
Pablo cobró vida la terrorífica imagen de una vengativa Gran Máquina, que
hubiese vuelto a retomar el control de su mundo y enviase a un asesino mecánico
tras ellos para eliminarles.
El intruso ya les
estaba alcanzando. Pablo podía ver su sombra proyectarse sobre la pared, pero,
aunque esforzaba su vista, la menguante luz exterior no le aportaba muchos
detalles más sobre su identidad.
De lo que no cabía
duda era que nada bueno podía venir de alguien cuya intención era la de
sorprenderles de esa forma. Por la espalda y a traición.
Pablo aguantó la
respiración.
Flik, a su lado,
no perdía detalle de todo lo que estaba sucediendo. Si no fuese porque sentía
sinceramente la pena de los chicos por la salud de su mascota, casi podría
decirse que disfrutaba con las emociones que le proporcionaban los problemas de
sus nuevos amigos, cansado como estaba ya de tanto vagar aburrido entre las
estrellas.
La tensión podía
palparse. Pablo cayó en la cuenta de que no sabía cómo podrían hacer frente al
recién llegado si sus intenciones fuesen hostiles. A su alrededor no había nada
que se pudiese blandir como un arma, y de poco ayuda le servirían el resto de
miembros de su pandilla. Pablo no conseguía imaginar a una rana amarilla, a un
robot-niño, a su hermano y a él mismo, tratando de intimidar a nadie que fuese
realmente peligroso. Por si todo eso fuese poco, el intruso les cerraba el
único camino de huída, y en caso de tener que gritar asomándose a la ventana
para llamar a sus padres, lo más probable es que no pudiesen escucharle.
Pablo aguardó nervioso el próximo desenlace.